No está de camino a ningún sitio, nunca lo estuvo. El gran Machín le cantaba “A Baracoa me voy, aunque no haya carretera”, porque de hecho, hasta los años sesenta, era solo accesible por mar. Esa melodía acompaña, llega a perseguir al que llega hasta aquí en busca de “la más hermosa cosa del mundo” como definiera Colón a esta tierra en su llegada a la bahía. El hecho de que Baracoa haya estado aislada tanto tiempo ha contribuido a que su belleza tenga un punto salvaje. Los más de mil kilómetros entre los dos malecones, el famoso de la Habana y del que presumen en Baracoa, se pueden recorrer de diversas maneras. La cómoda, en casi dos horas de avión. La entrañable, por carretera. Con el precedente de aquellos lugares cantados por los genios de la trova, llegamos a Santiago de Cuba. Han quedado atrás Bayamo, alabado por Pablo Milanés, y los famosos Alto Cedro, Marcané, Cueto y Mayarí cantadísimos por Compay Segundo.
Desde Guantánamo, dice el chofer riendo, solo quedan ya 150 kilómetros por la conocida como Vía Mulata. Su risa es porque lo que queda es La Farola, primera mentira de bienvenida ya que es una farola que no alumbra. La sinuosidad del trazado construido para salvar la orografía del, hasta 1965, inexpugnable macizo de Nipe-Sagua-Baracoa podría ser mareante, en la acepción desagradable del término, pero lo impresionante del trazado no lo permite. Precipicios infinitos y densas selvas tropicales cubiertas de helechos antediluvianos y cruzadas por numerosos ríos conforman la barrera que divide el paisaje costero, casi desértico, de Guantánamo del paisaje tropical de Baracoa.
Por fin Nuestra Señora de la Asunción de Baracoa. En el trópico, tres grados de temperatura sobre la media son muchos grados. Y eso se nota en el carácter y en el ritmo que imprime a su vida la gente del lugar, entre la que es fácil adivinar, en lo físico, rasgos de los indios taínos, piel aceitunada, pómulos salientes y hermosos ojos. Baracoa significa “cercanía de mar” en lengua aruaca, y el mar, se quiera o no, también marca.
Convulsa algunas veces, en el ostracismo la mayoría, la historia de Baracoa no tiene desperdicio. El 27 de noviembre de 1492 el almirante Colón llegó a Baracoa y habló de hermosura, amabilidad y del desarrollo descendiente de los aruacos. Años más tarde, en 1511, el Adelantado Diego Velázquez de Cuéllar fundó aquí la primera población española en la isla, pasando a ser la capital política y el primer obispado. Cuatro años más tarde sobrevino el primer aislamiento de la ciudad al perder la capitalidad en favor de Santiago de Cuba. El nombre de Baracoa dejó de figurar incluso en el Archivo de Indias. Estos hechos favorecieron la llegada de corsarios y contrabandistas que pirateaban por aguas del Caribe, y que convirtieron a la ciudad en su guarida en las postrimerías del siglo XVI. Para poner freno a las incidencias comerciales de la piratería y al recrudecimiento de las rivalidades entre Inglaterra y España, a mediados del siglo XVIII llegó el periodo de expansión defensiva y es cuando se construyeron los grandes fuertes: el Matachín, el Castillo de Seboruco y el Fuerte de la Punta.
El 20 de septiembre de 1838 fue un día grande para la ciudad, el día que recibió de la reina María Cristina de Habsburgo su escudo con la inscripción “Omnium Cube urbium exigua tamet si tempore prima ferens” (Aunque pequeña ciudad de Cuba, siempre primera en el tiempo). Pero son las pequeñas historias las que te enganchan a esta tierra. Las de propios y las de los que llegaron. Cuentan que cuando Magdalena Rovenskaya pidió un billete al fin del mundo le dieron uno a Baracoa. Otra mentira, o dejémoslo en conveniente leyenda. La verdad es que, huyendo de la revolución bolchevique, La Rusa llegó hasta París para iniciarse como soprano. Casada con Albert Menasse, fueron los negocios de éste los que dieron con ellos en Cuba. Mujer culta —hablaba seis idiomas— y elegante, inspiró el personaje de Vera en la novela de Alejo Carpentier La consagración de la Primavera. Huyendo de una revolución acabó enganchada sentimentalmente a otra y ayudó con 25.000 dólares y su hotel, aún hoy en pie, a los barbudos.
En la plaza principal de la ciudad encontramos, delante de la iglesia, un busto que rinde tributo a Hatuey, el cacique indio que lideró la revuelta de los taínos ante los españoles. Bartolomé de las Casas cuenta en su Crónica de Indias que Huatey intentó agradar con areítos —bailes— a los españoles para evitar que los atacaran, y que arrojó a un río una cesta con joyas y oro diciendo que ese era el único Dios en el que creían los españoles. En esa época esas ofensas se pagaban caro. Camino a su ejecucuión, el religioso que oficiaba le instó a elegir entre convertirse para ir al cielo o ir al infierno. El cacique indígena preguntó si en el cielo había cristianos y al serle confirmado ese supuesto dijo que prefería ir al infierno. En el interior de la Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción se conserva la Cruz de Parra, que pasa por ser una de las 29 que Colón dejó en su primer viaje a América, lo que la convierte en el símbolo más antiguo del cristianismo en el continente.
La reserva de flora y fauna endémica es la más notable de la isla antillana. El carpintero real, el tocororo, ave nacional, el raro almiquí o las curiosas polimitas se encuentran en el Parque Nacional Alejandro de Humboldt, centro de la Reserva de la Biosfera Cuchillas del Toa. Todo el entorno de la reserva es propicio para la práctica del senderismo o el recorrido en cayucas por los numerosos ríos, como el Toa, el más caudaloso de Cuba y marcado por cascadas de diferentes alturas, siendo la más conocida El Saltadero, o el río Barigüita que con 194 metros es el más corto. Otros destacables son el Duaba, indisolublemente ligado a la historia del desembarco de Maceo en 1895 para reiniciar la Guerra de Independencia y, para seguir con las mentiras, el Miel y su bahía, un río que no endulza.
La excursión estrella de la zona es sin duda la que lleva hasta El Yunque, nuevo bulo pues no es de hierro. Colón describió en su cuaderno de bitácora esta elevación de 575 metros como “montaña alta y cuadrada que parece isla”. Otras de las excursiones interesantes que se pueden hacer por la zona son las que llevan a Bahía del Taco o al Balcón de Iberia. El litoral de Baracoa es una sucesión de playas casi vírgenes, a cada cual más apetecible. Playa Blanca, Duaba y la espectacular Maguana, de cristalinas aguas y arena blanca, son lugares perfectos donde relajarse tras una de las excursiones referidas.
La región también es conocida por los cultivos del café y del cacao, el mismo que cultivaron los franceses huidos de la revolución independentista de Haití a finales del siglo XVIII. No es difícil ver síntomas de la influencia gala en esta parte de la isla, entre ellos la arquitectura colonial de Baracoa. De hecho, existe una interesante y bien documentada Ruta del Cacao en Finca Duaba. Allí se pueden aprender los secretos y particularidades del cultivo de esta planta amiga de la sombra y en la que crece el codiciado fruto. El embriagador aroma del fruto transporta a todos esos momentos, casi prohibidos, en los que de niños hemos corrido al armario donde nuestra madre escondía el chocolate, para que luego más tarde fuera ese mismo aroma el que nos delatara, bueno, el aroma y la “extraña” capacidad menguante de la tableta.
Desde hace dos siglos el changüí es la expresión musical bailable preferida entre los baracoenses, sin olvidarse del Nengón, cuyo núcleo fundamental nace en la zona del Güirito. Para comprobarlo no hay mejor sitio que la Casa de la Trova Victorino Rodríguez, donde el showman que la regenta presenta los “flechazos musicales” o asalta a la concurrencia con preguntas del tipo “¿de que cementerio eres?” cuando el aludido supera ya una cierta edad. Los mojitos y demás combinados, con el ron siempre de protagonista, facilitan las risas y la camaradería entre los presentes. La Marímbula, el tres, el guayo, el bongó y las maracas forman llegan hasta donde no lo hace a bebida. De fácil identificación, se dice que el changüí es el padre del son.
El poeta y trovador cubano Lázaro García destacaba las excelencias de la ciudad y su música en poéticas sentencias, tan del agrado de los cubanos: “Baracoa es esencia, no sólo por premiada, sino por fresca lejanía; sus paisajes conmueven de tanto verde antiguo custodiando sus aguas, y sus hombres son mieles tributando los sudores que saben de cielos y cosechas. Tal vez sea por eso que esta música, nace más de los sueños que de las escuelas mismas, y estas voces se escuchan como un milagro tierno de semillas, que atesora la sangre, salvándola en su flor intacta y luminosa”.
Salgo de la Casa de la Trova, y mis pies desobedecen las órdenes de caminar sin contar, un, dos, tres… Fuera, en la plaza, no cesa la música. Un improvisado concierto de los grupos que van en busca de fortuna me regala esa última canción de Félix B.Caignet, y es así como a mis espaldas van quedando las notas que dicen: “Traigo rico mango del mamey y piñas que deliciosas son como labios de mujer…”
Si lo decía Colón… 😉