En La vuelta al mundo de un novelista, Blasco Ibáñez habla de su paso por Japón*. Han cambiado muchas cosas desde su viaje en 1923, cuando Japón hacía apenas medio siglo que había salido de su particular Edad Media. Entre las descripciones que hizo de Kioto encontramos detalles muy acertados, cosas que han cambiado radicalmente y otras en las que no tengo más remedio que, perdonadme la licencia, contradecir al novelista.
Blasco Ibáñez dijo que en Kioto apenas se veían extranjeros. Actualmente, los grupos de turistas chinos, coreanos y por supuesto japoneses, no dan tregua a una ciudad que parece no tener temporada baja. Cada vez es más difícil encontrar alojamiento si no se reserva con mucha antelación. Se puede asistir a un desfile permanente de chicas jóvenes –generalmente extranjeras— ataviadas con el tradicional kimono que visitan los principales puntos de interés para hacerse miles de selfies. Pese a todo, considero imprescindible la visita a Kioto en cualquier recorrido que se haga por Japón.




Kioto fue capital del país durante once siglos, época en que el mikado (emperador) perdió todo el poder en favor de los shogunes (militares) y pasó a ocuparse, únicamente, de los asuntos religiosos. El carácter de la capital fue teocrático, se levantaron magníficos templos —se conservan centenares— y los japoneses la conocieron con el sobrenombre de “La Santa”. Durante los tres shogunatos que vivió Japón hubo declive, momentos de estabilidad y también llegó el aislamiento del país mediante el cierre de fronteras. Tan solo se permitió el comercio a holandeses y chinos porque aceptaron condiciones absolutamente abusivas.
En contraste con la actual capital de Japón, Tokio, Kioto escogió crecer horizontalmente: hay muy pocos edificios altos. La ciudad es bastante plana y la mayoría de distancias son asumibles a pie.
Cuando no es el caso, es muy aconsejable hacerse con una tarjeta de transporte diaria para los buses —cuesta 500 yenes cuando el precio de un solo viaje es de 230— o trasladarse en bicicleta.
“Solo con esfuerzo de la imaginación pueden encontrarse interesantes estos monumentos imperiales de Kioto, que parecen por su forma exterior unas lujosas y enormes caballerizas de Inglaterra”, dejó escrito Blasco Ibáñez para referirse a los templos y santuarios de la ciudad. Cierto es que no son catedrales góticas o barrocas, pero de ahí a decir que son establos hay un mundo.
En una ciudad con un catálogo de arquitectura religiosa tan extenso, ¿por dónde empezamos si no disponemos de mucho tiempo? Una buena idea es seguir la lista del Patrimonio de la Humanidad. Son más de una docena, los más destacados y concurridos son los de Kinkakuji y Ginkakuji, pabellones de Oro y Plata respectivamente, ambos con hermosos jardines; Kiyomizudera —en mi opinión sobrevalorado a no ser que se visite durante la floración de los cerezos o con el esplendor del otoño—, los templos Toji y Nishi-Honganji; los santuarios Kamigamo y Shimogamo y el conjunto de templos budistas de Enryakuji. Alguno de los templos todavía conserva algún rincón con “suelos de ruiseñor”, de madera, llamados así porque denunciaban las pisadas, por leves que fueran, de los visitantes. Como curiosidad, decir que a Kiyomizudera también van las jóvenes casaderas para ver qué tal les irá la cosa: caminan a ciegas hasta una piedra, leen papelitos con la fortuna escrita o hacen ofrendas con mensajes, siendo la más cara la que promete “atar fuertemente a tu amor”.
En la lista de la Unesco también encontramos un curioso templo, Ryoanji, donde lo más destacado es su karesansui, jardín seco más conocido como jardín zen. Si aquí nos dieran unos árboles, algo de gravilla y un par de bancos probablemente tendríamos un escenario para el botellón. En Japón prefieren crear un espacio para la contemplación, donde las ondas rastrilladas alrededor de las rocas representan las del mar. Simplicidad, simetría, belleza del vacío, terapia de choque contra el horror vacui. Que no te extrañe si, al mirar el jardín desde la plataforma elevada, te sorprendes buscando el kiregi —palabra corte— y el kigo —elemento de vinculación con la naturaleza— necesarios para armar un haiku. Apetece.


Sin estar en la lista Unesco, merece mucho la pena pasarse por el templo Sanjūsangen-dō para ver sus 1.001 estatuas de las diosa Kannon y por los santuarios Yasaka y Heian, este último precedido de un enorme torii, el arco que hay a la entrada de los santuarios sintoístas. Cuando el emperador perdió su papel divino los toriis se convirtieron en poco más que arqueología, pero la genta todavía pasa bajo ellos con enorme respeto. El de Heian es uno de los más grandes de Japón. Otro de los santuarios importantes, al sur de la ciudad, es el Fushimi Inari Taisha con su sendero de toriis rojos. Conviene acudir muy temprano, al amanecer, a partir de las 9 de la mañana el lugar se masifica y el paseo entre los arcos pierde todo su encanto.
Madrugar para visitar el templo Fushimi Inari Taisha puede tener la recompensa de ver a algún kannushi —sacerdote sintoísta— celebrando sus ceremonias.





*Gadir tiene editado, bajo el título Japón, la parte dedicada al país nipón de La vuelta al mundo de un novelista de Blasco Ibáñez.
Este artículo continúa aquí.
Cómo llegar. Una de las mejores opciones para volar a Japón es la que ofrece Finnair, que vuela vía Helsinki desde Barcelona y Madrid (diario) y desde Málaga (5 veces por semana). La rapidez de la escala en Helsinki hace que el tiempo total de vuelo sea inferior a las opciones de otras compañías. Sus vuelos son a Tokio, Osaka, Nagoya y Fukuoka. Es posible encontrar precios (ida y vuelta, con maleta facturada incluida) desde 555 euros en clase turista y desde 2.550 euros en business.
Dónde Dormir. Blasco Ibáñez habla de una Balada de la hotelería japonesa que algunos hoteles tradicionales tenían escrita en su entrada: Un hotel es un ciruelo / cargado de ricos frutos; / ruiseñores son los huéspedes / cobijados en sus ramas. Sin llegar a este extremo cursi, la anécdota nos puede servir para hablar de la amabilidad y educación con la que me trataron en el hotel Hyatt Regency, ubicado junto al templo Sanjūsangen-dō. Tiene el mejor olor de recepción que me he encontrado en mis viajes por el mundo. Muchas de sus habitaciones, así como el restaurante donde se desayuna, tienen vistas a un jardín zen.
Más información
Puedes encontrar completa información en español en la página de Turismo de Japón.
Deja un comentario