Durante muchos siglos fue la princesa de un baile con muchos pretendientes. La península de Istria reina hoy por derecho propio en este plácido rincón del Adriático como pieza importante del puzle en que quedó fragmentada Yugoslavia. Sus antiguos pobladores dejaron mucho y muy bueno, pero por encima de todo Istria destila esencia veneciana: perteneció a la Serenissima hasta finales del XVIII.
Pese a que se habla de una posible relación de Jasón, los argonautas y los colquídeos con la fundación de Pula, los que seguro estuvieron por allí fueron los romanos. El anfiteatro, conocido como Arena, fue edificado bajo mandato de Vespasiano y es uno de los más grandes que se conservan. Otros vestigios romanos que podemos encontrar en Pula son el arco de los Sergios o puerta de Oro, el Foro, el templo de Augusto o el mosaico El castigo de Dirce, junto a la capilla de Santa María Formosa. Como curiosidad, decir que James Joyce pasó cinco meses en Pula dando clases de inglés a los altos rangos de la armada austro-húngara, hasta que el descubrimiento de un complot de espionaje obligó a todos los extranjeros a abandonar la ciudad.
Desde la cercana Fazana salen los barcos para las Islas Brijuni. En las catorce islas que componen el archipiélago aparecen, entre robles y encinas, templos romanos, huellas bizantinas y…¿elefantes y cebras? El benigno clima convirtió a Brijuni en la residencia de verano del mariscal Tito y en el depósito de los extravagantes regalos que le hacían los mandatarios de todo el mundo.
Cuando llegamos a Rovinj o Rovigno, en casi toda Istria se comparte toponimia, los leones de San Marcos nos dan la bienvenida. La ciudad planta cara a la Venecia que tiene al frente y que un día fue su dueña. De un lado y de otro del puerto, de abajo o de arriba, Rovinj es una postal perfecta . Eso debieron pensar los primeros turistas que llegaron a la ciudad, allá por 1888, coincidiendo con la apertura del balneario Maria Theresa por parte de la Sociedad Vienesa en su plan de desarrollo de balnearios marítimos para los niños pobres y pacientes de raquitismo del Imperio Austrohúngaro.
Desde la localidad de Vrsar llegan tañidos de guitarras, del festival El mar y las guitarras que se viene celebrando desde hace algunos años en época estival. La tranquilidad de Vrsar fue muy valorada por el clero que estableció allí su lugar de descanso. También por Casanova, que escribió allí uno de los capítulos de sus correrías. De sus dos visitas, a la entonces Orsera, dejan testimonio dos libros: en el primero, las Memorias de Casanova, cuenta el galán que llovía cuando llegó. En el segundo, el libro de la iglesia, hay anotado un curioso aumento de la natalidad tras la visita de Casanova.
No es que en Porec o Parenzo no haya indicio del paso de los romanos, sus calles principales todavía conservan la nomenclatura Decumanus y Cardo Maximus, sino que la basílica bizantina Eufrasiana lo eclipsa todo. Milimétricas teselas forman extraordinarios mosaicos ornamentales, datados en el siglo VI. Mosaicos como la representación de Cristo sosteniendo el libro con la inscripción Ego sum lux vera están entre los mejores ejemplos de arte bizantino del mundo. Esta precisión en las composiciones no pasó inadvertida para la Unesco que, en 1997, decidió añadir la Basílica a su lista de bienes Patrimonio de la Humanidad.
Julio Verne se adelantó a la promoción turística de Pazin al hablar, en su libro Matias Sandorf, de los encantos de esta pequeña localidad, como sus castillos y cavernas. Estamos en zona de localidades minúsculas, con muy poca población. Tras un rato en que lo único que rompía el silencio monástico eran mis propios pasos sobre los adoquines, me di cuenta de que el pueblo de Groznjan estaba habitado. Las pocas almas que habían acudido a la misa de tarde se reunían ahora a comentar la jugada en la plaza de la iglesia. Groznjan, igual que Motovun, es una de esas aldeas de patrón medieval a la que se llega tras transitar por una carretera de aires toscanos. Viñedos y olivos franquean la entrada de estos dos enclaves del interior de Istria, donde adiestrados perros olisquean el terreno en busca de la codiciada trufa, blanca o negra, que en sus ejemplares más hermosos ha sobrepasado el kilo de peso.
Tambié Oprtalj merece una visita. Si los frescos de la iglesia de Santa María estuvieran en la vecina Italia o en Francia, habría toda una infraestructura turística montada alrededor de ellos, tienda de recuerdos incluida. Pero Oprtalj guarda con celo el interior de ésta y de otras iglesias repartidas por los alrededores. Y más vale que así siga siendo. Sus valiosos frescos serán los primeros en agradecerlo.
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