Entre las montañas, ríos y ruinas de los alrededores de Mandalay se esconden los restos de tres de las antiguas capitales de Myanmar. Amarapura, Sagaing e Inwa son mucho más que nombres exóticos que evocan tiempos pasados. Son los verdaderos testigos de la época gloriosa que una vez llegó a vivir el país. Hoy os propongo un recorrido para conocer lo imprescindible de cada una de ellas.
Amarapura, la “ciudad de la inmortalidad”
Fue el rey Bodawpaya quien decidió trasladar la capital de Myanmar desde Inwa a Amarapura justo al inicio de su mandato en 1783. Necesitaba un cambio que le inyectara frescura a su llegada al trono. Quizás porque ésta no fue, diríamos, lo políticamente correcta que debería de haber sido: para acceder a la corona asesinó brutalmente a su rival y a la familia de éste.
Hoy día Amarapura, lejana ya a esas oscuras historias, es considerada un barrio del extrarradio de Mandalay. Para llegar hasta ella, a 12 kilómetros de la gran ciudad, lo más cómodo es contratar un mototaxi. Sólo hay que negociar un precio razonable con el conductor y se tendrá chófer oficial durante toda la jornada.
El lugar más conocido de Amarapura es el puente de U-Bein. Y es que este enclave, se quiera o no, atrapa: por algo se trata de una de las estampas más fotografiadas de Myanmar.
Quizás sean sus ya desvencijadas tablas de madera de teca, que cruzan de orilla a orilla el lago Taungthaman a lo largo de 1.200 metros —convirtiéndolo, de paso, en el puente de teca más largo del mundo—. O quizás sea el ambiente que se vive en él, donde se viven escenas más cotidianas: grupos de niños tratando de pescar la cena de la noche, parejas que aprovechan lo encantador del enclave para pasar unos minutos a solas, o monjes que, con sus túnicas granate, pasean de vuelta a su monasterio. Sea como sea, lo cierto es que U-Bein es Myanmar en estado puro.
Una opción para el viajero es dar un paseo por el puente hasta la orilla opuesta y regresar en barca. Si hay que decidir en qué momento visitarlo, está claro: al amanecer y al atardecer los colores del cielo regalan una estampa absolutamente increíble. Eso sí, conviene saber que también es cuando hay más afluencia de gente.
Muy cerca de U-Bein se encuentra el centro de estudios monásticos Maha Ganayon Kyaung. En este complejo, formado por diversos edificios residenciales, conviven varios miles de monjes. Todos los días, a las 11 de la mañana, se organizan en una enorme fila que les lleva hasta el comedor donde les sirven el almuerzo. A esa hora, curiosamente, también llegan al monasterio varias decenas de turistas dispuestos a inmortalizar con sus cámaras el momento.
Dar un paseo por el centro no está de más siempre que se haga con respeto. Se puede observar la relajada vida de los estudiantes, que conviven como lo harían otros jóvenes en cualquier país del mundo. Friegan los platos, lavan su ropa, se echan una siesta o charlan animadamente entre ellos.
Inwa, la “boca del lago”
Inwa —también conocida como Ava— es la antigua capital de Myanmar por excelencia. Hasta cuatro veces tuvo esta ciudad el control del país en sus manos. Y lo hizo durante un total de 350 años, que para las idas y venidas a las que está acostumbrada la historia de Myanmar, no está nada mal.
Hoy día Inwa ya no es siquiera un reflejo de lo que fue. O sí, pero para ello es necesario echarle bastante imaginación. Por sus abandonados senderos, y en un entorno absolutamente rural, se levantan algunas de las ruinas más impresionantes que se pueden encontrar en Myanmar. Templos, antiguos monasterios y estupas se alternan con casas de madera y uralita que aparecen desperdigadas por los solitarios caminos.
Entre los lugares más destacables de Inwa está el Bagaya Kyaung, un antiguo monasterio de teca que se yergue apoyado sobre en un total de 267 postes. El interior está bastante oscuro, algo que le otorga cierto aire de religiosidad. Quizás se coincida con alguno de los pequeños aprendices de monje que permanece en su clase, ya vacía, repasando lo aprendido en el día.
En Inwa también se puede subir a Nanmyin, la famosa “torre de Pisa birmana”, lo único que queda del palacio del rey Bagyidaw. Cuesta creer que la torre no se vaya a venir abajo con tan sólo poner un pie en ella: está completamente apuntalada y, si no se tiene cuidado al subir, puede resultar incluso peligroso. A pesar del riesgo, hay que reconocer que las vistas desde la parte más alta son espectaculares.
Pero las ruinas que se llevan la palma son, sin duda, las de la Yedanasini Paya. En este pequeño conjunto se conserva una estatua de Buda sedente además de varias estupas. Pero es la imagen de la primera, prácticamente cubierta por la frondosa vegetación que crece a su alrededor, la más auténtica de todas. Con un poco de suerte se podrá disfrutar del lugar completamente a solas, ya que por esta zona no suele haber demasiado movimiento.
Sagaing, colinas para meditar
Las colinas de Sagaing, salpicadas de cientos de estupas doradas y blancas, sorprenden ya desde lejos, cuando se descubren en la distancia al cruzar uno de los puentes que atraviesan el río Ayeyarwady. Para explorarlas lo ideal es buscar uno de los accesos que llevan a la cumbre, aunque atención: las escaleras son interminables, así que más vale estar en forma antes de comenzar la subida.
Repartidos en diferentes monasterios y conventos por las colinas viven alrededor de 6.000 monjes y monjas. Por eso no es nada difícil cruzarse con ellos a cada instante. Ellas, vestidas con sus túnicas rosas. Ellos, como siempre, de granate. Pero todos dispuestos a charlar y practicar su pobre inglés con el primer viajero que se crucen, algo que merece la pena aprovechar para así conocer, de primera mano, la realidad de un país cuya historia no ha sido —ni es— fácil.
El templo más importante de la colina es el Soon U Ponya Shin Paya y, según dice la leyenda —un poco rebuscada, todo hay que decirlo—, se creó de la noche a la mañana gracias al esfuerzo sobrehumano de Ponya, un ministro del rey que fue inspirado por una reliquia mágica de Buda que encontró en una caja de betel.
Una de las cosas que más emociona cuando se llega al templo es observar las vistas del Ayeyarwadi mientras, de fondo, suenan sin cesar las oraciones de los monjes. Un ambiente ideal para relajarse y disfrutar del momento antes de poner punto y final a nuestra ruta por las antiguas capitales de Myanmar.
Estas tres antiguas capitales, situadas río abajo desde Mandalay, se pueden visitar en una sola jornada. Otro día hay que viajar río arriba en barco hasta Mingun, donde se encuentra Mingun Paya, uno de los monumentos más interesantes de la región.
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