Hace ya tiempo que se le puede ver sentado, descansando con un cuaderno entre sus manos, mientras contempla la plaza que fue testigo de sus juegos de niñez. A veces rodeado de palomas; otras, de turistas. Hay quienes pasan de largo o quienes deciden fotografiarse junto a él. Su arte y la historia lo han convertido en uno de los símbolos más representativos de su ciudad. Porque, ¿qué sería de Málaga sin Picasso?
El nacimiento de un genio
Pablo Ruiz Picasso abandonó su ciudad natal con 10 años para irse a vivir con su familia a A Coruña, pero tuvo tiempo de empaparse bien de la esencia malacitana. Por eso realizar un recorrido por los rincones clave, aquellos que tuvieron una relación directa con el artista en la Málaga de su infancia, nos sirven para conocer mucho mejor a este genio universal.
Y para empezar lo mejor es hacerlo por el principio. Por eso nos vamos hasta la mítica plaza de la Mercé, antiguamente conocida como plaza del Mercado. Curiosamente fue en ella donde se conocieron los padres del pintor. Pero además, en el número 15, nació Picasso el 25 de octubre de 1881. Allí se encuentra la Fundación Pablo Picasso, una institución creada con la intención de promover la figura y obra del malagueño más universal.
Por sólo dos euros —audioguía incluida— es posible recorrer las diferentes estancias de la antigua casa. Entre grupos de turistas llegados de los países más diversos pasearemos por el primer piso de la fundación, donde se conservan dos habitaciones decoradas con muebles del siglo XIX además de objetos, recuerdos familiares y algunas pequeñas obras realizadas por Picasso. Pero si queremos conocer algo más de su legado, solo tendremos que acercarnos hasta la planta baja del edificio o caminar unos pasos hasta al número 13 de la misma plaza. En ambos lugares se puede disfrutar de exposiciones temporales relacionadas con él.
De tal palo…
Desde que nació, Picasso estuvo rodeado de arte. Sin ir más lejos, su padre, José Ruiz Blasco, fue profesor de dibujo en la Escuela de Bellas Artes de Málaga y sus cuadros adornaron las casas más nobles de la ciudad. Se dice que de él heredó esa extraña obsesión por las palomas, protagonistas de muchas de las pinturas de ambos. Palomas como las que cuidaba José, siendo Picasso aún un niño, en su palomar de la calle San Agustín, donde hoy día lo único que queda es una placa rememorando el lugar.
Paseando por las calles del centro de Málaga nos daremos cuenta de que prácticamente todo está relacionado con Picasso. Su nombre y sus pinturas son el reclamo perfecto de cafeterías y tiendas de recuerdos. Incluso en las lonas que tapan las obras de algún que otro edificio aparece el pintor. Se trata de todo un micro-mundo creado en su honor en la ciudad que, a pesar de los años, jamás olvidó.
Por la calle Granada
Pablo Diego José Francisco de Paula Juan Nepomuceno María de los Remedios Cipriano de la Santísima Trinidad Ruiz y Picasso. Está claro que el día que los padres del artista decidieron un nombre para su hijo, no escatimaron en creatividad. Así fue bautizado Picasso en el primer templo cristiano levantando en Málaga tras la reconquista: la iglesia de Santiago, en la calle Granada.
Pero antes de llegar a la iglesia echaremos un ojo a la farmacia que hay en la esquina de la calle con la plaza de la Mercé. Se trata de la botica más antigua de la ciudad y el lugar donde José Picasso solía acudir a las tertulias organizadas por el boticario, Antonio Mamely, para hablar sobre pintura y vida malagueña.
Otra parada la haremos en el cruce con San Agustín, donde se levanta el edificio del antiguo Museo de Bellas Artes de Málaga. En este lugar trabajó José durante años como conservador. También tuvo aquí su taller, al que Picasso lo acompañó en numerosas ocasiones y en el que se entretuvo entre pinturas, pinceles y paletas de colores. Curiosamente, justo al lado del edificio, se levanta el hermoso Palacio de Buenavista, que desde 2003 es la sede del Museo Picasso de Málaga.
Un regalo a Málaga
El genio malagueño siempre tuvo claro que cuando muriera, parte de su trabajo debería de estar presente en la ciudad que lo vio nacer. El museo da cobijo a casi 300 obras, la gran mayoría de ellas donadas por su nuera y uno de sus nietos, Christine y Bernard Ruiz-Picasso, y pueden contemplarse conforme se avanza por las distintas estancias del palacio.
Óleos, grabados, esculturas, dibujos, cerámicas… incluso alguna que otra video-creación realizada por el artista. Al visitar el Museo Picasso es como si hiciéramos un recorrido por su vida; como si nos adentráramos en su más profunda intimidad y destapáramos, etapa a etapa, al Picasso más desconocido.
Últimas paradas
Otros puntos interesantes de la Málaga de Picasso son el Ateneo de Málaga —que antiguamente albergó la Escuela de Bellas Artes San Telmo en la que el padre de Picasso fue profesor— y el número 20 de la calle Comedias, donde un día se levantó el antiguo colegio de San Rafael, al que Picasso acudió desde muy pequeño. Cuentan que por miedo a que algún día se olvidaran de ir a recogerlo, siempre se llevaba consigo algún objeto de su padre, ya fuera un pincel o un bastón. Hoy, en su lugar, se ha construido un nuevo edificio en cuyos bajos los malagueños más alternativos pueden disfrutar de música rock.
Un lugar perfecto para terminar nuestro recorrido —aunque, eso sí, algo más alejado del centro— será la plaza de toros de la Malagueta. Allí, el pequeño Picasso, pasó muchas tardes acompañando a su padre. Fue en aquel coso donde su afición taurina comenzó a gestarse y a fascinarle. Quizás por eso los toros acabaron convirtiéndose en protagonistas de muchas de sus obras a lo largo de todas sus etapas y en todas sus facetas.
La pronta despedida
Pablo Picasso se marchó de Málaga en 1891. Durante varios años, hasta cumplir los veinte, regresó en numerosas ocasiones a su querida ciudad natal. Su último viaje a Málaga tuvo lugar en enero de 1901. Después de eso, nunca más regresó. Para los malagueños, sin embargo, es como si jamás se hubiera ido.
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