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Rafa Pérez
on 2 April 2013
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Viajes con Historia

A Lamu sin pasaporte Kenia

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En el aeropuerto Wilson de Nairobi no me piden el pasaporte, nada de desnudarse para cruzar el oxidado arco de seguridad. Llevo en la mano una tarjeta de embarque cien veces utilizada que tengo que devolver antes de embarcar. La avioneta Cessna apenas tardará una hora y media en llegar hasta Lamu. Embarco el primero para asegurarme el asiento que hay justo detrás del copiloto para poder ver todas las maniobras necesarias para elevar la avioneta a merced de los vientos. En el bolsillo del asiento hay una botella de agua y un par de caramelos, servicio básico que sin embargo incluye la posibilidad de ver fauna africana por la ventanilla. Cuando pienso que nuestro vuelo no puede ser más parecido al de una cometa, como si el aparato estuviera enganchado a un fino hilo y la estabilidad dependiera de la pericia de quien lo maneja, el piloto toma tierra en Manda, una de las principales islas del archipiélago junto a Pate y la propia Lamu. Nada más aterrizar te das cuenta de que el ritmo pole, pole de los keniatas, en Lamu desciende un par de velocidades.

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Lamu es lugar con cierta querencia al mito entre viajeros. Todo el que ha estado en el archipiélago tendrá alguna anécdota que contarte. Hay quien cuenta los coches que ha visto circular por la isla y no han ido más allá de cuatro: dos ambulancias, el del alcalde y el que recoge la basura. Otros van contando que hace años el único bar que se podía permitir un mochilero era la cantina de la comisaría y que para ahorrarse rodear todo el edificio, entraba por la ventana. Hay quien no supo de Lamu hasta que Ernesto de Hannover le dio un par de hostias al portero de una discoteca. También tiene un punto mitómano.

Si vas al hotel Peponi, verás que guardan el obituario del último gran cazador blanco, Bunny Allen, del que dicen que cazó a Grace Kelly y Ava Gardner.

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Los primeros en llegar al archipiélago fueron los árabes y los persas. Más tarde llegaron los portugueses, que navegaban olfateando cualquier oportunidad de comercio. Exportaban marfil y madera e importaban telas y las codiciadas especias aprovechando los ciclos de las corrientes de los monzones a lo largo del año. Tomó el relevo el sultanato de Omán y por último los británicos. Pese a todo ese baturrillo de influencias, la isla de Lamu ha preservado su identidad swahili contra viento y marea, siendo el más antiguo y mejor conservado asentamiento de esta cultura tras siete siglos habitada permanentemente. Y faltan los hippies, que se trajeron la electricidad. Hoy el hippie tiene un estatus, viaja con las tarjetas de crédito más exclusivas y se aloja en hoteles de cientos de dólares la noche.

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Desde finales del siglo XIX, Lamu es un importante centro religioso. El Maulidi, en honor del nacimiento del profeta, se celebra en el tercer mes del calendario musulmán y atrae a creyentes de África Oriental y de Oriente Medio.

Se celebran carreras de dhows, las tradicionales embarcaciones a vela de origen árabe; muestras de artesanía, carreras de burros, recitales de música sacra y la conmovedora procesión de los hombres, ataviados con el clásico kanzu blanco y la kofia, que recorren las calles del viejo Lamu cantando canciones y bailando cogidos de las manos. Las mujeres pasean con el bui-bui, que sólo deja entrever profundos ojos más negros que el vestido . En noviembre se celebra el Festival Cultural, que repite el programa del Maulidi pero con un trasfondo más lúdico y menos laico.

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A falta de motores, los asnos dominan el asunto de la circulación por la isla, unas veces en recuas y otras solos, transportando su carga hasta el lugar de entrega. El aislamiento implícito a toda condición insular ha resultado ser una ventaja. Sigue teniendo cierto peso en la economía de la isla el trabajo de la madera y la pesca, pero mucho más artesanal y sostenible que la de Mombasa, el principal puerto de esa lado del mundo. En Lamu cultivan el turismo sin prisas: una paseo por las dunas de la playa de Shela, la navegación al amanecer en un dhow, un té sin motivos o un atardecer con gin-tonic ahora que hay más oferta, no mucha más, que la del antiguo bar de la comisaría.

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Tags: Kenia, Lamu
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Rafa Pérez

A quienes me preguntan la razón de mis viajes, les contesto que sé bien de qué huyo pero ignoro lo que busco (Michel de Montaigne)

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