Recorriendo el entorno huertano de Orihuela nada hace presagiar el rico patrimonio arquitectónico civil y eclesiástico que atesora la capital de la comarca alicantina de la Vega Baja. Para encontrar la causa hay que remontarse a la creación del Obispado de Orihuela en el año 1564.
Desde el Seminario de San Miguel, con la ciudad a nuestros pies, asoman las principales edificaciones. Echando un rápido vistazo recorrido encontramos la Catedral del Salvador, el colegio de Santo Domingo o la iglesia de Santiago y la iglesia de las Santas Justa y Rufina en cuanto a lo religioso, y el palacio de Rubalcava o el palacio de Tudemir, convertido en hotel, en cuanto a lo civil. El casco histórico está declarado Conjunto Histórico-artístico y Monumental. El colegio de Santo Domingo, con sus dos claustros, es uno de los mejores exponentes del Renacimiento levantino. Durante algo más de dos siglos, desde 1610 a 1824, fue universidad. Su 22 facultades llegaron casi llegaron a mirar por encima del hombro a la mismísima Salamanca.




Como no podía ser de otro modo, las procesiones de Semana Santa están a la altura de la importancia de sus iglesias. La Semana Santa está declarada de Interés Turístico Internacional y una de las procesiones, la del Santo Entierro de Cristo celebrada el Sábado Santo, ha presentado su candidatura ante la Unesco para que la incluya en la lista del Patrimonio Mundial de la Humanidad. La procesión del Viernes Santo congrega a más de 8.000 nazarenos.
Pero si por algo es conocida la ciudad es por ser cuna de Miguel Hernández, el poeta de la Generación del 36 que siempre tuvo a Orihuela presente en sus versos: “Si queréis el goce de visión tan grata / que la mente a creerlo terca se resista; / si queréis en una blonda catarata / de color y luces anegar la vista; / si queréis en ámbitos tan maravillosos / como en los que en sueños la alta mente yerra / revolar, en estos versos milagrosos, / contemplad mi pueblo, contemplad mi tierra”.





Orihuela también tiene un palmeral destacable que, sin ser el de Elche, dio al poeta una razón para decir “alto soy de mirar a las palmeras”. Podemos seguir los pasos de Miguel Hernández por la ciudad visitando los escenarios ligados a su vida: la casa natal —aunque habrá que conformarse con pasar por delante porque más de cuatro años después de haber sido inaugurada tras gastar medio millón de euros, sigue cerrada al público—, la casa del Canónigo Don Luis Almarcha, fundador del diario donde Miguel Hernández publicó sus primeros versos; el colegio de Santo Domingo, la Casa Museo Miguel Hernández donde vivió con sus padres; la tahona de su amigo Carlos Fenoll, el Casino Orcelitano o la casa de su gran amigo Ramón Sijé entre otros espacios vinculados al poeta.



No podemos marcharnos de Orihuela sin pasar por la confitería El Ángel, ubicada en el antiguo edificio del convento de la Merced, para comprar algunos de los dulces que han dado fama a la repostería conventual orcelitana: acaramelados, chatos, guirlache, zamarras, serenos, almojábanas, glorias o yemas entre otras delicias que se elaboran en los conventos de la ciudad desde hace más de 600 años.
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