Iba a ser un día largo: nos esperaban 300 kilómetros de pista polvorienta por el Techo del Mundo. Nos levantamos al amanecer, desayunamos y subimos a los 4×4. Era el sexto día de nuestro recorrido por el Tíbet, una larga travesía de Lhatse a Saga por la G219.
La luz siempre es espectacular en el Tíbet, pero aquel amanecer nos daba la sensación de estar viajando por una pintura.
Pasadas una horas vimos a una pareja de nómadas con su rebaño de yaks y nos detuvimos un momento. Ya estábamos alejados de las rutas turísticas más concurridas y tras parar el motor se podía oír a los pájaros cantar y las campanas de los yaks mientras pastaban.
Pero el plato fuerte lo encontraríamos tras una curva, justo al dejar detrás Qierexiang. Debajo, en una llanura, había una reunión de nómadas, todos alrededor de una improvisada pista de carrera de caballos.
Para los nómadas tibetanos el dominio de los caballos y los yaks ha sido tradicionalmente muy importante. Por eso en la época de verano se reúnen para celebrar festivales en los que demuestran sus habilidades.
Los jinetes montaban el caballo mongol, típico del Tíbet, que fue llevado a la zona por las tropas de Genghis Khan de paso a sus conquistas.
No se trata de una carrera donde gana el más rápido, de hecho los jinetes pasan de a pares, aquí lo importante es recoger las katas del suelo sin caerse del caballo. Cuantas más mejor.
Las carreras son un importante evento social donde conviven las familias y los vecinos. En el pasado estás celebraciones eran la única oportunidad de encontrarse.
Ahora la mayoría de los tibetanos han abandonado la vida nómada, pasan los inviernos en pequeños pueblos y los veranos se desplazan para el pastoreo. Pero las carreras siguen siendo un evento importante.
La jornada acabo en Saga, una población con una calle principal, continuación de la ruta 219. Como muchas otras aldeas en el camino, recordaba a los pueblos de la conquista del oeste. Donde no faltaba el juego más importante del país, el billar, que se pueden encontrar en cualquier parte, incluso a la orilla de un lago, sin nada más alrededor.
Tíbet es un destino difícil. La burocracia de los permisos, la altitud y los costos seguramente lo convierten en un viaje “de una vez en la vida”. Pero estar en la cima del mundo lo vale. Allí, será por la falta de oxígeno, pero todo se ve diferente. La luz lo invade todo.