El Parque Nacional de Dovrefjell-Sunndalsfjella, en Noruega, es un lugar severo: largos períodos de frío y hielo se alternan con una estación estival breve. Por este motivo, la biodiversidad aquí es aproximadamente 1000 veces inferior a la de los bosques tropicales. Para sobrevivir en estas montañas es necesario estar bien adaptado. Entre la vegetación más abundante se encuentran los líquenes, entidades constituidas por la asociación de un hongo y un alga que viven en simbiosis. Tan estrecha llega a ser su relación que su aspecto es el de un solo organismo. Además de líquenes también encontramos otras plantas como musgos y una amplia variedad de flores alpinas, algunas de ellas descubiertas por primera vez por el botánico germano-danés Georg Christian Oeder, durante su visita a la región en el año 1756. Varias especies escasas en el sur de Noruega tienen en el parque su supervivencia asegurada con poblaciones estables, entre ellas la endémica Taraxacum dovrense, emparentada con nuestro diente de león (Taraxacum officinale). En las zonas más bajas aparecen algunos árboles como abedules y sauces que, para resistir estas duras condiciones, permanecen achaparrados cerca del suelo y son de porte modesto.
Vida en la tundra
Es poca la fauna capaz de soportar las adversidades de los inviernos del Dovrefjell. Tanto aves como mamíferos han desarrollado tupidos mantos que los protegen y cubren por completo. Todos poseen en común una capa aislante y eficiente, especialmente en las patas, para evitar una pérdida excesiva de calor al estar en contacto permanente con una superficie fría, además de favorecer y facilitar el desplazamiento por la nieve sin hundirse en exceso. En la mayoría de los casos este plumaje o pelaje es blanco, ayudándoles a pasar inadvertidos ante sus presas o ante sus predadores, según el caso.
Entre las aves que resisten el invierno del Dovrefjell las más fáciles de observar son el lagópodo alpino (Lagopus mutus) conocido popularmente como perdiz nival, el escribano nival (Plectrophenax nivalis) y el carbonero montano (Poecile montanus), este último asociado siempre a los bosques de abedules.
Entre los mamíferos que podremos ver cabe citar al espectacular buey almizclero (Ovibos moschatus), al reno salvaje (Rangifer tarandus tarandus), al zorro ártico (Alopex lagopus), a la liebre variable o alpina (Lepus timidus) y al esquivo glotón (Gulo gulo), un mustélido poco abundante y solitario.
El buey almizclero, la estrella del parque
Este poderoso ungulado de aspecto casi prehistórico se sitúa, a pesar de su nombre común, más cerca de cabras y ovejas que de bueyes y bisontes. Características como una cola corta o la estructura del cráneo convierten a esta reliquia natural en una especie de cabra enorme.
Se calcula que alrededor de 300 ejemplares habitan la tundra del Dovrefjell, resultado de diversas reintroducciones con ejemplares procedentes de Groenlandia y llevadas a cabo entre los años 1932 y 1953.
Sin duda, observar a esta reliquia del pasado en su hábitat es una experiencia única para todo amante de la vida salvaje. Para ello será necesario buscarlos en las zonas bajas del parque, donde se procuran alimento en pequeños grupos familiares y acercarse a ellos progresivamente y con prudencia.
El zorro ártico, un ejemplo de adaptación
De patas relativamente cortas, orejas pequeñas y cola muy poblada, el zorro ártico (Alopex lagopus) o fjellrev es un claro ejemplo de un cuerpo adaptado para evitar al máximo la pérdida de calor. El único de su familia que cambia el color del pelaje en función de la estación del año y que pasa de marrón «sucio» en verano a blanco inmaculado en invierno. Otra característica única es que en cada población aparecen algunos individuos de coloración gris azulada, perseguida y codiciada por cazadores y mercaderes de pieles del siglo pasado. Estos inteligentes cánidos suelen acumular sus presas —a veces a cientos— en madrigueras a modo de despensas, que visitarán en los meses invernales cuando el alimento escasea.
En el Dovrefjell existe una pequeña población y el mejor momento para encontrarlos es antes del amanecer, cuando la luz azulada tiñe el manto nevado. Su particular ladrido nos será de gran ayuda a la hora de localizarlos.
Los últimos renos salvajes de Noruega
Otra de las especies representativa de estos parajes agrestes es el reno salvaje (Rangifer tarandus tarandus) que, según datos de la IUCN, cuenta en Noruega con una población de unos 30.000 ejemplares, de los cuales 1800 se encuentran en el parque. Estos rebaños montaraces ocupan las zonas más elevadas e inhóspitas y se desplazan en busca de pequeñas calvas que van apareciendo a medida que avanza el invierno. Gracias a un olfato especialmente adaptado buscan líquenes y musgos, ricos en nutrientes, que permanecen congelados bajo la nieve. En los meses más rigurosos del invierno esta característica les permite detectar alimento varios centímetros por debajo del manto nevado, al que acceden ayudándose del hocico y las pezuñas. Durante una gélida mañana fui siguiendo una manada de más de 100 ejemplares que se desplazaba rápidamente por pequeños valles y collados con una facilidad asombrosa, dejando a su paso una autopista de huellas. Estos cérvidos incansables poseen el récord de distancia recorrida por cualquier mamífero terrestre.
Aunque resulta muy espectacular observar a los bueyes almizcleros rodeados por la nieve, el mejor y más cómodo momento para ir a su encuentro es en verano. Los hoteles de la zona organizan safaris que garantizan casi al 100% el avistamiento de los animales. El mejor de esos hoteles es Kongsvold Fjeldstue, una antigua granja que ha adaptado sus edificios para albergar las diferentes habitaciones. En la casa principal hay varios salones en los que podemos encontrar una pequeña pero interesante biblioteca, descansar al abrigo de una chimenea, tomar el café con tarta de manzana de media mañana y, si alguien se atreve, sentarse a tocar alguna pieza al piano. La gastronomía es excelente, preparan cada día un menú que incluye tres platos y postre donde no faltarán las sopas y las carnes de reno o alce. El hotel está a cien metros de una de las principales entradas del parque.
Otra opción más económica es la de Furuhaugli Turisthytter, que dispone de cabinas de madera básicas, la mayoría equipadas con cocina y baño. Está situado en el inicio de una de las etapas del Camino de Nidaros.
Dentro del parque nos podemos alojar en uno de los refugios de la DNT (Asociación de Trekking de Noruega), el de Reinheim. Los refugios en Noruega son fiel reflejo del amor y el respeto por la naturaleza que tienen los noruegos. Están completamente equipados, con cocina, camas con edredones, una estufa de leña, baños de compostaje y despensa con algunos alimentos. Para poder hacer uso de ellos hay que hacerse socio de la DNT, se puede tramitar por Internet o en la propia oficina de Oslo. La cuota es renovable cada año y al hacernos socios nos entregarán una llave que abre los 460 refugios que hay por todo el país. La noche de estancia en un refugio cuesta 270 coronas (unos 32 euros) si somos socios. Para pocas noches, se puede pernoctar en los refugios sin ser socios, a un precio de 350 coronas (unos 42 euros). Si se consume algo de comida de la despensa, se paga aparte.
Cuando organicéis un viaje fotográfico por allí me apunto 🙂
Estupendo, Carlos, es un lugar con grandes posibilidades fotográficas 😉
https://blueecology.wordpress.com/2015/05/28/noruega-salvaje/