Hace algo más de doscientos años, Alexander von Humboldt llamó Avenida de los Volcanes a una buena parte de los Andes ecuatorianos, la que va desde la frontera con Colombia hasta el Chimborazo, aunque se podría extender hasta Cuenca. El explorador alemán dijo que en las montañas estaba la libertad y que el mundo está bien en aquellos lugares donde el ser humano no alcanza a turbarlo con sus miserias.




Había salido de Quito con la intención de llegar a Latacunga para caminar hasta el interior del cráter del Quilotoa, el más occidental de los volcanes andinos ecuatorianos. La ruta Quilotoa es circular y recorre alrededor de 150 kilómetros en varios días. Pero también hay alternativas más cortas que te llevan en vehículo –bus o taxi– a Zumbahua, a algo más de quince kilómetros, o incluso hasta el punto de inicio del descenso al lago. Llegué a Latacunga con hambre tras haber recorrido la distancia desde Quito en uno de esos buses folclóricos que recorren las carreteras del país: toda clase de abalorios colgados del espejo retrovisor forrado con ganchillo, mucho cuero rojo para revestir asientos y gente con todo tipo de cacharros intentando buscar sitio en lugares inverosímiles.





Un plato de guata (callos), empanadillas de verde, chugchucaras (preparado de carne de cerdo, mote, maduros, camote) y un enorme jugo de tomate de árbol, me dieron los ánimos suficientes para plantearme el trekking al Quilotoa. No obstante, esperé al amanecer del día siguiente para ponerme en marcha. Eran poco más de las seis de la mañana y por encima de las nubes aparecían, como puntas de iceberg, las cimas del Cotopaxi y Los Illinizas. Un poco más tarde, como la falda de Marilyn, las nubes se levantaron para tapar las cimas de los volcanes durante el resto del día.
La ruta Quilotoa es una perfecta radiografía de la cultura y el modo de vida de las comunidades indígenas. Niñas que faltan a la escuela para cuidar rebaños, mujeres haciendo la colada en el río, llamas cargando leña para las casas y niños recorriendo distancias kilométricas para acudir un rato a la escuela. Y en mitad de todo ello, los pintores naïf. Alfredo Toaquiza es el pintor más conocido en la actualidad. Es hijo de Julio Toaquiza, el líder comunitario que aprendió el arte de la antropóloga alemana Olga Fish. En sus cuadros está el día a día de la comunidad: las fiestas, el trabajo en el campo, partidos de fútbol e incluso funerales.


La ruta sigue en dirección a Zumbahua entre campos que parecen colchas de patchwork. La laguna tiene un intenso color esmeralda que desafía a cualquier tonalidad de verde del Pantone. Un verde brillante contra el que se recortan las chuquirahuas, una característica planta andina que da una flor muy vistosa. El descenso hasta la laguna no entraña mayor dificultad, pero hay que tener algo de precaución los días en que el barro complica un poco el camino. En apenas media hora estaremos abajo. Subir ya es otra historia porque la altitud andina pasa factura a cada paso. Existe la opción de subir en mula, pero viendo el famélico aspecto de los animales probablemente optéis por declinar la oferta.




Deja un comentario