¿Por qué algunas carreteras son famosas y otras no? ¿Por qué algunas son simplemente famosas y otras realmente míticas? La Ruta 66 es un objeto de deseo para gente de todo tipo: rockeros entrados en años, beatniks desorientados, amantes de los coches antiguos y no tan antiguos, moteros con sobrepeso, románticos con chaqueta de cuero, seguidores de Kerouac y Steinbeck, fanáticos de Chuck Berry y Rolling Stones, devoradores de novelas, amantes del cine, nostálgicos de todo pelaje y consumidores de mitos en general.
La Ruta 66 no es una carretera más, es The Mother Road, la Madre de todas las Carreteras. Seguirla implica un viaje a los tiempos en que la gente cargaba sus trastos en un coche para atravesar el país y llegar a California —la tierra prometida— en busca del mar, de trabajo o de libertad. Demasiados ingredientes en el cóctel como para dejar indiferente a nadie. Por el camino, la Ruta ofrece paisajes que quitan el aliento, atracciones turísticas de todo tipo, moteles buenos, malos, regulares y malísimos, carteles chillones, chiringuitos indios, puestos de recuerdos baratos, restaurantes de comida rápida, gasolineras destartaladas, pueblos dormidos y ciudades fantasma. En resumen, una inmersión sin escafandra a lo más auténtico de la América profunda con salida a la superficie nada menos que en Los Angeles. La playa más rutilante de la ciudad más loca y pecadora de América nos da la bienvenida después de un viaje que, a buen seguro, nos habrá cambiado.
La verdad es que la carretera original acababa antes, pero alguien tuvo la idea de hacer coincidir el final de un recorrido de película con un decorado que estuviera a la altura, y Santa Mónica no defrauda. Después de pasar varios días recorriendo las soledades de Arizona y Nuevo México llegamos al trasiego febril de Los Angeles aturdidos. La ciudad es como una olla a presión y el impacto es realmente importante. Si decidís hacer la ruta completa tenéis que salir de Chicago y atravesar Misuri, Kansas, Oklahoma, Texas, Nuevo México, Arizona y California, con lo que le habréis cascado al coche, o a la moto, cerca de 4.000 kilómetros. Demasiados, pensarán algunos, pero la verdad es que se hacen cortos.
La primera sorpresa es que la Ruta 66 no sale en el mapa. Fue retirada de la red de carreteras en 1985 aunque quedan bastantes porciones intactas, señalizadas como “Historic Route 66” que nos permiten hacer el recorrido. Tras más de 20 años de abandono, muchos pueblos por donde pasa yacen en estado semivegetativo. Con suerte puedes encontrar un par de moteles abiertos, conviviendo con los cadáveres de negocios que vivieron su época de esplendor en los años 50 y 60. Por el camino, todo menos aburrimiento. Conviene tomárselo con calma y tiempo de sobra, porque ocasiones de parar vamos a encontrar unas cuantas. Cortos desvíos nos ponen a tiro el Gran Cañón, Monument Valley o Las Vegas, que ya justificarían por sí solos un viaje. Pero el encanto de la Ruta radica en esas pequeñas sorpresas que salpican todo el recorrido.
Excentricidades, como el motel Wigwam en Holbrook, Arizona, que ofrece habitaciones con forma de tienda india; los cadillacs empotrados en el suelo en Cadillac Ranch
en Amarillo, Texas; el Meteor Crater en Arizona; moteles de los Picapiedra o de dinosaurios; ciudades mineras y bares de moteros, de esos que has visto en las películas. Con mucho ruido y música en la gramola, con las motos aparcadas en la calle y todo el mundo bebiendo cerveza. Si has estado en el planeta Tierra los últimos años habrás visto unas cuantas películas de ésas y sabes de qué te hablo. Por todo eso y mucho más vale la pena hacer la Ruta y vale la pena hacerla bien, despacio y sin prisa. Yo había hecho algunas partes del recorrido con anterioridad, pero siempre por la autopista principal. En esos viajes en que te interesa ir del punto A al punto B en el menor tiempo posible y en los que el camino entre ambos no es más que un obstáculo que debes salvar de la manera más rápida y cómoda posible. Aquí estamos hablando de otra cosa. Como dijo alguien, el camino es más importante que llegar al destino, o algo por el estilo. Salir de la autopista es meterse en otro mundo. Y en ese mundo encuentras algo que no esperabas: la gente.
Circular por carreteras secundarias obliga a reducir la velocidad pero también invita a parar a menudo, a preguntar, a perderse. En el Sur de Estados Unidos compruebas que no sabes tanto inglés como tú pensabas, y que aquella gente tampoco es cómo tu pensabas. No te voy a decir si mejor o peor, eso dejo que lo decida cada uno. Es parte de la gracia del camino.
En moto o en motorhome es todo un referente. El camino de Santiago americano diría yo. Pero si a esto le añades la sutileza de una cámara y un fotógrafo detrás del visor, el resultado es épico.
Un abrazo