Las planicies del Friuli y las mesetas de Julia están en tierra fronteriza, limitadas al norte con los Alpes, al oeste con el Véneto y al este con Eslovenia. La historia reciente de ese triángulo está escrita con sangre, ya que la mayoría de los 700.000 muertos italianos en la Segunda Guerra Mundial fueron a encontrar en esa frontera su final, lugar donde se libraron algunos de los enfrentamientos más trágicos de la contienda. Frontera por la que entrarían más tarde los partisanos. Tras el conflicto, Italia se quedó con Trieste pero tuvo que ceder Istria y Dalmacia a Yugoslavia.
Fue una copa de vino la que me llevó a la región de Friuli-Venecia-Julia. En mi última visita a Venecia, mi amigo Cesare ejercía de anfitrión. Mientras ultimaba los preparativos de una suculenta cena decidió abrir una botella de vino blanco. Al preguntarle por la procedencia, me dijo que llegaba del norte, de la zona del Friuli, donde estaban haciendo interesantes vinos. Aprovechando un viaje a Trieste, decidí acercarme a conocer la zona. Mientras me trasladaba a la costera población de Grado, leí en un periódico local acerca del evento Cantine Aperte, que se iba a celebrar durante aquellos días de mayo. Durante tres días las bodegas abrían sus puertas para realizar catas de sus productos e incluso algunas preparaban un menú gastronómico para acompañar a los vinos. Pero antes de echarle un pulso a Baco, había que recorrer esas tierras.
Grado es una de las estaciones playeras del Adriático. La localidad está asentada en una estrecha isla y se puso de moda tras la visita del emperador Francisco José en 1892. El frente de playa está cuajado de mansiones de reminiscencia belle époque, tradicionales casetas y baños termales. Grado tiene en su frente numerosas islitas a las que es posible llegar en pequeñas embarcaciones durante el verano. Una vez allí, se pueden visitar algunas casoni, las casetas de juncos que construían los pescadores para el invierno.
El paseo por el casco medieval de Grado es de los más agradables que se pueden hacer en la región. Sus zigzagueantes callejones siempre acaban de una u otra manera en la basílica de Santa Eufemia, donde podemos visitar los restos del mosaico de la antigua iglesia de los siglos IV y V.
A tan solo 14 kilómetros de Grado tenemos la visita estrella del Bajo Friuli, los restos de la ciudad romana de Aquileia. Fundada en el 181 a.C., fue una de las ciudades más importantes del Imperio Romano en el Mediterráneo, una gran plaza comercial haciendo de nexo de unión para el tráfico de mercaderías con Oriente. En el interior podemos ver el pavimento de mosaico paleocristiano más grande de Europa. Las pasarelas transparentes permiten volar sobre los 760 metros cuadrados del pavimento de la basílica del siglo IV, para ir reconociendo en este valioso exponente artístico de los albores del cristianismo los distintos capítulos de la vida de Cristo, junto a representaciones de animales y nobles romanos. Las dos criptas de la basílica, la de los Frescos y la de las Excavaciones, muestran pinturas que plasman heroicidades y la muerte de los mártires en la primera, mosaicos y restos de una casa romana en la segunda.
Mi periplo por las bodegas de la zona comenzó en la entrañable Tenuta Ca´Bolani, en el pueblo de Cervignano del Friuli. La propiedad perteneció a los nobles venecianos Condes de Bolani. Desde 1970 es la familia Zonin la que cultiva variedades locales como el Tocai del Friuli o la Refosco, junto a las foráneas Cabernet Sauvignon, Pinot Noir o Chardonnay. Tienen adaptada una de las propiedades para recibir huéspedes, por si la cata se alarga.
La siguiente visita, sin salir del propio Cervignano, tuvo la sorpresa de que fue conducida por nada menos que la condesa de Strassoldo, que me acompañó a visitar los castillos de Strassoldo di Sopra y Strassoldo di Sotto. Me contó que fueron edificados con propósitos defensivos, pero que desde el siglo XVIII sirven como residencia de familias nobles que adquirieron el título nobiliario. La condesa resultó ser una mujer encantadora y estupenda cicerone, que fue hilando una tras otra las historias de la propiedad mientras paseábamos por los deliciosos jardines de estilo inglés. Tras visitar la pequeña capilla de San Nicolò, me sirvió una copa de vino y acabamos discutiendo sobre las diferencias de una misma uva al crecer en suelo italiano o español.
Lo ideal sería sobrevolar Palmanova, pero como los medios no daban para tanto, me tuve que conformar con acercarme hasta el museo Histórico Militar. Allí exponen imágenes aéreas donde se puede ver perfectamente la forma de estrella de nueve puntas de la muralla de la ciudad y el perfecto polígono de dieciocho lados en su exterior. Palmanova es una ciudad fortaleza construida por los venecianos. Más tarde, Napoleón y los austriacos se aprovecharon de la geométrica construcción defensiva. El centro de la estrella es Piazza Grande, de donde nacen seis calles del casco antiguo.
Tan solo cuatro kilómetros separan Palmanova de la bodega Foffani, uno de los mejores ejemplos de arquitectura friuliana del siglo XVII. En 1789, los propietarios se dieron cuenta del potencial de la tierra y comenzaron a elaborar los magníficos vinos por los que es conocida la propiedad. La visita al terruño la hice en bicicleta, pedaleando entre unas viñas que parecían formar parte de un cuidad jardín.
Probablemente Villa Manin sea la más representativa de las villas venecianas. Propiedad durante casi toda su historia de la acaudalada familia Manin, dejó de serlo cuando el último conde murió sin descendencia en la década de los noventa. De este hecho salieron ganando los entusiastas del arte moderno, que tienen en Passariano un lugar donde acudir a disfrutar de su pasión. El lugar tampoco está falto de motivos para contentar a los amantes de la historia. Fue allí donde Napoleón Bonaparte fijó su residencia en 1797, año en que se firmó el tratado de Campoformido por el que el imperio veneciano pasaba a manos de los Habsburgo.
El punto final no pudo ser más perfecto. Me esperaba una mesa en el jardín de la Locanda del Castillo de Buttrio. En ese balcón privilegiado con vistas al pueblo, mientras poco a poco la luz artificial iluminaba casas y monumentos, el camarero encendía la vela en mi mesa a la vez que me contaba en que iba a consistir la cena. Al perfecto rissoto le iba a seguir el lomo de una lubina y los Cjalzòns, una especie de raviolis semidulces con un relleno de patata y uva e incluso chocolate y acabados con mantequilla fundida y canela. Todo regado con un vino de la variedad local Tocai Friulano y un chupito de grappa para rematar.
Cantine Aperte
El enoturismo está de moda y en el Friuli lo tienen muy claro. La asociación Movimiento Turismo del Vino organiza cada año, a finales de mayo, el evento Cantine Aperte. Más de un centenar de bodegas, la mayoría de ellas familiares, abren sus puertas y nos brindan visitas guiadas por las propiedades y la posibilidad de catar los vinos del Friuli. Contra una primera impresión que se pueda tener de lo comercial del evento, conviene apuntar que gran parte de los beneficios obtenidos de la venta del vino, durante los tres días que dura el evento, se destina a causas benéficas.
Para más información de las bodegas participantes y fechas del próximo Cantine Aperte se puede visitar la página de Movimiento Turismo del Vino.
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