Quisieron los hados que Miguel Delibes naciera frente al Campo Grande y sus grandes espacios donde respirar. Decía el escritor vallisoletano que, al comenzar a escribir, la literatura y sus sentimientos se imbricaron para que su narrativa tuviera a Valladolid y a Castilla como fondo y motivo. Y es a la capital castellana a la que dedicó su última novela. El hereje habla de Valladolid desde su dedicatoria hasta su escena final en los quemaderos del Campo Grande. Hay otros libros del autor muy vallisoletanos, pero en ninguno se perfila la ciudad de una manera tan nítida. En las novelas de Miguel Delibes no sólo el paisaje es reconocible.
Es fácil adivinar rasgos castellanos en su galería de personajes, única en la narrativa española del siglo XX. Uno de ellos incluso, el protagonista del relato La partida, recibe el mote de Valladolid. Habla el escritor de que sus novelas las pueblan perdedores, pero pocas veces los perdedores suscitaron sentimientos tan entrañables en el lector. Cecilio Rubes de Mi idolatrado hijo Sisí, el Nani de Las ratas, Azarías de Los santos inocentes o el último, Cipriano Salcedo, permanecerán para siempre en el haber sentimental del lector delibeano.
Tras los pasos de El Hereje
La ciudad propone utilizar las páginas de El hereje como guía. El marco de la novela es el Valladolid del siglo XVI, una época en la que la afición a la lectura llegó a ser tan sospechosa que el analfabetismo se hacía deseable y honroso. El protagonista, Cipriano Salcedo, viene al mundo en una casa de la corredera de San Pablo, precisamente el día en que las Tesis de Lutero provocan el cisma de la iglesia. La calle, hoy conocida como de las Angustias, se encuentra cerca de la plaza de San Pablo y ese impresionante retablo adelantado que es la fachada de la iglesia homónima. Mezcla de estilos isabelino y renacentista, la iglesia de San Pablo vio el bautizo de Felipe II gracias a una pequeña trampa. El futuro rey nació en el palacio de Pimentel, hoy sede de la Diputación Provincial, y como la fachada pertenecía a otro barrio sus padres dispusieron la abertura de una ventana lateral por donde asomar al recién nacido para que pudiera ser bautizado en San Pablo. En la iglesia sitúa Delibes la Conferencia de Valladolid, donde se debate acerca de la vida y obra de Erasmo, y es también aquí donde entierran a Doña Catalina de Bustamante, madre del protagonista que pide ser enterrada en el atrio porque en el interior había «unos desagradables efluvios que quitaban la devoción». Frente a la iglesia encontramos el antiguo Palacio Real, de los tiempos en que la Corte se desplazó a Valladolid y que actualmente es sede de Capitanía.




Por el lateral de San Pablo se llega al colegio de San Gregorio, sede del museo Nacional de Escultura. Si espectacular es la fachada de San Pablo, ésta no le va a la zaga. Obras de Juan de Juni, Gregorio Fernández o Berruguete, el escultor de moda en la época en que data El hereje. No había familia que se preciara sin un Berruguete en su casa. La ruta parte ahora en busca de la plaza de Fabio Nelli. Por el camino se encuentra el palacio del Licenciado Butrón, oidor de la Cancillería en el que, probablemente, se inspira el personaje del tío de Cipriano. En palacio de Fabio Nelli, actualmente sede del museo Arqueológico, podemos hacernos una idea de cómo era la vivienda de una persona con ciertas dosis de poder e influencia en el Valladolid renacentista. La calle Expósitos conduce a la plaza de la Trinidad donde se evoca el hospital de Expósitos.
Por mediación de su tío, estudió Cipriano junto a aquellos niños abandonados que cantaban las letanías con un énfasis directamente proporcional a la donación económica hecha al hospicio. La iglesia de San Nicolás daba paso a la judería de la que hoy no queda rastro y que albergaba los almacenes de las lanas con las que comerciaban en Flandes. La situación de la judería era estratégica por la cercanía del puente Mayor sobre el Pisuerga. De lo que sí queda -no sólo rastro, sino también presencia- es del convento de Santa Catalina, donde moraban algunas de las monjas implicadas en el proceso inquisitorial que derivó finalmente en el auto de fe. Anexa al Patio Herreriano, la capilla de Fuensaldaña fue el lugar donde fue enterrada doña Leonor de Vivero, madre del doctor Cazalla. La prolongación de la calle recibe el nombre del doctor, ya que allí estuvo ubicada la casa de la familia Vivero, lugar de encuentro para la celebración de conventículos o conciliábulos, reuniones donde se ponían en duda verdades verdaderas para abrazar las nuevas tesis propuestas.




Los autos de fe
El lugar de confluencia de las dos comitivas, la de los condenados y la Real, fue la plaza de la Fuente Dorada. El destino de ambas era la plaza Mayor, donde se celebró el auto de fe. Cerca de la plaza de la Fuente Dorada ubica Delibes la Taberna del Garabito, donde el padre de Cipriano tomaba un vino que con cuatro vasos nublaba la inteligencia. Hoy en día, ese vino ha sufrido una transformación cualitativa y Valladolid y su provincia cuentan con algunas de las mejores denominaciones de origen de todo el panorama vinícola español. Es la plaza Mayor, denominada antaño plaza del Mercado, el epicentro de la historia. Concluye El hereje con la celebración del auto de fe de 1559 y su posterior sentencia. En realidad fueron dos los autos celebrados en la plaza del Mercado. El primero el 21 de mayo y el último el 8 de octubre. Los libros de historia certifican que algunos de los personajes de la novela de Delibes no son producto de la imaginación del autor. Así, en el primer auto fueron condenados el doctor Cazalla y las monjas de Santa Catalina.




También el Licenciado Herrezuelo, el único que no se retractó y fue quemado vivo, por lo que guarda gran similitud con el personaje de Cipriano Salcedo. El segundo auto de fe, esta vez con la presencia del rey Felipe, originó la condena de Carlos de Seso y fray Domingo de Rojas entre otros. Tras la condena fueron conducidos en mulas, con los correspondientes sambenitos colgados, hacia el actual Campo Grande, eufemísticamente llamado por el pueblo «brasero de herejes». Hoy, el Campo Grande es un agradable lugar donde los vallisoletanos acuden en sus ratos de asueto. A Miguel Delibes, que se declaró allí a su novia Ángeles de Castro, le gustaba compararse con uno de aquellos árboles que han crecido allí donde los plantaron y comentaba que cualquier traslado hubiera supuesto el desgarramiento, el dolor y los riesgos propios de un trasplante. Por eso fue fiel a su escenario vital, porque necesitaba a Valladolid. Cuando recibió el premio Cervantes, en 1994, dijo: «Yo no he sido tanto yo como los personajes que representé en esta carnaval literario. Ellos son, pues, en buena parte mi biografía».
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