La mayoría de la gente que viaja a Brujas se refiere a la ciudad como un lugar de cuento, añadiéndole en ocasiones hadas, también dicen que es una ciudad encantada, mágica. Luego hay cronistas que sueltan incluso lo del marco incomparable y se quedan tan anchos. A Brujas lo que es de Brujas. Que sí, que ya sabemos que nada tienen que ver las señoras en escoba con el nombre de la ciudad, pero tampoco el flamenco se zapatea por estos lares y hay quien lo confunde. Así que con esa idea te proponemos el recorrido “Cosas de Brujas”. O fantásticas. O de leyendas. O increíbles. Que viene a ser lo mismo.
Papageno. Desde el año 1869, el Teatro Municipal viene dando cobijo a las artes escénicas. En su sala se pueden ver espectáculos de danza, representaciones teatrales y conciertos de alto nivel. Aunque el Concertgebouw le haya quitado algo de protagonismo, el Concertgebouw no tiene una estatua de Papageno frente a su puerta. Y todos sabemos que el protagonista de La flauta mágica de Mozart acompaña a la Reina de la Noche, una mala malísima, una bruja en toda regla.


Puente de los Agustinos. Tras pasar este puente de piedra, uno de los más coquetos de los que cruzan los canales, nos encontramos en la confluencia de las calles Spanjaardstraat (calle de los españoles) y de la calle Kortewinkel. Allí podemos ver una casa que fue un convento y que según cuentan los brujenses, está encantada. La historia os sonará, de relaciones imposibles en conventos está el mundo lleno. Un cura le tiraba los trastos a una monja y cuando fue rechazado porque ella había entregado su vida a Dios, la asesinó y se suicidó. Pues resulta que los espíritus vagan por la casa, arrastrando sotana y hábito respectivamente.



El oso. Un plantígrado podría ser el primer habitante de Brujas si hacemos caso a la leyenda. En esta ocasión tenemos a un conde, Balduino I, que secuestra a Judith, la hija de Carlos el Temerario. Al rey francés no le hace ni pizca de gracia tener de yerno a Balduino y lo envía hacia el norte, al lugar que hoy conocemos como Flandes. Del bosque salió un oso que el conde se encargó de atravesar con su lanza. El alma del animal se deslizó fuera de su cuerpo para colocarse en el escudo de Brujas. Una figura en Poortersloge (Pabellón de los ricos burgueses) recuerda esa historia.


Pintores flamencos. Menuda alineación, ni la selección belga del Mundial de 1986 ha mostrado un plantel igual de figuras. Jan van Eyck, Hans Memling, Hugo van der Goes, Roger van der Weyden, Gérard David, Robert Campim, Dirk Bouts… Los temas religiosos y espirituales estaban presentes en la mayoría de sus cuadros, con sus cielos y sus purgatorios. Y ya se sabe que en esa época las acusaciones de brujería, con final vuelta y vuelta en la hoguera de la plaza principal del pueblo, estaban a la orden del día. O los escarmientos. Vamos con un ejemplo de cada uno.
En el cuadro de Dirk Bouts La justicia del emperador Otón III, un díptico compuesto de las partes El suplicio del inocente y La prueba del fuego, se representa una ordalía del fuego, la prueba de una mujer ante el emperador tras haber decapitado a su marido, acusado falsamente de cortejo a la emperatriz. En la segunda parte del díptico, la emperatriz acaba en la hoguera mientras la viuda sostiene una barra de hierro incandescente en su mano como muestra de inocencia.
El escarmiento se muestra en un cuadro de Gérard David, El despellejamiento de Sisamnes. Con la piel de ese juez corrupto se forró el asiento sobre el que debía dictar sentencia su sucesor, que no era otro que su propio hijo. Podemos ver el cuadro en el Museo Groeninge.


Los cisnes. Los podemos ver dispersos por los canales o en alta concentración en el Minnewater, el lago del Amor. Los cisnes se han convertido en símbolo de la ciudad y, por supuesto, también cargan con una leyenda. Uno de los administradores de Maximiliano de Austria era Pieter Lanchals, cuyo apellido significa en neerlandés “cuello largo”. Cuando fue ejecutado por el pueblo, en 1488, Maximiliano ordenó que la ciudad mantuviera los cisnes hasta la eternidad. Probablemente haya detrás algo más lógico, como el afán procreador de cuatro “patos”, pero puesto que esto va de brujas y leyendas, compramos la historia.


Basílica de la Santa Sangre. Entramos en terreno pantanoso, con la iglesia hemos topado. Hay Santa Faz, Sábana Santa, sudario, Vera Cruz, Santa Sangre y hasta Santo Prepucio repartidos por iglesias, basílicas y catedrales de todo el mundo. ¿Pero qué tamaño tenía todo lo del buen Jesús? En fin, la Basílica de la Santa Sangre es una de las cuatro que conserva este tipo de reliquia, la de la sangre. Después de la misa es posible pasar a venerar la Santa Sangre y, si se considera, hacer una donación. En varias ocasiones, los miembros de la hermandad que la custodia han tenido que protegerla de calvinistas, franceses y de ellos mismos. El día de la Ascensión se celebra la Procesión de la Santa Sangre, declarada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
Una muerta que resucita. Brujas vivió su momento de mayor esplendor en el siglo XV. El Quijote refleja esa época dorada con un par de comentarios: dice de Clavileño que podría pasar por un corcel de tapiz flamenco y habla de chapadas mozas que podrían pasar por los bancos de Flandes. En Brujas se creó la primera bolsa de valores del mundo. Pero tras la muerte de María de Borgoña, precisamente por la caída de un caballo —las heridas no la mataron pero sí las infecciones—, la ciudad cayó en un olvido, en una decadencia que se alargó hasta finales del siglo XIX. Con la publicación en 1892 del libro Brujas la muerta, del escritor Georges Rodenbach, la ciudad apareció de nuevo en los mapas. Poco a poco, Brujas empiezó a recibir visitantes interesados en la tristeza y las brumas de los canales —Verhaeren llamó a los flamencos bebedores de lluvia y fumadores de bruma— a las que se refería Rodenbach en su libro. Hasta hoy no han parado de recibir turistas.
Toisón de Oro. En el interior de la iglesia de Nuestra Señora se conserva una tabla con los escudos de los treinta caballeros del Toisón de Oro. El principal requisito para ser miembro de la orden es que uno no fuera hereje. Eso sí, una orden muy católica, muy apostólica y muy romana pero con un símbolo pagano: el vellocino de oro. Aunque hay quien ve el episodio de Gedeón y el cordero, tras su victoria contra los madianitas, en el Toisón que cuelga de la insignia.
En la misma iglesia podemos ver la tumba de María de Borgoña y de su padre Carlos el Temerario, así como la excepcional obra de Miguel Ángel, La Virgen y el Niño.
Dijver. Es el canal más pintoresco, uno de los lugares del mundo en el que más fotografías se realizan. El canal que mira a la iglesia de Nuestra Señora y que también se asoma al Muelle del Rosario, la postal más repetida de Brujas. Un lugar así no podía quedar exento de leyenda. Cuentan que los druidas se reunían allí para sus asuntillos, pócimas de olla, ritos de muérdago, observación del canto de las aves y sacrificios varios. En Dijver hay un embarcadero para coger uno de los botes que navegan por los canales. Típico, turístico, pero a ver quién se resiste a la arquitectura de Brujas vista desde el agua.
Comer bien en Markt. Decidme si no es cosa de Brujas. Todo el mundo sabe que no se puede comer bien en los puntos más turísticos de las ciudades. Pero lo de Flandes con la comida hace muchos años que es asunto serio: alta densidad de estrellas Michelin, cervezas excepcionales, cocina muy cuidada casi en cualquier sitio. Y para muestra el centro de Brujas, la plaza Markt. No es barato, tampoco caro. Pero la experiencia de comer en uno de los restaurantes, el Huyze die Maene, fue totalmente satisfactoria. Desde los clásicos mejillones con patatas hasta platos más elaborados. Y los postres, qué postres.


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