Durante muchos meses al año, la luz apenas aparece algunos ratos. El sol se muestra esquivo y una gruesa capa de nieve lo cubre todo. Cuando el blanco desaparece, en la Laponia
sueca se encuentran con extensos paisajes. Extensos en el sentido nórdico de la palabra. Enormes territorios de aparente nada donde hay más kilómetros cuadrados que habitantes. Una nada bella, con un sol que ya no quiere ponerse. A horas en las que los europeos más sureños llenamos de bombillas nuestros ratos, la gente de Laponia ve como el sol flirtea con el horizonte, insinuante, sin llegar a esconderse para levantar de nuevo el vuelo con suavidad. Es el sol de medianoche. Geográficamente hablando, el periodo de total luminosidad se ciñe a las localidades al norte del Círculo Polar Ártico, en un periodo que oscila, según la latitud, desde finales de mayo hasta mediados de julio. Pero el resto del país disfruta de largos días durante todo el periodo estival. Se vive en la calle, se hacen actividades a horas inverosímiles. El culto al esperado sol tiene lugar durante el Midsummer, antiguamente celebrado la velada y el día del 23 y el 24 de junio, pero hoy adaptado al viernes y sábado coincidentes entre el 19 y el 26 del mismo mes. La fiesta reúne a familiares y amigos en una especie de versión sueca del corro de la patata, danzando alrededor del maypole.
Hay dos maneras de vivir la región de Laponia en verano. Por un lado la idílica, como inquilino de una cabaña de madera junto a un lago, con una pequeña barca para tratar de pescar sin importar el resultado, una mecedora junto a la puerta, una copa de vino. Tal vez cambiando la cabaña por una habitación en un faro, como el de Bjuröklubb, con vistas al mar Báltico, y levantarse por la mañana para acercarse al café Fyren a buscar un poco de pan recién horneado que acompañe al arenque y las gambas que la mujer del pescador vende en la propia barca. La otra forma de disfrutar de la naturaleza de Laponia es adentrándose en ella para practicar actividades de aventura.




En la orilla del Báltico espera una lancha neumática armada con dos motores de 300 caballos. Cada vez que una ola se cruza ante nosotros, la embarcación literalmente vuela. Cuando el piloto se ha dado cuenta de que has cogido un poco de confianza, que apenas te mueves del asiento, empieza un baile de virajes que lleva a la lancha a plegarse sobre el agua. Tras los pertinentes titubeos al pisar tierra firme, toca buscar Skellefteå en el mapa. Cada año, entre finales de junio y principios de julio, celebran el Stadsfesten, un festival de cuatro días de duración en los que no falta la comida, la bebida en envases siempre de plástico y la música. Cartel no les falta. Hay más de doscientas bandas activas en el municipio.
Durante el festival también se celebra un mercado tradicional, junto a las antiguas casas de madera. Exposición de coches antiguos, recetario clásico de la gastronomía sueca, artesanía y, cómo no, más música. En este caso son los violines, acordeones y violoncelos los que dan una melodía propia de las bandas sonoras de Mark Knopfler, de celebración melancólica. Por el río Skellefte, que da nombre a la localidad, se navega a un ritmo muy diferente al de las lanchas rápidas. La barcaza Victoria Express se desplaza sin prisas, ofreciendo al pasaje unas fresas y un poco de vino blanco mientras saluda a los pescadores que se pelean con el salmón.
Las aguas de otro río, el Byske, son idóneas para la práctica del rafting o el hidrospeed, deporte en el que tumbado en una tabla, con traje de neopreno y las protecciones adecuadas, tratas de domar a la corriente. Te dan unas sencillas instrucciones para encontrar el equilibrio, pero con el agua pasando por encima de ti, bastante tienes con ver por dónde te lleva. Aunque el único peligro real de la actividad son los mosquitos que revolotean por la ribera del río.



Viendo a Thorbjörn Holmlund preparar una de las típicas barbacoas suecas, a base de salmón, carne de reno y alce, patatas, zanahorias y cebollas asadas, nadie diría que es uno de los empresarios con más visión del país. En el Vildmarkscenter de Svansele, su museo de la vida silvestre reúne una interesante colección de animales para conocer su comportamiento durante las distintas estaciones del año. Su último proyecto se llama Stoor’n y consistirá en un alce de Troya con una capacidad de 350 personas. Dispondrá de sala de conferencias y un restaurante, con un ascensor en el interior de un árbol artificial para acceder a las plantas superiores. Aunque parece que el tema del alce está en stand by a falta de mejores tiempos para las inversiones. Desde el centro ofrecen unas interesantes rutas en quad por la reserva natural que lo rodea, una ruta por dunas, campos y caminos entre coníferas para terminar con un baño en una sauna al aire libre.




Para apretar más el acelerador ya hay que desplazarse hasta el centro de conducción Skellefteå, un circuito en el que poner a prueba nuestras habilidades con todo tipo de vehículos; desde un tractor o un camión de bomberos, hasta coches preparados para competición. La actividad está recomendada para grupos. El cronómetro decidirá quién se lleva el título de mejor conductor. Junto al circuito, hay unas cabañas donde pasar la noche e invitar al sol a entrar para que nos despierte.
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