Cuando llegas a El Retiro, un cartel con la frase Ningún domingo sin misa te recibe. En la plaza principal del pueblo se libran batallas con una baraja de cartas, sombreros con ocioso debajo pasan horas en alguna sombra y los niños juegan a la rayuela. Hasta hace algunos años, ese recibimiento no estaba destinado a nadie, si acaso a los propios habitantes del pueblo que fueran algunos metros más allá de su límite territorial.
Hubo años en que era casi imposible salir de Medellín por carretera, contaban que los coches duraban para siempre porque no recorrían más que un centenar de kilómetros al año. Se arriesgaban a que les dieran chumbimba y para el otro barrio. Hasta que el gobierno dijo basta y lanzó el eslogan “Vive Colombia, viaja por ella”. Mucha gente descubrió un mundo en los pueblos del oriente de la ciudad o, simplemente, saliendo los fines de semana a comer en los estaderos, restaurantes de carretera especializados en gastronomía local. Circulando hacia esos pueblos, con la seguridad de que no podía salir nadie de entre la vegetación, como mucho algún animal despistado, lo lógico es fijarse en los detalles. Como que además de restaurantes hay salas de fiestas, con nombres tan curiosos como Donde Judas.
El salto del Tequendamita, una pequeña cascada en La Ceja, se ha convertido en un centro turístico de paso obligado para hacerse la foto y comprar un recuerdo de dudoso gusto. En un pequeña tele instalada en la caseta del control de acceso, dan la noticia de la visita de Uribe a España. Con el paroxismo propio de los locutores latinos de deportes, donde cada gol es un reto ante la vida, destacan: “El ex-presidente Uribe visita el Santiago Bernabeu, el Vaticano de los estadios europeos”.
Más agua para el principal atractivo de la zona, la represa El Peñol-Guatapé. El asunto del doble nombre tiene su miga. Los dos pueblos comparten embalse y así quieren que siga siendo desde El Peñol. Cuando los habitantes de Guatapé intentaron conquistar El Peñol, la formación de roca que da nombre al pueblo, poniendo su nombre como en un Hollywood cualquiera, con enormes letras blancas pintadas, los de El Peñol se dieron cuenta a tiempo y detuvieron el asalto en GI —la i iba a ser u y así hasta completar el nombre—. Más allá de rencillas vecinales, hay que destacar que Guatapé es un pueblo casi naïf, con fachadas de vivos colores que muestran con orgullo su zócalo, que es la seña de identidad del pueblo. Santa Fe de Antioquia es el patrón por el que están cortados el resto de pueblos de la región: una iglesia con plaza alrededor como escaparate de la idiosincrasia del antioqueño, casas pintadas con brocha gorda, cada una de un color; el ritmo lento, muy lento; y algún billar con motivos para inicio de novela.
Colombia es uno de los principales productores de rosas del mundo. Ese hecho ha dejado una tradición floral muy arraigada entre los antioqueños, tradición que tiene su punto culminante el día del desfile de Silleteros que se celebra en Medellín cada mes de agosto. Las familias compiten por ver quién luce la silleta con el mejor arreglo floral. Familias que vienen en su mayoría del corregimiento de Santa Elena. Son campesinos para los que el día del desfile es su día grande, un momento para el que se preparan el resto del año. Utilizan hasta ochenta variedades de flores para decorar sus silletas. En Santa Elena, los Londoño son la familia que más galardones acapara. Me reciben varias generaciones, todas comprometidas con la tradición floral. Desde la abuela, ganadora del primer premio en varias ocasiones, pasando por el padre que nos habla de las flores con afectada pasión, hasta el recién llegado, un bebé de apenas meses que aseguran seguirá sus pasos.
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