Tras los días pasados en Bangkok, viajé hacia el norte de Tailandia con la intención de visitar Chiang Mai, Sukhothai y Kamphaeng Phet, lugares de los que os hablaré próximamente. Como quería seguir viendo piedra que me hable del pasado del país, me he desplazado hacia el este de Tailandia, cerca de la frontera con Camboya, para ver los recintos arqueológicos relacionados con la cultura jemer, siendo los más importantes Phimai y Phanom Rung —donde me encuentro ahora mismo mientras se publica este artículo—. Nada más poner un pie en Phimai, tras tres largos trayectos en bus desde Kamphaeng Phet, supe que estaba en un lugar especial. La ciudad, mejor el pueblo, no tiene nada especial. Más allá de un par de templos y la mayor higuera de Bengala que podemos encontrar en Tailandia. El gran atractivo por el que la gente se desplaza hasta aquí es el parque histórico de Phimai, donde se visitan las ruinas de un antiguo templo jemer que, según teorías más que razonables, pudo servir de modelo a Angkor en el país vecino.



Tras entrar el primero en el recinto arqueológico, nada más abrir sus puertas a las 7.30 de la mañana, salí alrededor de las 10 con la intención de volver a entrar por la tarde, a última hora, ya que el ticket de entrada es válido para todo el día. La acumulación de calor, que iba a ser la causa de la lluvia de la tarde, había hecho mella en mí, estaba bastante cansado y sólo veía el momento de darme una ducha fresca. Pero antes pensé en ir a comprar un puñado de rambutanes para el desayuno. Caminando hacia lo que se empeñan en llamar mercado, cuando no son más que cuatro paradas ambulantes, vi llegar una Sorng-Taa-Ou —una especie de pickup con caja cerrada para transporte de pasajeros— con varios monjes budistas a bordo. No le di importancia, pero al momento llegó otra con cuatro monjes más y otros tres llegaban caminando. Algo iba a pasar.
Con la bolsa de fruta en la mano anduve hacia donde creía que se dirigían, pero les perdí la pista un segundo; los monjes budistas tienen el don de eternizarse en sus acciones cuando es necesario pero también de desaparecer como si se los hubiese tragado la tierra en otras ocasiones. Así que me olvidé de los monjes y puse rumbo a mi habitación mientras abría el primer rambután. Fue entonces cuando vi a qué se debía el trajín de los de la túnica azafrán. En una casa junto a mi hostal estaban celebrando una ceremonia de kon phom fai. Me contaron que es un rito theravada —budismo mayoritario en Tailandia—, aunque también se celebra en otras partes del Sudeste Asiático, que consiste en cortar el pelo del bebé simbolizando un futuro crecimiento con fuerza y energía en su vida. Es una celebración que parece tener relación con la cultura del arroz, como otras muchas en el país, y la creencia de la etnia mon —originaria de China y actualmente extendida por Birmania y Tailandia— en el espíritu del arroz (khwan khao) y que expresan en diversos rituales, como el propio kon phom fai.


Como único farang —extranjero, guiri— allí presente, llamaba bastante la atención. Pero no tardó en aparecer la amabilidad y hospitalidad de los tailandeses y me invitaron a entrar en la misma sala de ceremonias. Allí estaban todos los monjes, los padres, abuelos y, por supuesto, la criatura agasajada. Se llamaba Lana, era algo mayor para lo que es frecuente en esta celebración que suele realizarse al mes de vida del bebé. La explicación es que es hija de una tailandesa, Phannarat, y de un americano, Matt. Al vivir en Estados Unidos han venido cuando ha sido posible para hacer partícipe a su hija, con toda la familia y amigos, de esta especial tradición.
Los monjes estaban sentados alrededor de la sala de ceremonias, sosteniendo un hilo procedente de un ovillo de lana blanca entre sus manos mientras recitaban cantos budistas. La energía y los buenos deseos de todos los monjes se transmiten a través del hilo, que proviene de las raíces de Buda. Finalizada la ceremonia se recoge otra vez en la madeja y servirá para hacer pulseras para los familiares y recibir las bendiciones de los monjes. El más anciano de ellos fue el que cortó el primer mechón de cabello; no fue fácil porque Lana es un bebé con muy poco pelo todavía. Luego sigueron todos los invitados, diría que los más allegados, que quisieron coger las tijeras para cortar un mechón ante la atenta y preocupada mirada de la madre que sostenía a Lana entre sus brazos. Pero no se quejaba, ni en el momento del corte ni cuando los abuelos se pasaban a la niña como un juguete para hacerle todo tipo de carantoñas que llegaban a rozar el paroxismo, la misma manera de caer la baba que la de todos los abuelos del mundo.
Tras la ceremonia sirvieron comida para todos los invitados. A los monjes, junto a una donación para cada uno de ellos, en la propia sala de ceremonias. Al resto de invitados en el patio de la casa. La familia me invitó a acompañarlos en el festín, con todo tipo de platos tradicionales tailandeses y de la propia provincia que llenaban varias mesas. Me sentaron junto a la abuela, Pranoam, pero no la única abuela. Me señaló no menos de diez personas que eran considerados abuelos y abuelas, no estrictamente sanguíneos, mientras me decía que en Tailandia las familias son como un gran árbol, con raíces muy extendidas. Antes de empezar supe que iba a ser la mejor comida de mi viaje por Tailandia. A la calidad del curry de pescado, del pulpo relleno, el pollo, el pad mee Khorat y otra veintena de preparaciones, se unía la calidez con la que fui recibido.


El único pero me lo puso uno de los abuelos, propietario del hostal vecino al que me estaba alojando: entre carcajadas me dijo que la próxima vez, si quería ser invitado, me tenía que alojar en su hostal. Mientras me dijo que era una broma, se servía otro lingotazo de Black Label con agua y hielo para acompañar al arroz con pollo que tenía en el plato. Había que celebrar que su nieta había pasado el kon phom fai.
Un ritual molt bonic…
Un ritual molt bonic…
Excelente post. Tailandia es una tierra de mucha energía y paz. El budismo es una religión de paz y los monjes que la practican de lleno son personas muy amables y espirituales. Hay que resaltar la cultura del sureste de Asia donde las personas mayores son tratadas con un profundo respeto y el contacto del bebe con el abuelo para mi es mistico y fundamental. Saludos desde Colombia
Totalmente de acuerdo contigo, Marcello 🙂