Emilio Álvarez Montalván era un sabio. El hombre más sabio de Nicaragua, le llamaban. Incluso el obituario de The New York Times recordó, en julio, ese apodo. Y su carrera: antiguo guerrillero, preso político, oftalmólogo, editor, académico y diplomático. Un intelectual tan sabio que tanto la dictadura somocista como el gobierno democrático de Violeta Barrios de Chamorro y la administración sandinista de Daniel Ortega le ofrecieron un ministerio y a todos les contestó que no (imaginen, salvando las distancias atlánticas, que tanto Franco como Adolfo Suárez y luego Felipe González hubieran querido tener en nómina al mismo tipo). Sí aceptó, en cambio, el cargo de canciller en el Gobierno de Arnoldo Alemán.
En su obra Cultura política nicaragüense, un profundo ensayo de lectura obligada en las universidades, Álvarez Montalván explica la impuntualidad endémica del nicaragüense:
—Tenemos un menosprecio por el valor del tiempo que expresamos en la impuntualidad a citas convenidas.
Creo que es la forma más elegante de justificar un retraso que se ha escrito jamás. En Nicaragua, el turismo ha llegado tarde. El de masas aún no lo ha hecho. Cuando viajas por las ciudades coloniales de León y Granada aún tienes la amable sensación de que te has adelantado, de que está por llegar, pero que lo hará pronto.
En busca de la historia
Emilio Álvarez Montalván fue encarcelado tras el atentado contra el dictador Anastasio ‘Tacho’ Somoza. En León quise visitar la Casa del Obrero, donde ocurrieron los hechos. La noche del 21 de septiembre de 1956, Somoza, como era su costumbre, no llevaba chaleco antibalas. Acababa de bailar el mambo Caballo negro y el joven poeta Rigoberto López Pérez se le acercó y le descerrajó cinco tiros. “¡Bruto, animal!”, le gritó Somoza. No murió. Los guardias de su escolta mataron al poeta de 35 balazos. Ya no sonaba ningún mambo.
A Somoza, como buen tirano de libro que era, no le mataron las balas, sino la diabetes; murió una semana más tarde en Panamá por una anestesia inapropiada (de libro o de novela de García Márquez como el hecho de permitir que la United Fruit Company empleara unos pesticidas tan letales para los trabajadores que estaban prohibidos en EE.UU. y Canadá; con esas amistades, como el cineasta Howard Hawks, a los que recibía con el grito de “Welcome to my farm!” –Bienvenido a mi granja, refiriéndose al país, no a sus inmensos latifundios–; esa declaración de guerra de Nicaragua a la Alemania nazi, Japón e Italia 24 horas antes incluso de que lo hiciera EE.UU., para recompensar el apoyo a su causa represiva por parte del presidente Franklin D. Roosevelt, del que dicen que dijo: “Puede ser que Somoza sea un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta“).
Pregunté por la Casa del Obrero sin saber siquiera si quedaba algo de ella. La encontré pero no me dejaron pasar porque preparan un museo sobre el magnicidio que se inaugurará en breve —la sensación de prototurismo—. Un funcionario me dejó asomar la cabeza y vi un luminoso patio porticado donde estaban colocando imágenes en blanco y negro, una de ellas, seguro, del poeta López Pérez asesinado en el suelo, esas estampas morbosas que tanto disfrutas cuando las protagoniza Tony Soprano pero que te dejan un sabor a sangre seca en la boca cuando se trata de la vida real.




Ciudad liberal con iguanas
Si Granada ha representado tradicionalmente a los conservadores, León ha sido la ciudad liberal, el emblema de la lucha contra el somocismo. Se trata de una de las ciudades coloniales más importantes de Centroamérica. Tiene además las hermosas playas de la costa del Pacífico a 20 kilómetros, con arenales como los de Poneloya o Las Peñitas. Aquí los surfistas son más hippies que pijos.
León es una ciudad con sus barberías de toda la vida, de esas en las que los vecinos parecen que van a charlar. Con sus colmados, bares y billares en torno al parque Central y la vieja universidad.
Junto a la catedral se abre el mercado Central de frutas y hortalizas. E iguanas. Éstas tienen las patas a la espalda, y la tendera la expresión perdida como sus lagartos, como aquello que cuentan de que las mascotas y los amos se acaban pareciendo. Las iguanas tienen que estar vivas para que su carne sea más sabrosa. No obstante ella las despelleja en un momento. Los precios se mueven entre los dos y los siete dólares.
Nicaragua es un país pequeño de apenas seis millones de habitantes, principalmente agropecuario, de pocos recursos, con un salario mínimo que ronda los 140$ en el sector público. Un asesor gubernamental recomendó este verano la cría de iguanas como alternativa culinaria ante la escasez de alimentos que está causando la peor sequía en décadas. Tienen un valor en proteínas del 24 por ciento frente al 18 de los pollos, subrayó el experto. Que desde el Gobierno propongan comer dragones suena a sorna, más aún cuando su caza está restringida, pero de hecho las iguanas se venden en los mercados y se cocinan en los fogones populares.



La huella de Rubén Darío
El casco histórico de León es una trama bien ordenada de urbanismo y arquitectura colonial. Un buen ejemplo es la iglesia barroca de La Recolección, con su imponente fachada amarilla. La iglesia San Juan Bautista de Sutiaba es una de las más monumentales y la más antigua del país, de 1680. La Basílica Catedral de la Asunción de León es toda una obra maestra del arte colonial en América. Del siglo XVIII, con un estilo que expresa la transición de la arquitectura barroca a la neoclásica (son palabras de la Unesco cuando la declararon Patrimonio de la Humanidad, no mías, me pierdo en la transición), una de sus cinco naves guarda la tumba de Rubén Darío.
A diferencia de lo que pasó con el dictador Tacho Somoza, León sí que fue puntual con el poeta Rubén Darío. La casa donde vivió durante 14 años es un museo desde 1964. Rubén Darío fue un poeta pasional (“Tu sexo fundiste / con mi sexo fuerte / fundiendo dos bronces”), existencialista (“No hay dolor más grande que el dolor de ser vivo / ni mayor pesadumbre que la vida consciente”) y popular como una estrella pop (“Juventud, divino tesoro / ¡ya te vas para no volver! / Cuando quiero llorar, no lloro… / y a veces lloro sin querer”).


La casa conserva objetos personales, mobiliario, documentos de archivo y el bello patio interior original. Lo mejor es la sala principal, el espacio donde se reunía con los intelectuales. Se conserva intacta, tal y como fue, abierta a la calle de la que apenas le separa una celosía forjada. Uno se puede imaginar sin esfuerzo las tertulias entre los intelectuales leoneses de la época. Uno se puede imaginar allí a los hombres más sabios de Nicaragua, incluso a los impuntuales.
Cuaderno de viaje
Para entrar en Nicaragua hay que pagar en el aeropuerto una tasa de 10$ en metálico. En el país se utiliza tanto el córdoba como el dólar estadounidense. No es necesario visado para una estancia inferior a 90 días, tan solo pasaporte con una validez mínima de seis meses y los billetes de ida y vuelta. Debido a la actual crisis del ébola, se hacen controles de temperatura corporal nada más aterrizar en Managua.
Dónde dormir
Una apuesta fiable es el Hotel El Convento. Elegante, céntrico, contiguo a la iglesia de San Francisco, levantado sobre las ruinas del convento de San Francisco, el primero de León, fundado en 1639 por el reverendo fray Pedro de Zúñiga. También es una buena opción el Hotel La Perla (en la imagen), uno de los mejores ejemplos de arquitectura neoclásica de Nicaragua. Se encuentra en el centro histórico de la ciudad, junto al Casino La Perla.
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