Camino despacio, me voy adentrando en el Parque Nacional Kaeng Krachan en Tailandia. Estoy muy concentrado, como queriendo flotar, dando frágiles pasos de bailarina sobre la espesa capa de hojas que cubre el suelo del bosque. Las probabilidades son remotas, pero transitar por un sendero donde aún es posible toparse con un leopardo de Indochina o un Gaur (bóvido salvaje de costumbres crepusculares) añade un plus de tensión a mi paseo matinal. Unos metros más arriba, en el iluminado dosel, cálaos y barbudos disfrutan absortos del banquete que les proporcionan los abundantes frutos de una higuera estranguladora.
Sigo la dudosa senda que serpentea por la profundidad de la selva. De vez en cuando aparece algún tímido riachuelo, que requiere de toda mi atención para mantener los pies secos. A mi alrededor, mariposas de todos los tamaños y colores forman nubes efímeras. Es también la hora de los gibones de manos blancas que, a base de largos y penetrantes gritos, defienden sus territorios con determinación.






Esto es sólo una pequeña muestra de la naturaleza, todavía prístina, de Kaeng Krachan, el Parque Nacional más extenso de Tailandia. Gracias a su situación geográfica, a caballo entre Asia continental y la península de Malasia, especies similares superponen aquí sus áreas de distribución, como los abejarucos barbirrojo y barbiazul, que marcan en el parque sus límites septentrional y meridional respectivamente. Por todo esto y por mucho más, Kaeng Krachan es uno de los mejores espacios naturales para la observación de aves de todo el sudeste asiático, con una lista que sobrepasa las cuatrocientas especies. Su paisaje montañoso y abrupto hace soñar a cualquier intrépido naturalista con el descubrimiento de alguna nueva y misteriosa criatura para la ciencia… quién sabe si aún es posible.





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