Quienes han recorrido un poco el mundo saben que los tópicos viajeros son simplemente eso: tópicos. Ni aquí bebemos sangría cada día, ni todos los norteamericanos son lerdos, ni en Japón todo el mundo lee manga en el metro. Tampoco todos los jamaicanos fuman marihuana ni se pasan el día en la playa bailando reggae. Pero ya que hablamos de este particular país diremos que en Jamaica, quizás, se repiten algunos patrones más que en otros lugares. El reggae suena, por supuesto, pero en mayor medida lo hacen el dub y el lover’s rock, estilos que tienen más adeptos entre la juventud. El ron es la bebida nacional, sí: el de marca, el de marca blanca y el que algunos destilan en sus garajes. Y finalmente he llegado donde quería llegar: a las rastas, una estética que sigue dominando el paisaje capilar de muchos en Jamaica.
El título de este artículo —una conocida canción de Bob Marley— alude directamente a las creencias rastafaris: Zion es Etiopía, “la Tierra Prometida”; y Lion se refiere al León de Judá que lucía la bandera de ese país en tiempos de Hailè Selassiè.
¿De dónde viene ese particular modo de peinarse?
El tema es mucho más profundo de lo que parece. Los dreadlocks o rastas proceden del Norte de África, igual que muchos de los antepasados de quienes hoy pueblan esta isla caribeña; esclavos que fueron traídos para trabajar en los campos de azúcar de lo que entonces era una colonia británica. Los ingleses cambiaron el color de la piel de los habitantes del Caribe sustituyendo a los primeros habitantes de Bahamas, Belice o Jamaica por fornidos muchachos procedentes de Gambia, Senegal u otros puertos en la costa occidental africana. A principios del siglo XX, entre los descendientes de estos esclavos surgió una doctrina que proclamaba que la raza negra tenía su hogar espiritual en África, y que todos los hombres negros están destinados a volver al continente madre. Esta doctrina se acompañaba de una profecía: “en África un hombre negro será coronado rey y liberará a la raza negra del dominio blanco”. Y así fue como la casualidad —y un golpe de estado— quiso que, en 1930, el señor Ras Tafari subiera al trono como Emperador de Etiopía tomando el nuevo nombre por el que la historia le recordaría: Hailè Selassiè. No hizo falta más. Los seguidores de la doctrina jamaicana proclamaron que su profecía se había cumplido. Nacía una nueva religión que bautizaron rastafarismo en honor a su Mesías, y sus seguidores, de paso, copiaron el peinado que el emperador etíope solía lucir en sus actos públicos: las ras-tas.
El resto de la historia es sobradamente conocido. El más popular de todos los jamaicanos y devoto seguidor de esta religión, Bob Marley, se encargó de dar a conocer al resto del mundo el rastafarismo a través de las letras de sus canciones y de algo que no pasó desapercibido: su peinado. Actualmente hay unos 100.000 rastafaris en Jamaica, y algunos de sus líderes siguen en su lucha para que la Reina Elizabeth II (Jamaica es miembro de la Commonwealth) les repatríe a África. Mientras esperan su redención, los rastafaris, con su espiritualidad y su particular modo de vida, han pasado a formar parte indivisible del paisaje humano de este país del Caribe.
Ah, y ¿qué sucede con la marihuana? esa ganja a la que Bob Marley cantaba: I’m gonna smoke’a de ganja until I go blind. You know I smoke’a de ganja all a de time. Simplemente es una herramienta. Un vehículo que ya utilizaron —aún lo hacen— muchas tribus a lo largo de la historia de la humanidad para acercarse a la divinidad. Los rastafaris rechazan fumarla con fines lúdicos, ellos la usan en sus rituales religiosos. Y a pesar de lo que pueda parecer, ellos se la fuman en serio, muy en serio.
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