Hace pocos días, un equipo formado por miembros de la Wildlife Conservation Society (WCS), de la universidad de Leeds y del distrito de Waygal en Nuristán (Afganistán), publicó un estudio con observaciones recientes del desconocido ciervo almizclero de Cachemira (Moschus cupreus). No se tenían noticias de su presencia en Afganistán desde el año 1948, en que una expedición danesa recorrió el noreste del país. Desgraciadamente, la inseguridad hizo que el equipo de la WCS abandonara la zona en 2010 y actualmente sólo mantiene contactos esporádicos con los naturalistas locales.
Durante una visita al corazón del Himalaya de Nepal, tuve un fugaz encuentro con una de las siete especies de ciervos almizcleros que existen, el ciervo almizclero del Himalaya (Moschus leucogaster). Todas comparten un aspecto similar, caracterizado por los largos y afilados colmillos —que crecen durante toda su vida y pueden alcanzar los diez centímetros de longitud— que utilizan los machos en la época de apareamiento para competir con otros individuos. Un cuerpo compacto y la ausencia de cuernos les permite pasar desapercibidos y moverse fácilmente por los bosques que frecuentan. Sus hábitos crepusculares dificultan aún más su observación en estado salvaje.
Un preciado tesoro
Las siete especies del género Moschus se encuentran gravemente amenazadas debido a un particular tesoro que esconden los machos en su cuerpo: el almizcle. El almizcle o kasturi es una secreción oscura y de textura resinosa contenida en una pequeña glándula recubierta de pelo y situada en el abdomen de los machos. Esta sustancia la emplean para marcar su territorio y disuadir a posibles rivales.
Estos discretos cérvidos son perseguidos en toda su área de distribución a causa de esta sustancia —apreciada en cosmética como fijador y utilizada en medicinas tradicionales indias como la ayurveda o la siddha— y que puede alcanzar en el mercado negro precios superiores al oro (en torno a los 45.000 dólares el kilo).
Existen referencias al almizcle en los relatos de Marco Polo y parece ser que los árabes lo utilizaban hace siglos en la construcción de las paredes de sus mezquitas para dotarlas de un olor especial.
Actualmente es una suerte poder observar en libertad alguna de las siete especies de esta familia y el Parque Nacional Sagarmatha, en el Himalaya nepalí, es un buen lugar para intentarlo.
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