Toledo tiene cierta querencia a las leyendas, entre ellas una que cuenta que el origen de la ciudad se encuentra en fundadores muy dispares, desde el nieto de Noé hasta Hércules, que tras sus doce trabajos parece ser que tuvo tiempo de darse un garbeo por aquí. Todo, además, aderezado con unos toques del birlibirloque nigromántico. Lo que sí es evidente a primera vista es su rancio abolengo y un mal disimulado aire marcial.
En mi última visita, llegué a Toledo de noche, cuando la ciudad tiene el misterio de los tiempos en que las calles estaban pobladas por sombras muy pendientes del tintineo de monedas. Además llovía. El agua descendía por las calles driblando adoquines, con el anhelo de alcanzar el Tajo para poder formar parte de su leyenda. Por la mañana pude cazar una conversación que tuvo lugar en el mirador a los pies del Parador, en la que un niño le preguntaba a su madre si ahí abajo había agua. La madre le respondió que era un río. El Tajo es mucho más que un río. Es Historia, son recuerdos de eternos paseos por su orilla que siempre acababan en besos furtivos, es un meandro que se retuerce en arrullo, como resistiéndose a abandonar la ciudad, queriendo volver. La jota fricativa y velar da enjundia al río para convertirlo en mito, en protagonista de muchos de esos cuentos cortados con el patrón shakesperiano. A saber: un par de amantes que profesan diferentes credos, un padre con mala hostia y un final trágico con salto desde un acantilado, con la propina de una moraleja que ensalza la fe verdadera, pero dando a entender que la tan adornada convivencia de las Tres Culturas también tuvo sus dimes y diretes propios de las reuniones de vecinos de escalera.
Tras ubicar en el callejero los principales edificios que nos legaron tras aquellos tira y afloja de las religiones por los que una sinagoga se convertía en mezquita y ésta en iglesia, uno se puede (casi) olvidar del mapa. Es una de las imágenes más frecuentes en las calles de Toledo, la de la gente intentando en vano jugar a ser Teseo en el laberíntico trazado medieval. Caminando por las empinadas y angostas calles de la ciudad se escuchan jadeantes comentarios del tipo qué bonitas las casas pero no para vivir aquí. Para entender un poco mejor las particularidades del trazado toledano hay que volver al mirador. La ciudad que vemos desde la curva, nacida para ser postal, está formada por piezas de un Lego rústico encajado con esmero, con la confianza de que los cimientos son buenos y evitar así caer al río. En Toledo, la casa que menos ha conocido caballero, tronar de arcabuces y brillo de espadas al alba. De buen acero toledano, por supuesto. Si exceptuamos que los alquileres ya no se pagan en maravedíes, muchas de esas casas apenas han cambiado.
400 años sin El Greco
Hay que subir a las alturas para acabar de ver ese retorcido plan urbanístico y darse cuenta cómo la Catedral ha ido engordando, buscando sitio a codazos en cada rincón que le dejaban, llegando casi a la asfixia arquitectónica en algunos rincones. El abigarramiento de las construcciones en el casco antiguo podría establecer analogía con el horror vacui tan presente en las obras de El Greco. Casi siete siglos después del fallecimiento, sigue llegando gente al sepelio del Señor de Orgaz, popularmente ascendido a Conde. Hasta 3.000 personas pasan cada día por la iglesia de Santo Tomé para permanecer unos instantes ante una de las obras cumbre de la pintura universal. Y se esperan aún más durante este año vestido de gala para celebrar el cuarto centenario del fallecimiento del pintor. Los enhiestos personajes de afilados rostros que se ven en el cuadro, separados de sus cuerpos por la distinguida golilla, parecen ajenos a la disputa que hubo por la tasación del cuadro, una constante en la vida del pintor cretense, que tras el despecho de Felipe II decidió establecerse en Toledo, perdiendo el monarca un gran pintor y ganando la ciudad un itinerario turístico.
El museo dedicado al pintor, tras un intenso repaso de chapa y pintura, volvió a abrir sus puertas el año pasado y a recuperar las obras que momentáneamente estuvieron en el museo de Santa Cruz. En el museo del Greco podemos hacer un repaso por su obra y por la vinculación del artista con Toledo. El misterio sobre el lugar donde está enterrado el pintor —se especula entre Santo Domingo el Antiguo y la iglesia de San Torcuato— es la particular contribución del pintor a la lista de leyendas toledanas a las que supo sacar partido Bécquer con sus frecuentes abandonos a los sueños de la imaginación.
Sentado en un poyete de la plaza de Santo Domingo el Real se escucha respirar a la ciudad. Una pequeña plaza, puro Bécquer, a la que se accede desde el cobertizo de Santo Domingo, un escenario en el que perfectamente se pudieron batir en duelo caballeros con capa, donde se limaban asperezas por el supuesto honor de una de aquellas damas de todo rumbo y manejo. La pléyade de literatos continúa. A Toledo han estado vinculados casi todos aquellos escritores que formaron parte de mi libro de literatura en el instituto. San Juan de la Cruz que en su cautiverio escribió el inicio de Cántico espiritual, Santa Teresa de Jesús, Garcilaso de la Vega, la lista es larga como larga era la letanía de reyes godos aprendida por mis mayores. Atanagildo, Witerico, Gundemaro o Sisebuto fueron algunos de los que tuvieron trono en Toledo cuando el reino se trasladó a la ciudad.
Mientras los turistas van en busca de leyendas con la vista puesta en los curiosos nombres de las calles —Hombre de Palo, Horno de los bizcochos o Bajada del pozo amargo entre ellas—, los toledanos utilizan los afluentes, las calles paralelas para llegar a los mismos sitios. Porque si bien el lugareño esquiva el monumento no puede evitar el alto para ejercer la bendita costumbre del tapeo. Es en los bares donde fluyen todos.
Tras la contundencia de platos como las migas, contribución manchega a las promesas de inicio de gimnasio en lunes, hay pocos artificios. Para algunos platos no vale deconstruir ni esferificar sino armarse de paciencia, virtud de la que han hecho siempre gala los artesanos del damasquinado. Armados de buriles y macetas convierten, con la ayuda de hilo de oro y plata, unos insulsos pedazos de acero en verdaderas obras de arte con muchas horas de trabajo detrás. Conviene distinguir el delicado trabajo de un artesano de las propuestas de damasquinado fast food que aporta la industria.
Volviendo a la gastronomía, no todos los platos en Toledo favorecen la siesta de pijama, Padrenuestro y orinal. Adolfo Muñoz lleva más de tres décadas cocinando los mejores productos de su tierra del modo más sano posible. Adolfo es uno de los grandes embajadores de Toledo en el mundo y por extensión de Castilla-La Mancha. En los últimos años tampoco el vino ha escapado a sus inquietudes, contribuyendo al aumento de la calidad de los vinos de la región. El Cigarral de Santa María es uno de los pocos viñedos urbanos —hay otros en Viena, París y Malibú, por ejemplo— que hay en el mundo. Desde la terraza del cigarral la estampa de Toledo se vuelve alargada, como los personajes del Greco. Por encima de las casas sobresalen, a semejanza de los cipreses que anunciaban el tipo de propiedad al caminante, la Catedral y el omnipresente Alcázar. De unas viñas con más pinta de jardín han salido interesantes aportaciones al hedonismo como los Pago del Ama Syrah y el Cencibel.
Si tenemos los platos principales y el vino, vamos ahora con el postre. Bien es cierto que hay controversia en cuanto al origen, pero nadie duda que para hacer un buen mazapán se necesitan almendras, azúcar, miel y huevos de la mejor calidad. Elaborado en monasterios, obradores y restaurantes, el dulce circunscrito a la época navideña se ha colado en el mundo 2.0 y por supuesto se vende online, una virtual muestra de lo bien que han resistido algunas tradiciones el paso del tiempo. No ha sido así en todos los casos. En las vitrinas de algunos escaparates aparecen figuras de Don Quijote de todo pelaje y condición: acero, latón, plástico con imán para la nevera o sin él, cerámica. ¿Se habrán atrevido con la figura de mazapán? Apostaría a que sí.
Queda mucho Toledo, es una de las ciudades más monumentales entre las Ciudades Patrimonio, y poco es el tiempo que se le dedica a veces, cuando cronómetro en mano se busca la sinagoga de Santa María la Blanca y la del Tránsito, la Catedral, el monasterio de San Juan de los Reyes y el mono del claustro, vuelta al bus y un par de minutos para reconocer el lugar desde donde hacen las fotos para las postales. Mientras, la plaza de Zocodover es testigo del trajinar de personas que ahora también paran en el nuevo Museo del Ejército. Gente que desaparece como el agua que bajaba hacia el río. Tras la tormenta, la luz baña todas las piedras de Toledo. Eso sí es magia. Y a invocación suena la advertencia que hacía Bécquer: “En nombre de los poetas y de los artistas, en nombre de los que sueñan y de los que estudian, se prohíbe a la civilización que toque a uno solo de estos ladrillos con su mano demoledora y prosaica”.
Ajjj, que ganas de ir a recorrer todos ésos pueblos, que lejanos nos queda todo desde éstas latittudes, más allá de las distancias de las barreras cambiarias y económicas pero iré espero en 2015 y espero que me contrates para cargar un trípode o algo ja ja ja, pero no me pienso volver sin recorrer cada rincón de una España conocida por mi gracias a Rafa Perez con éstas fotos impresionantes. Salutes
Walter, espero poder saludarte si vienes por España. El trípode ya lo llevaré yo, jejeje
Una de mis pasiones son los viajes, y debo decir que Toledo es una de esas maravillosas ciudades de España que son destino obligado para quienes aprecian la historia, el arte, la artesanía y la gastronomía. Recomiendo el hotel Eugenia de Montijo y el Restaurante Locum, fuimos muy bien atendidos y buena calidad- precio. Esta no ha sido mi primera visita a Toledo, sino la tercera y debo reafirmar que vale la pena pasar una noche alojado en el casco antiguo. No pueden dejar de ver un atardecer desde la Terraza del Parador Nacional, es espectacular.
En efecto, Indira, cada visita a Toledo aporta cosas nuevas. Muy buena recomendación la de la vista desde el Parador.
Toledo, ciudad muy interesante, he estado varias veces, la última el año pasado para el Corpus y fué espectacular…..totalmente recomendable
Mari Carmen, yo también estuve un año durante el Corpus y merece mucho la pena, el ambiente es muy especial.
Toledo merece la pena ser visitada y recorrer cada uno de sus rincones, muy buen post.
Muchas gracias, Rocío.