El cantón del Ticino disfruta del clima más amable de la Confederación Helvética, con años en los que llegan a tener más de 300 días de sol. Sus centros vacacionales llevan magnetizando desde hace años a actores, famosos o starlettes en busca de oportunidades. La caprichosa geografía de esta Suiza, casi mediterránea, convierte en un corto paseo la distancia que separa las palmeras de los glaciares.
Nada más cruzar el túnel de San Gotardo hay que echar un vistazo a los mapas para asegurar que continuamos en Suiza. Pese a que geográfica y administrativamente así es, en cuanto a su cultura el cantón del Ticino es eminentemente italiano. Con forma de triángulo invertido y predominantemente montañoso, el cantón se asienta en la espina dorsal alpina. Hasta la construcción del túnel de San Gotardo, en 1882, la comunicación entre la Suiza germánica y el Ticino no estaba garantizada durante todo el año. Por lo tanto, tampoco la del mar del Norte con el Mediterráneo.
El Ticino ha sido tradicionalmente tierra de paso, hecho que fue aprovechado por los duques milaneses para establecer el cobro de un peaje al comercio que, recorriendo el pasaje del Milanesado, llegaba a Bellinzona, puerta de entrada a los Alpes y capital del cantón. Aún hoy se adivina parte del señorío y grandeza de la época ducal visitando sus tres castillos, incluidos en la lista de bienes Patrimonio de la Humanidad. El más grande y antiguo es Castello Grande o de Uri, que tenía capacidad para acoger en su patio a todo el pueblo en caso de conflicto. En el de Montebello se puede visitar el Museo Arqueológico y el de Sasso Corbaro alberga un interesante restaurante. El patio de la Casa del Municipio todavía conserva, en la escalera de acceso a la Planta Noble, una vidriera policromada con la imagen de Ludovico Sforza “el Moro”, el que fuera mecenas de Leonardo da Vinci cuando se trasladó a Milán. En aquellos tiempos el ducado dominaba, además de la Lombardía y el Piamonte, la región del Ticino.




Sobre el amplio delta del río Magia aparece Locarno, ciudad con animada vida nocturna, además de una amplia oferta cultural que vive su apogeo durante la celebración del Festival de Cine en el mes de agosto. Piazza Grande se convierte en una improvisada sala de proyecciones donde se reúnen las estrellas del celuloide en busca del Leopardo de oro. Si de cine hablamos, el funicular de Contrada Cappuccini lleva a un escenario de película, con la vista de la iglesia de la Madonna del Sasso y el lago Maggiore a sus espaldas.
Ascona debe su fama a los artistas e intelectuales que llegaron a principios del siglo XX. La presencia de anarquistas rusos propició la creación de un caldo de cultivo para las vanguardias y pronto se convirtió en destino de referencia para los espíritus laicos centroeuropeos. Una heterogénea pléyade llegó a la ciudad en busca de vivir su particular utopía: profetas, anárquicos y sociedades teosóficas poblaron las calles de Ascona y sus experiencias e inquietudes dieron lugar, entre otras cosas, a la creación de una colonia naturista en Monte Veritá. También algunos pintores dejaron su huella en la ciudad. En el interior de la iglesia de San Pedro y Pablo se exhiben tres pinturas de Giovanni Serodine, seguidor de Caravaggio y su naturalismo tenebrista. A otro pintor, Paul Klee, lo venció la enfermedad en el sanatorio de la ciudad en el año 1940. Alguna de sus obras se encuentran en el museo de Arte Moderno.




Los paisajes más hermosos, los más típicamente suizos, se encuentran en los valles del cantón. Ascona y Locarno son excelentes bases para recorrerlos. Los valles principales se abren al norte y éstos a su vez dan paso a otros, recorridos por numerosas venas fluviales. Son paisajes tranquilos, sin ninguna concesión al estrés. Poblaciones como Corippo apenas superan la veintena de censados. Salpicados entre los desfiladeros y las gargantas de Val Verzasca aparecen otros pueblos. Quizás el más singular sea Lavertezzo y su puente del Salto. Llegado el buen tiempo, el puente se convierte en un improvisado trampolín para regocijo y aplauso de los espectadores, léase los menos valientes, que contemplan desde el río.
La arquitectura rural tradicional y coquetas iglesias, románicas en su mayoría, son la carta de presentación de valle Maggia. Localidades como Cevio, Moghegno o Bignasco, donde el valle se desdobla en Val Bavona y Val di Prato, son buenos ejemplos.
Los rusticis, casas de campesinos con dos o tres siglos de antigüedad, han sido hasta ahora las construcciones predominantes, pero el tiempo pasa y al final es inevitable encontrarse con la obra de los controvertidos arquitectos modernos, que nunca dejan indiferente a nadie con sus actuaciones. En la pequeña localidad de Mogno ha sido Mario Botta el que dado forma a la iglesia de San Juan Bautista. Los que quieran volver al efecto placebo que produce la contemplación de la rusticidad saldrán corriendo hacia Giornico, ya en el valle Leventina, donde la cripta y el Pantocrátor de su románica San Nicola no tienen desperdicio.



La vista de Lugano desde alguno de los montes circundantes recuerda, dicen los promotores turísticos, a Río de Janeiro. La realidad es que la ciudad posee suficientes encantos como para no necesitar comparaciones. Encantos que ya supo ver el padre de Harry Haller, el lobo estepario. Herman Hesse pasó parte de su vida buscando la inspiración por esos lares.
El extraño alemán con sombrero de paja o el pintor de mamarrachos fueron algunos de los apelativos que los habitantes de Montagnola dedicaron a Herman Hesse a su llegada. Tras obras como Sidharta, El lobo estepario y el Nobel de Literatura, el escritor pasó a ser “el eterno caminante”. En Casa Camuzzi, donde residió doce de los cuarenta y tres años que pasó en la pequeña localidad, le han dedicado un interesante museo.





En Santa María de los Ángeles los frescos de Bernardino Luini muestran con claridad su evocación leonardesca, común a la época del Milanesado, aunque de cosecha propia se pueden catalogar sus estrábicas figuras femeninas. Desde los embarcaderos del Lago Lugano zarpan barcos hacia las localidades de Morcote y sus casas de terracota, antaño pobladas por pescadores y hoy por artistas y bohemios en general. También arriban a Gandria, donde los contrabandistas han dejado paso a estupendos restaurantes de pescado.
El Palm Express, autobús postal desde Lugano a Saint Moritz ya en el Cantón de los Grisones, tiene un recorrido como poco singular. A la espectacularidad del recorrido por el puerto de montaña Maloja se une el hecho de pasar desde las palmeras a los glaciares en apenas cuatro horas. La curiosidad de este tipo de transporte viene al escuchar el do-mi-la de su claxon, que coincide con las notas de la “Obertura de Guillermo Tell” de Rossini, su última ópera escrita a cambio de una pensión vitalicia del gobierno francés.




Expreso Guillermo Tell
Una de las formas más hermosas de llegar al Ticino es con el Expreso Guillermo Tell. El viaje se inicia en Lucerna recorriendo el Lago de los Cuatro Cantones en un romántico barco de vapor con rueda. Una vez llegados a Flüelen se cambia el barco por un tren panorámico de primera clase que lleva hasta Lugano por la ruta de San Gotardo. El gran atractivo de esta parte del viaje es la magnífica obra de ingeniería que supone la forma helicoidal de uno de sus tramos de vía.
El Expreso Guillermo Tell opera desde el 1 de mayo hasta mediados de octubre y el paquete incluye la reserva de plaza en el barco y en el tren, la comida y un recuerdo.
Más información y horarios en la página web del Expreso Guillermo Tell.
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