El calor y la humedad son sofocantes. Como cada día, me cuesta seguir al señor Baware que se mueve por el sinuoso sendero de la selva sin apenas hacer ruido. De vez en cuando se para y me señala alguna cosa interesante que ver o que fotografiar: una larva de cigarra trepando por un tronco, una higuera estranguladora, un martín pescador inmóvil… El bosque lluvioso revela lentamente sus secretos.
Untu Baware es de aquellas personas que parecen formar parte del bosque. En los últimos años se ha dedicado a guiar a ornitólogos y naturalistas por los intrincados senderos de Tangkoko, reserva natural situada en el extremo oriental de la isla de Sulawesi, en Indonesia.
Viajé a este prístino lugar con la intención de fotografiar sus aves endémicas, principalmente al cálao grande de Célebes (Aceros cassidix). Esta ave de gran tamaño habita el espeso dosel del bosque lluvioso y está seriamente amenazada a causa de la destrucción de su hábitat y de la caza.
Los cálaos poseen un pico formidable sobre el que presentan una protuberancia córnea hueca, una especie de “casco”, que utilizan como caja de resonancia para amplificar su reclamo y como indicador de su estado fisiológico y, especialmente, sexual. De ahí que el naturalista sueco Carl von Linné les asignara el nombre científico Buceros, que en latín significa “con cuerno de buey”.
Otra de sus características es que el lento batir de sus alas produce un sonido parecido al de una locomotora de vapor por carecer de infracoberteras alares —las plumas que permiten un flujo aéreo laminar—. Es por ello que sus aleteos pueden oírse a varios kilómetros de distancia.
Pasamos varios días recorriendo el bosque de Tangkoko hasta que localizamos una pareja de cálaos que visitaba con asiduidad un enorme árbol en busca de alimento. Largas esperas dieron como fruto esta imagen donde se puede ver al macho posado en una rama luciendo su magnifico casco rojo.
Saboreando mi último nasi goreng en Sulawesi, Untu me contó una historia acerca de la reproducción de los cálaos. Después de haber encontrado una oquedad propicia para el nido en el tronco de un árbol, la hembra se encierra obstruyendo el acceso con un tabique hecho de sus propios excrementos, en el que deja únicamente un pequeño orificio. Durante la incubación y la crianza de los pequeños, el macho se encarga de procurar alimento para su familia confinada en el interior del nido.
Cuando las crías estén listas para volar el tabique será destruido y los “prisioneros” volverán a la libertad, pero esto será ya la excusa de otro viaje y de otras fotos.
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Qué pájaro tan bonito. Tiene que ser muy impresionante verlo en la realidad.