Durante siglos, el único interés de los europeos por la tercera ciudad de China fue ver qué podían sacar por su puerto. Hoy, en Guangzhou podemos ver la transformación que están sufriendo las grandes ciudades chinas y el complicado equilibrio entre la economía y las tradiciones, además de probar la deliciosa gastronomía cantonesa.
El símbolo de Guangzhou es una estatua con cinco cabras en el parque Yuexiu, uno de esos espacios verdes que dan un poco de aire al exceso, a la velocidad con la que están creciendo y cambiando las ciudades chinas. Es un pedazo de cemento esculpido, sin mucha gracia, blancuzco, por el que los cantoneses sienten adoración: la leyenda sobre la que basan la fundación de la ciudad habla de cinco seres celestiales que bajaron a lomos de cabras para repartir mazorcas de maíz entre la población hambrienta. A poca distancia de allí, la altura en pisos de los edificios se cuenta por decenas. Se construye a un ritmo vertiginoso, que solo se detiene ante los caprichosos designios del luopan, la brújula feng shui: no se coloca ni un solo ladrillo si los vientos geománticos no soplan a favor.
Lo que tiene de favorable para el comercio disponer de salida al mar a través del río de las Perlas —Zhujiang— también lo tuvo de atractivo para los europeos. Si rascamos en la historia tenemos que hablar de Cantón y no de Guangzhou —el nombre chino no fue adoptado hasta 1918—, y del empeño con el que portugueses, británicos, holandeses y franceses se dedicaron a esquilmar el país, sacando por el puerto de Cantón todo el té, la porcelana y la seda que pudieron durante los siglos XVI y XVII. Un siglo más tarde fue el opio que venía de India. Los británicos vieron que era el mejor puerto para proporcionar a Europa ‘su medicina’. Cuando los chinos dijeron basta se destruyeron toneladas de opio en Cantón, hecho que sirvió de germen a la primera de las Guerras del Opio. El Tratado de Nankín, que puso fin al primero de los conflictos, dejó Hong Kong en manos británicas y el puerto de Cantón como uno de los cinco de conveniencia para que los británicos pudieran comerciar —trapichear— a sus anchas.
De aquel pasado colonial apenas ha quedado la isla Shamian, en realidad un banco de arena junto al río conectado a la ciudad por varios puentes. En las construcciones de Shamian todavía se pueden ver algunos sillones de mimbre en las terrazas, los ventiladores en el techo y las contraventanas de madera, pero el edificio donde ordeñaban las vacas para proveer de leche a la colonia europea es ahora un club nocturno y la gran franquicia del mundo del café ocupa otra de las casas. Pese a ello, es uno de los lugares más agradables de la ciudad. Podemos pasear por la zona ajardinada que ocupa el centro de la avenida principal, leer las placas que explican las funciones que tuvieron las diferentes casas o hacernos fotos junto a las numerosas esculturas de bronce que representan a músicos, colegiales o fotógrafos. Liwan, la zona donde se encuentra Shamian, fue junto a Yuexiu el centro de la ciudad, la cuna de la cultura cantonesa en época imperial. Ese centro, debido al enorme crecimiento de los últimos años —hablamos de una de las conurbaciones más grandes del mundo—, queda ahora mucho más difuso, con más protagonismo para las zonas de Old Canton y Zhujiang New Town.
New Town es el reflejo de las palabras que Deng Xiaoping pronunció tras su famoso ‘viaje al sur’, hace 25 años, en el que visitó la ciudad de Cantón entre otras: “Enriquecerse es glorioso”. La liberalización de la economía ha llenado New Town de cristal, acero y edificios con firma que provocan dolor de cuello. Al final del conglomerado donde se manejan los asuntos financieros, hay una pequeña ciudad consagrada al desarrollo cultural. El edificio del museo de Arte Popular de Guangdong, obra del estudio de Hong Kong Rocco Design, está inspirado en el arte tradicional chino, el exterior representa una caja lacada como contenedor de toda la riqueza de la artesanía china. Para la Opera House, Zaha Hadid jugó con los paisajes naturales y la interacción con la arquitectura, el diseño resultante recuerda a los valles fluviales y la transformación de las piedras por la erosión del agua. El exterior del edificio sirve de campo de juegos para niños que chutan por primera vez una pelota y virtuosos del patín. En el bar exterior de la ópera suele haber música en vivo, un chaval con una guitarra acústica interpreta clásicos de The Rolling Stones y The Beatles. Los números de la Nueva Biblioteca, obra del estudio japonés Nikken Sekkei, son abrumadores: 100.000 metros cuadrados, 4 millones de libros —también en otros idiomas— y capacidad para 15.000 personas en sus grandes salas de lecturas con accesos abiertos y directos a los libros. La fachada está diseñada para simular un montón de libros apilados. Un buen momento para recorrer la zona es al caer la noche, cuando todos los edificios están iluminados. Desde el cercano río podemos ver la torre de televisión de Cantón, inaugurada para los Juegos Asiáticos de 2010, con su espectáculo de luces.
Pese al evidente tirón de la nueva religión de culto al yuan, la gente sigue acudiendo a los templos. Gente de toda edad y condición. Acude el estudiante, el tendero y el ejecutivo. Por la mañana temprano, son las mujeres las que llegan por turnos —reflejados en una pizarra— a rezar y cantar en los templos, sobre todo las mayores que disponen de más tiempo libre. Los templos parecen las únicas estructuras que parecen estar a salvo del avance del ladrillo. No solo se conservan los más antiguos sino que se siguen construyendo nuevos lugares para el culto a imagen y semejanza de los que cargan con siglos a sus espaldas. Un ejemplo es el templo del Gran Buda, en el corazón del distrito consagrado a las compras Beijing Road. Es la excepción que confirma la regla: la China más tradicional parece ir quedándose sin fuelle mientras que el skyline de la ciudad incorpora cada poco tiempo un nuevo rascacielos.
Old Canton, la parte antigua de la ciudad, tiene un complicado futuro por delante. Las casas y comercios están alquilados por largos periodos y renta antigua, pero donde los locales ven el modo de vida que heredaron de su familia, los propietarios imaginan rascacielos y centros comerciales. Por esas viejas calles, con casas de tamaño comprensible, es fácil ver a un grupo de vecinos en la calle jugando una partida al mahjong o a vecinos de negocio improvisando un damero en el que las fichas son piedras o pedazos de goma recortados con forma cuadrada. Es el lugar de los pequeños restaurantes donde cuelgan pedazos de cerdo rustido y patos laqueados, de las tiendas de medicina tradicional, de vendedores de té de mil clases y de las tiendas de animales. Algunos de esos animales despiertan la curiosidad de los turistas, como los barreños repletos de pequeños escorpiones, las ranas o las tortugas. Los lazos de raso barato con los que adornan las cabezas de gatos y perros hace pensar que son vendidos como mascota, pero estando en un pueblo que hasta hace pocos años decía que comía cualquier cosa con cuatro patas excepto una mesa, con alas excepto un avión o que nadara excepto un submarino, siempre te queda la duda. Lo de los peces, en cambio, es cosa del feng shui: las peceras son símbolo de buen augurio, aunque resulta raro verlos expuestos en bolsas de plástico transparente.
En los numerosos mercados de comida, los padres tienen a los niños más pequeños sobre el mostrador mientras despachan coliflores, carne o limpian el pescado. La gente hace la compra a diario, incluso dos veces al día para preparar la comida y la cena. En la mayoría de restaurantes chinos, repartidos por los barrios de la geografía española, se sirve algo parecido a cocina cantonesa, la parte de la gastronomía china que nos resulta más familiar aunque solo sea por el nombre de los platos. La realidad es que, generalmente, poco tiene que ver con la que se prepara en Guangzhou.. El chef Bob Wu trabaja en el restaurante del LN Five, un pequeño hotel boutique asomado al río. Lleva más de 30 años entre fogones, recuerda que desde niño le gustaba enredar en la cocina de su casa, donde aprendió las cosas básicas: “Frescura y control absoluto de la temperatura y de los tiempos de cocción. No hay más secreto, la cantidad de picante en la cocina cantonesa suele ser inversamente proporcional a la frescura del producto. Nuestra provincia tiene los mejores recursos agrícolas del país, y además tenemos todo el pescado y el marisco que llega por el mar de la China Meridional”. Guangzhou es uno de los sitios donde todavía permanece viva la tradición del yum cha, cuya traducción literal es ‘beber té’. En las mañanas del fin de semana, tras hacer taichí en el parque o dar un paseo, la familia se reúne para compartir mesa y comer los deliciosos dim sum y beber enormes cantidades de té. “La fidelidad y el respeto por nuestras tradiciones nos hace tener la vista en el suelo y no perdernos en las alturas de los nuevos edificios”, me cuenta el cocinero.
No vamos a decir que una ciudad tan poblada está libre de polución, pero se hace todo lo posible por combatirla. Su sistema de transportes ha sido premiado por el Instituto para la Política de Transporte y Desarrollo (ITDP en sus siglas en inglés), gracias a sus líneas de autobús de tránsito rápido, que conectan directamente con la estación de ferrocarril, y los carriles para bicicletas. Hay un sistema de alquiler de bicicletas que funciona con una App. Se deposita una fianza al registrarse y, mediante un código QR que abre el candado, se dispone de una bicicleta que se puede coger y dejar en cualquier punto de la ciudad. El GPS de cada bicicleta envía los registros a la App y así podemos saber dónde está disponible la más cercana al punto en que nos encontremos.
Finnair es una de las mejores opciones para volar a Guangzhou por la rapidez de la conexión en Helsinki, lo que reduce las horas totales de viaje. La ruta es estacional, con tres vuelos por semana hasta el 28 de octubre. Disponen de vuelos a Helsinki desde Barcelona y Madrid, con frecuencia diaria, y desde Málaga cinco días a la semana. Precios de vuelos a Guangzhou desde 449 euros en clase turista y desde 2.040 en clase Business. Más información en la página de Finnair.
Dónde dormir
LN Garden (Huanshi Dong Lu 368). Es uno de los hoteles más grandes de la ciudad. La impresionante recepción da paso a una zona de jardines con cascada. Tienen diferentes restaurantes, desde The Connoiseur de influencia francesa hasta Lai Wan Market, donde sirven uno de los mejores dim sum de la ciudad. En la planta 30 hay una zona de desayuno con vistas de 360 grados sobre Guangzhou.
LN Five (Yanjiang Road 277, distrito Yuexiu). Hotel de diseño contemporáneo con motivos de artes tradicionales en la decoración. El bar 5 es uno de los lugares de moda, con vistas al río de las Perlas y buenos cócteles. Pertenece al grupo Small Luxury Hotels of the World.
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