A vista de satélite la ciudad de Estocolmo, junto con su archipiélago, es como un enorme cristal que se ha hecho añicos, decenas de miles de islas salpicadas entre las costas de Uppland y Södermanland. Si pudiéramos disfrutar de esa vista desde el espacio durante los próximos días, seguro que veríamos miles de lucecitas que se encienden en los diferentes mercados de Navidad que se reparten por la ciudad de Estocolmo, construida sobre catorce de esas islas.
Estocolmo es una ciudad a la que le sientan estupendamente las alturas. Por un lado tenemos el mirador clásico, el del ascensor Katarina en la plaza Slussen. Por el otro, el más nuevo de todos, el Sky View en el moderno estadio Globen, una góndola que asciende hasta los 130 metros sobre el nivel del mar para ofrecer una amplia panorámica de la ciudad. Pero la más espectacular de las vistas llega del privilegio que tiene la capital sueca al ser una de las pocas ciudades del mundo en la que se permite, durante el periodo estival, hacer vuelos en globo aerostático, cuando el sol apenas se esconde tras el horizonte convirtiendo en perfectas siluetas las agujas de los edificios que desafían al cielo en Gamla Stan, el casco viejo de la ciudad.
Mercadillos navideños
Pero ahora ocurre todo lo contrario, hace días que el sol se muestra esquivo y apenas aparece algunas horas. El asunto de las estaciones lo dejan para la Europa meridional, por aquí se conforman con dos. Se empieza a intuir el largo invierno que ya lleva días insinuándose, cuando la ciudad se acurruca como un cisne con su espeso manto blanco y muestra su cara más idílica, la de perfecta postal nórdica. La aparente tranquilidad de ese periodo sólo se rompe con la celebración de los mercadillos navideños, cuando corre el vino caliente y las galletas de jengibre, los escaparates están de concurso y, por arte de birlibirloque, donde hace unos días hubo una plaza hoy hay una de esas pistas de hielo a la que tan aficionados son los holmienses. Es la condición bifronte de uno de los mapas más caprichosos de la geografía europea, un conjunto de islas entre el lago Mälaren y el mar Báltico unidas por más de cincuenta puentes.
Estos próximos días se abren los mercadillos de Navidad de Estocolmo, días en que se empieza a confundir la comida con la cena. Justo cuando pretendes iniciar la sobremesa, se acaba eso que se parece al día. La ropa de abrigo, la de verdad, hace días que ha salido de cajones y armarios. La primera de las cuatro velas del candelabro de Adviento está a punto de encenderse —una por cada domingo previo al 25 de diciembre— y los mercadillos de Navidad buscan su sitio entre las 14 islas que forman la ciudad. La nieve se empieza a acumular en la plaza Stortorget de Gamla Stan. Las casetas rojas han abierto sus puertas y ofrecen galletas de jengibre (pepparkakor) con forma de Jengi, el muñeco de la película Shrek.
Un buen trago de glögg
También sirven el delicioso vino caliente con especias —en Suecia se llama glögg—, en uno de esos tazones que coges fuertemente con la intención de que traspase algunos grados a tus agarrotadas manos. Un vino que sienta de maravilla con las bajas temperaturas y cuya receta guarda cada familia como si fuera la fórmula de la Coca-Cola.
Otros puestos ofrecen embutidos de reno y de alce. A falta de ibéricos, buenos son. Y cuando digo ofrecen es porque te da la sensación de que la parte comercial no exista. El Made in China que se ha instalado en mercadillos como el de Barcelona no tiene espacio entre las artesanías y productos locales.
Te puede gustar más o menos el periodo navideño, verlo desde un punto de vista bíblico o de ciencia ficción, cada uno debe modelar esos días a su gusto o disgusto. Un paseo por estos mercadillos, pisoteando la nieve, con el vaso de glögg mientras se sopla y se bebe a pequeños sorbos un poco ruidosos, el sonido de algún coro. Todo forma parte de un escenario que inevitablemente te traslada al Cuento de Navidad de Dickens y aunque pretendas ser Mr. Scrooge, al final te acaba gustando un poquito el ambiente. En el mercado instalado en Skansen, el museo al aire libre situado en la isla de Djurgården, te acabas trasladando a otra época, a la Suecia más rural donde podremos ver cómo se prepara la cerveza navideña, cómo dan forma a las velas y maceran el bacalao.
Y sí, la parte más comercial también existe en los escaparates de NK, el Corte Inglés sueco. Los niños se pegan como lapas al cristal para ver lo que parece la ciudad de los juguetes, mientras los padres silban mirando para otro lado pensando en el sablazo que les va a caer en los próximos días.
Un poco más de frío en el IceBar
Si todavía os sobran grados paseando por las calles de Estocolmo, entonces hay que pasarse por el bar de hielo. En los últimos años han proliferado este tipo de locales. En la visita que hice a los mercados de Navidad de Estocolmo me pasé por el Absolut Ice Bar, la primera barra de hielo permanente en el mundo. Está ubicado en el hotel Nordic Sea y la temperatura en el interior del local es de cinco grados bajo cero. Todo el bar está hecho de hielo del río Torne, en la región de Laponia, al norte de Suecia. En la entrada visten a todo el mundo igual, con una gran capa con capucha y gruesos guantes. La falta de grados en el ambiente es compensada por los cócteles de vodka que sirven.
Si la ciudad se nos queda corta, siempre podemos subirnos en uno de los barcos que recorren el archipiélago y navegar hacia alguna de sus 24.000 islas. Las más cercanas a Estocolmo concentran a gente que acude cada día a trabajar a la ciudad, otras se han convertido en lugar de veraneo, con pequeñas cabañas donde darse al ocio y a la pesca; pero la mayor parte de ellas está deshabitada. También podemos subir en uno de los barcos que sirven la comida a bordo mientras navegan por el archipiélago.
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