La llana orografía y las restricciones de tráfico rodado en el centro, hacen de Copenhague una ciudad muy cómoda de recorrer en bicicleta. Cuenta con más de 350 kilómetros de carriles bici y más de 2.000 bicicletas públicas, para las que basta dejar una moneda de 20 coronas que nos será devuelta al devolver la bicicleta en cualquier otro punto de entrega.
Alrededor de la plaza del Ayuntamiento, en aproximadamente un kilómetro a la redonda, se encuentran una buena parte de los atractivos de la ciudad. En la misma plaza tenemos el Reloj del Mundo, de Jens Olsen, y la estatua del fundador de la ciudad, el obispo Absalón, en la fachada del Ayuntamiento. También está la columna de los Tocadores de Lur (Lurblaeserne), de aspecto trajano, con una leyenda que dice que los vikingos que forman la escultura arrancarán a tocar sus instrumentos el día que pase ante ellos una mujer virgen. Llevan en silencio desde 1914.



Después de visitar al Hans Christian Andersen de bronce, nos podemos acercar hasta el Tivoli, el abuelo de los parques de atracciones en Europa. Data de 1843 y enciende sus más de cien mil bombillas entre los meses de mayo y septiembre. En su interior encontramos barracones de feria junto a pabellones de cristal, conciertos de jazz con Brahms de fondo, enamorados junto al lago y hipsters con ropa de segunda mano. Muy cerca del Tivoli está uno de los museos más interesantes de la ciudad junto al de Bellas Artes, la NY Carlsberg Glyptotek. El recinto alberga las colecciones del prestigioso industrial cervecero Carl Jacobsen, metido a mecenas del arte. Entre la importante muestra de arte egipcio, griego, romano o etrusco, podemos ver obras escultóricas de Degas, pinturas de Gauguin o Van Gogh, y uno de los besos de Rodin.
Uno de los edificios más hermosos de la ciudad es el de la Bolsa, en estilo renacentista, con una aguja adornada con cuatro dragones que entrelazan sus colas hasta la punta. Para estilos arquitectónicos más actuales hay que acercarse a la Biblioteca Real. Fue fundada por Federico III en 1773 y guarda cerca de cinco millones de libros. Sufrió una controvertida remodelación en 1999, añadiendo al antiguo edificio un trapecio de cristal para albergar una cafetería, un restaurante y la sala de consulta. Pero lo que no se le puede negar al Black Diamond, así se llama el apéndice, es el sello del diseño danés.




Copenhague está considerada como una de las capitales del diseño. Parte de culpa la han tenido nombres como Arne Jacobsen o Giorgetto Guiugiaro. Al primero le debemos haber sido promotor del funcionalismo y obras como el Hotel Radisson Sas Royal, de 1960, en el que están cuidados hasta detalles tan nimios, aparentemente, como los picaportes. Una de sus habitaciones, la 606, ha permanecido tal como la dejó el diseñador. El creador italiano, padre de diseños como los del Fiat Panda, el Golf o la Nikon F5, diseñó uno de los metros más vanguardistas de Europa: anchos vagones de aluminio sin conductor circulan entre estaciones dotadas de un sistema de claraboyas que bañan de luz natural los usualmente claustrofóbicos espacios del subsuelo.




Christiania
En el año 1971, un grupo de padres derribaron los muros de unas instalaciones de un antiguo cuartel militar, buscando espacio para que sus hijos jugaran, y acabaron fundando Christiania. Lo que en principio se vio con buenos ojos por parte del ayuntamiento —pensaron en una fórmula de comuna autogobernada que serviría como modelo de experimento social— en pocos años se convirtió a ojos del establishment en un grano… bastante molesto. De hecho, la gente que se reunió en esa especie de comunidad de vecinos acabó proclamando la independencia del Estado danés. El ayuntamiento inició en 1973 un pulso con los habitantes de Christiania para conseguir expulsarlos y limpiar la zona. Pero cinco años más tarde un hecho inclinó la balanza del lado del barrio: una lista de Christiania presentada a las elecciones municipales consiguió una concejalía. Ese hecho y que el eco de las protestas llegó a mucha más gente, llamó la atención del Parlamento danés que decidió establecer un plan y normalizar la zona.
Hoy día, casi mil personas habitan los barracones construidos alrededor de la Pusher Street, la calle del camello en una traducción literal. Desde el año 2012 el estatus del barrio ha cambiado, ahora los ocupantes son los propietarios de los terrenos, pero no de manera individual sino comunal, y pagan los servicios. No obstante, cuando sales de Christiania por la entrada principal todavía puedes ver la inscripción You’re now entering the EU.



El corazón de Copenhague es la plaza Kongens Nytorv, donde se encuentran edificios históricos como el Teatro Real o el hotel de Inglaterra. Entrañable o acogedor son los términos que mejor encajan con la imprecisa palabra con la que definen los daneses a su ciudad: hyggelig. Para entenderlo mejor podemos dar una vuelta alrededor de los canales. Desde la misma plaza nace el canal Nyhavn, antiguo punto de encuentro de estibadores y prostitutas, hoy convertido en the place to be para bohemios y estudiantes, que al mínimo asomo del sol se sientan en el borde de los canales, en las terrazas de los barcos o, los más afortunados, en los veleros atracados en el canal para beber cerveza, preferentemente de las nacionales Carlsberg o Tuborg. Para acompañara la bebida, una de las especialidades locales: el smørrebrød, bollos de pan de cereales —suele ser de centeno— untados con mantequilla y acompañados de arenques, carne, salchichas o huevos y algún tipo de salsa. Nyhavn es el más concurrido, pero los canales de Frederiksholm y Cristhianshavn son igualmente interesantes pero mucho más tranquilos.
Stroget pasa por ser una de la calles peatonales más largas de Europa, aunque tiene truco porque va cambiando de nombre a lo largo de recorrido: Amalienborg, Ostergade, Vimmelskaftet, Nygade y, finalmente, Frederiksberggade. Andando por la calle nos vamos a encontrar con modernos edificios encajados entre otros barrocos o renacentistas. Aquí se dan cita algunos de los comercios con más solera de la ciudad. Desviándonos unos metros de la calle podemos subir a la Torre Redonda, el antiguo observatorio astronómico, desde donde se tienen amplias panorámicas de la ciudad. La historia nos cuenta que por la rampa en espiral subió a caballo el zar Pedro el Grande de Rusia en 1716. La calle Bredgade, que parte el barrio de los anticuarios, conduce directamente al palacio de Amalienborg. Antes de llegar hay una parada interesante: en el nº70 está la placa conmemorativa del fallecimiento del padre de la corriente existencialista, el filósofo Soren Kierkegaard. La residencia real está en una plaza octogonal. En cuatro de los lados se levantan otros tantos palacios rococó, que forman en su conjunto el palacio de Amalienborg. Recibió su nombre de la esposa de Federico III, la reina Sofía Amalia. La familia real se trasladó aquí después de que un incendio, en el año 1794, devastara la anterior residencia, el palacio de Christiansborg, que hoy es la oficina del primer ministro y la sede del Tribunal Supremo. Especialmente vistoso es el cambio de guardia que tiene lugar cada día a las 11.30, donde los soldados con su uniforme de gala y gorro muy british marchan al ritmo de la banda de música.





Hans Christian Andersen pasó gran parte de su vida en Copenhague —murió muy cerca de la ciudad, en la casa llamada Rolighed donde está enterrado—, donde escribió alguno de sus cuentos de fama universal. Uno de sus personajes, La sirenita, es el icono más reconocible de la ciudad. La estatua es obra del escultor Edvar Eriksen. Aún se conservan los moldes de 1913, menos mal, para que se puedan reparar actos de vandalismo como el que ha llevado a la muchacha a perder la cabeza, literalmente, en un par de ocasiones
Saliendo de la ciudad
Callejeando más allá del centro de la ciudad hay interesantes barrios, como Nørrebro y sus exóticos restaurantes, Vesterbro con sus hoteles, oficinas de diseño y gente bien, y Osteport, antiguo barrio de pescadores con coloridas casas. También podemos llegar hasta el cementerio de Assistens. El camposanto hace las veces de parque, donde las familias acuden a pasear, pero también es utilizado para sentarse a leer un libro, charlar o tomar el sol. Gente de todas las condiciones pone sus toallas entre lápidas y mausoleos, muy ligeros de ropa en ocasiones. Y es que ya lo dijo Hans Christian Andersen: “A los daneses no nos basta con vivir. Necesitamos sol, libertad y unas cuantas flores”.
El buen sistema de transportes de Copenhague nos permite plantearnos algunas excursiones fuera de la ciudad. La primera parada debería ser Rungsted. En este pueblo con mar ubicamos la casa museo de Karen Blixen, que bajo el seudónimo de Isak Dinesen escribió Lejos de África. Es la casa donde nació la escritora, el lugar al que regresó tras abandonar la granja que tuvo en Kenia. Visitando la casa se puede comprobar que la foto real de su amante dista bastante de la imagen de Robert Redford en la pantalla.



En la fronteriza Elsinor (Helsingør), desde donde parten transbordadores hasta la vecina Suecia, se puede visitar el castillo de Kronborg, escenario del Hamlet de Shakespeare. El pueblo tiene su hotel Hamlet, el restaurante Ofelia y calaveras como tétricos recuerdos para encima del televisor. Otra visita interesante es la del órgano de la iglesia de Santa María, donde compuso Buxtehude, que fue venerado como maestro por el mismísimo Bach.
En Hillerød está el castillo de Frederiksborg, reconstruido en el siglo XVII por el rey Christian IV en estilo renacentista. Es el más grande de Escandinavia y en su interior está el Museo de Historia Nacional. Los jardines del castillo, el barroco y el romántico de estilo inglés, no tienen nada que envidiar a los del Loira o a los de Versalles.
Leave a Comment