En Dubái la vida se desarrolla bajo techo, a ser posible con aire acondicionado. Cuando cae un sol abrasador no apetece demasiado pasear por la calle. De hecho no apetece casi nunca.
Dubái puede tener sus encantos, pero no es una ciudad para pasear. Sus dimensiones son demasiado descomunales. Una autopista de 14 carriles discurriendo por el centro de la ciudad no ayuda en nada a hacer más amable el entorno. Cuando esa autopista se cruza con otra formando un scalextric gigante con sus rampas y tirabuzones, y unimos a ello el metro de superficie, tenemos un cóctel difícil de digerir. Es por ello que visitar Dubái pasa, inevitablemente, por visitar los centros comerciales.
En ellos hay museos, parques temáticos, cascadas artificiales, cines y mil cosas más que hacen que la vida en Dubái se desarrolle casi totalmente dentro de estos gigantescos recintos. Aquí, a salvo del calor y el tráfico infernal, podremos disfrutar de atracciones tan excéntricas como el esquí indoor. En el Mall of the Emirates tienen una pista de esquí de moderadas dimensiones que ayuda a olvidar los 40 grados de fuera.
Cuando la gente sabe que has estado en Dubái todos te preguntan lo mismo: “¿Para qué has ido a Dubái?” ¿Cómo que para qué? ¿Para qué va la gente a las pirámides, a Las Vegas o a la Muralla China? Dubái es, ahora mismo, la capital mundial de la locura y el exceso elevados a nivel de política de estado. En Dubái todo tiene que ser lo más grande, lo más caro, lo más lujoso, lo más extravagante. No se admiten medias tintas. En esta apuesta sólo puede haber un ganador, y Dubái tiene todos los números. Veamos si no, algunos ejemplos fáciles:
El hotel más caro del mundo. El Burj Al Arab es el único hotel de siete estrellas del mundo. Cómo se lo han montado para obtener tal calificación es un misterio que no hace sino añadirle mérito al asunto. El precio empieza a partir de los 1.300 euros por noche, pero incluye dátiles y bomboncitos, o sea que tampoco es tan caro. Si queréis entrar a chafardear podéis tomar un té con pastas, que es lo más barato. Son 70 euros, pero la humana curiosidad sale cara, nadie lo duda.
El edificio más alto del mundo. El Burj Khalifa mide 828 metros de altura, casi 200 más que el segundo clasificado. Le queda poco tiempo de reinado, sin embargo, ya que dentro de poco el Sky City chino lo adelantará por 10 miserables metros. Estas cosas se hacen bien o no se hacen.
La torre espiral más alta del mundo. La Torre Cayan está inspirada en la estructura de hélice del ADN y presenta un giro de 90 grados. ¿El porqué de tan extraño diseño? Porque sí, faltaría más. De hecho la torre se sitúa en Marina Dubái, una especie de barrio que recuerda a Sydney, con sus edificios frente al agua, sus canales, todo falso, pero muy cool.
El puerto artificial más grande del mundo. El puerto de Jebel Ali no es el tipo de cosa que uno visite cuando va de turismo. Si coges el metro hasta el final de la línea (52 kilómetros, por cierto) y bajas en la estación de Jebel Alí te encuentras en medio de la nada. Alguien dirá que es el desierto, según el mapa estás en las afueras de la ciudad, pero la impresión es la de un descampado inmensamente grande abrasado por el sol. Las dimensiones del invento son demasiado enormes como para poder apreciarlas como merecen.
La chaladura más insensata. Tres grupos de islas artificiales con forma de palmera, más un mapamundi coronado por el sol y las estrellas. Las Palm Islands son, en sí mismas, una idea descabellada y todo en el proyecto tiene dimensiones colosales. Tanto, que estaba previsto que aumentasen la superficie de playas de Dubái en 520 Kilómetros, que 40.000 trabajadores hiciesen turnos de 12 horas, y que todos los millonarios del planeta hiciesen cola para comprar un apartamento. La dura realidad se ha encargado de poner las cosas en su sitio. Para empezar, el proyecto se basaba en algo que abunda en Dubái: la arena. Pero mira por donde, resultó que la arena del desierto no servía para esto y hubo que echar mano de la dragadora más grande del mundo (como no) y sacar la arena del fondo marino. A partir de ahí, todo han sido reveses. La erosión por un lado y la crisis por otro se han encargado de hundir (literalmente) el faraónico proyecto. De las tres palmeras previstas, sólo hay una acabada y otra en construcción, las 300 islas que forman el mapa del mundo van perdiendo la forma y, según dicen, hundiéndose un poquito cada día mientras esperan comprador. La guinda del pastel, las islas artificiales que formarían el universo, tendrán que esperar tiempos mejores. Ahora mismo el proyecto podría ostentar también el récord de negocio ruinoso, pero ahí la competencia está mucho más dura.
El centro comercial más grande del mundo. El Dubái Mall ocupa 111 hectáreas, tiene más de 1.200 tiendas, una pista olímpica de patinaje sobre hielo y un acuario de dimensiones gigantescas, con tiburones y todo. Lo más impresionante, si consideramos que la ciudad cuenta con otros 70 centros comerciales, es que todos estén a reventar de gente. La visita a uno de estos monstruos debe hacerse con precaución si somos poco dados a los baños de multitudes, especialmente los jueves por la tarde, apoteosis semanal de la compra y el desenfreno.
La policía más estilosa del planeta. En ninguna otra parte del mundo los uniformados gozan del privilegio de apatrullar la ciudad a bordo de Ferraris y Lamborghinis. La iniciativa forma parte de una ingeniosa campaña de imagen para situar a Dubái como un destino de lujo, y puedo garantizar que los coches retornan cada euro que cuestan, gracias a los miles de turistas que tuitean las fotos de los coches de manera compulsiva.
Los atascos más monumentales. En el último recuento salían 54 coches por cada 100 habitantes, más que Nueva York o Londres. Por el contrario, se calcula que sólo el 6% de los residentes usa el transporte público. Eso a pesar de contar con un metro ultramoderno y muy económico.
Si consideramos que, en 50 años, la ciudad ha pasado de 50.000 habitantes a los 2 millones de hoy, tenemos otro récord y una posible explicación a la idiosincrasia del dubaití medio, si tal cosa existe. Dubái es una ciudad moderna y futurista, que huele a nuevo. Es como esos zapatos que nos aprietan, pero que nos ponemos porque son tan bonitos. Ya se adaptarán, o nos adaptaremos nosotros. De momento, Dubái es la frontera, lo nuevo, lo desconocido, y merece la pena verlo.
¡Muy buen repaso de las posibilidades que ofrece Dubai! Es cierto que muchas personas no lo consideran un destino de viajes o lo limitan al tema de compras pero merece la pena conocerlo para poder hablar de lo que allí se está haciendo, de uno de los países que más ha cambiado del mundo (en menos tiempo), ya sea porque se hace escala en él o porque se combina con otros vecinos de la zona, como Abu Dhabi… Tiene su interés… También se puede hacer una escapadita por el desierto 🙂