Ni todos los característicos ladrillos rojos de la ciudad, ni siquiera todos los heréticos albigenses juntos tienen la fuerza y el genio del poco más de metro y medio —medía 1,52— de Henri de Toulouse-Lautrec. Nacido en Albi el 24 de noviembre 1864 —se cumplen ahora 150 años—, los padres del pintor fueron nobles además de primos, condes para ser exactos. Pero por muy azul que sea la sangre la consanguinidad no perdona y la primera herencia que le dejaron fue su picnodisostosis, una clase de desorden genético. Así que la salud del pintor no fue precisamente buena.
A muy temprana edad se rompió ambos fémures y unido a la deficiente calcificación de sus huesos, hizo que su talla fuera la de un señor bajito al que el bombín le daba un palmo más de gracia. Su obsesión por ser pintor le llevó a estudiar en París donde entabló relación con Van Gogh y Degas con sus bailarinas.
Los primeros dibujos de Toulouse-Lautrec, en los que aparecen caballos, tienen la extraña deformidad del que mira desde abajo, del que apunta hacia arriba para tener una perspectiva algo viciada, un contrapicado que dejaba a los caballos paticortos y cabezones. Su obra transcurrió paralela al impresionismo —aunque esa corriente artística tuvo su influencia en él y mantuvo fluidos contactos con los pintores que la desarrollaron—, pero se movió con más desparpajo dentro del Art Nouveau. El folclore que representó en sus carteles sirvió para que el cartel modernista se enmarcara en la categoría de arte.



A mí me resulta simpático este rebelde, una especie de Bukowski con pinceles que decidió buscar la lucidez en un vaso de absenta, esa lucidez que no suele y sólo puede dar el alcohol. Tuvo un afilado ojo fotográfico, adelantándose con encuadres que la fotografía tardaría aún muchos años en hacer suyos.
Su sentido del humor le llevaba a hacer cosas como poner peces rojos en las jarras del agua para obligar a la gente a beber vino y siempre se las ingenió para esconder un brebaje bautizado como Terremoto, hecho de partes iguales de absenta y coñac. En el interior de un bastón de particular diseño, por ejemplo, le cabía medio litro de mejunje. Sus universidades fueron el Moulin Rouge, el Cabaré de Aristide, Le Chat Noir o el Folies Bergère. Entre sus cuadros más conocidos están los de las prostitutas de París. Toulouse-Lautrec las respetó, las pintó en diferentes momentos de su trabajo viéndolas siempre, parafraseando a Sabina, como las más señoras de todas las putas; también intimó con ellas costándole algunas gonorreas y sífilis.
Lo más granado de la farándula de la época apareció en sus cuadros y carteles: el bailarín Valentin le Desossé, pareja de La Goulue (la glotona), llamada así por su afición a vaciar las copas de los clientes de un rápido y único trago; Jane Avril, sustituta de La Goulue cuando ésta decidió dejar el Moulin Rouge y probar fortuna con su propio cabaré (acabó alcoholizada y preguntando, en el lecho de muerte, si Dios la perdonaría); May Belfort o el payaso Chocolat en la etapa circense de Toulouse-Lautrec. Todos ellos pasaron por el trazo ágil y espontáneo del pintor.



Entre meretrices de reputación legendaria, trago va, trago viene, y algún ataque de delirium tremens, pintó sus mejores obras.
Tras un episodio de locura en el que intentó matar arañas a tiros fue internado en un sanatorio. Allí se dedicó a pintar escenas de circo, dicen que para demostrar que no estaba loco aunque bien pudo ser para representar el mundo que le había tocado vivir. Al final de su vida su obra se volvió bastante tenebrosa, oscura, tal vez como presagio de una muerte cercana. Tras su muerte, el 9 de septiembre de 1901 a la temprana edad de 36 años, las ciudades de París y Toulouse rechazaron que su obra pasara a formar parte de sus museos por convicciones morales: un aristócrata que pintaba vendedoras por horas de placer sin placer era un escándalo que no se podían permitir para la sociedad.
Cuando comenzaron las obras del Palacio Episcopal de la Berbie, de característico ladrillo rojo, debieron encargar más material de la cuenta y se pusieron a hacer también una catedral. Con tanto empeño que tardaron dos siglos en acabarla. Probablemente, la Catedral de Albi esté entre los edificios más grandes del mundo construidos en ladrillo. Algunas fuentes dicen que es el mayor. Para no entrar en guerra de tamaños, os puedo decir que es una bestia hecha como muestra de poder para impresionar a los herejes cátaros. En 1921, el Palacio Episcopal de Albi le dedicó un espacio acorde para albergar su obra y abrir al público el museo que hoy conocemos. Un espacio totalmente recomendable para acercarse a la figura de Toulouse-Lautrec, uno de los grandes genios de la pintura universal.
Rafa, este post casa muy bien con el espíritu de mi blog -y de mi libro de carteles de viaje-, hice un post sobre mi visita al museo Toulouse Latrec: voyage-vintage. com/ruta-sur-de-francia-tolouse-en-busca-de-carteles-vintage/
Estupendo, Juan Antonio.
Un saludo.
Durante un tiempo visité con cierta frecuencia la ciudad de Albi, y más que su enladrillada catedral para mí el Museo Toulouse-Lautrec es la «joya de la Corona».
Felicitaciones. Magnífico artículo como siempre.
Muchas gracias, Antonio 😉
Ni idea de la existencia de este museo. Después del aperitivo que nos has brindado, habrá que darse una vuelta por Albi para conocer un poco más a Toulouse-Lautrec. Un artículo genial.
Un saludo!
Hola Marta, pues ya tienes una excusa para pasarte por Albi 😉
Hola
Genial el post. Me ha encantado cómo poco a poco nos has ido introduciendo en la vida y obra de este genio.
Un saludo. Luis.
Muchas gracias, Luis. Un saludo.
Exelente síntesis de la vida y la obra de Toulouse Loutrec.. El museo de Albi es algo que no se pueden perder los que tengan la oportunidad de andar por ahí..
Muchas gracias, Susan. Sin duda, es una visita recomendable.