Hace cinco meses que a algunos puertos de Groenlandia no llega ningún barco. De hecho hasta hace pocos días el mar ha estado, simplemente, congelado. Os escribo desde el MS Fram, un navío de exploración que será (junto con algunos buques de suministros) el primero del año en atracar en los pueblos del occidente groenlandés. La embarcación que será mi hogar durante diez días parte de Kangerlussuaq rumbo Norte dejando atrás la línea invisible del Círculo Polar —en la latitud 66º N— el reino del sol de medianoche durante el verano ártico. La primera noche a bordo discurre tranquila, en eterno crepúsculo. Con la mirada puesta en el horizonte púrpura, los pasajeros nos resguardamos del viento tras la cristalera de proa y contemplamos cómo las paredes del fiordo que nos abraza discurren sin prisa ante nuestros ojos.
El primer amanecer en ruta me sorprende con la tripulación echando el ancla en el puerto de Sisimiut, la segunda ciudad de Groenlandia, donde el número de habitantes humanos, unos 5.600, apenas triplica el número de habitantes de cuatro patas: los perros árticos. Su existencia es esencial para las gentes de estas tierras, quienes se valen de su energía para tirar de los trineos durante los meses invernales. El aullar de las bestias no cesa en Sisimiut; es una letanía que aunque penosa ayuda a compensar ese solemne silencio que domina las regiones heladas. En este lugar, hasta los muertos deben esperar a que se retire el hielo. Son tan extremas las temperaturas invernales —a menudo de 40º C bajo cero— que durante el verano se dejan excavadas varias fosas en previsión de los decesos que puedan producirse cuando la tierra se congela. Así, los sepulcros vacíos de Sisimiut ya tienen un destinatario con nombre y apellidos. Y una vez realizado el entierro, las tumbas heladas, pétreas, quedarán intactas durante toda la eternidad. Casi tanto como las flores de plástico que las decoran, solo vulnerables a los rayos de sol que puedan decolorarlas.
Pero a pesar de las extremas condiciones, el pueblo inuit ha conseguido hacer de Groenlandia su hogar. La bautizaron Kalaallit Nunaat hace miles de años, y algunas de sus ancestrales tradiciones siguen perpetuándose en aldeas que, gracias a la influencia escandinava, ahora ya no son de cuero y hielo sino de madera multicolor. En el tímido verano que comienza, retirada ya parte de la nieve, parece que la vida rebrota en Sisimiut. Junto a la vieja iglesia un grupo de jóvenes me habla sobre su trabajo en la planta de procesado de gambas, hoy uno de los principales motores económicos de la localidad. La factoría domina un muelle atestado de embarcaciones donde las focas son la distracción diaria de los más pequeños, y suponen una buena captura para los pescadores que venden su carne al mejor postor en el mercado local. También los turistas que tímidamente se acercan hasta aquí son una fuente de ingresos para los artesanos —excelentes talladores de hueso y cuerno— que han establecido, en una vieja casa de madera junto al puerto, un pintoresco taller colectivo. Podría quedarme siglos contemplando el pintoresco vaivén de los barcos en el puerto, pero el estruendo de una bocina me recuerda que debo regresar a bordo. El MS Fram pone rumbo Norte.
Barco MS Fram. El MS Fram es uno de los pocos buques que pueden navegar por la costa de Groenlandia. A bordo siempre viajan expertos en diversas disciplinas, como biólogos, geólogos o meteorólogos entre otros. Las plazas son muy limitadas ya que el MS Fram solo efectúa seis navegaciones al año por la costa de Groenlandia durante los meses estivales. Información y reservas en la página de Hurtigruten.
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