Una cuarta parte de la superficie de Noruega esta cubierta por bosques de coníferas, árboles adaptados a los climas fríos. El carácter esencial de estos árboles es su capacidad para soportar varios meses al año temperaturas muy bajas. Sus hojas aciculares (en forma de aguja) y su gruesa corteza les ayudan a conservar la poca agua disponible y a evitar al máximo su pérdida por transpiración.
Por otro lado, el suelo donde habitan suele ser pobre debido a que el rigor del clima no facilita la descomposición de la materia vegetal y, por lo tanto, la obtención de nutrientes. A pesar de ello algunas plantas concretas han conseguido adaptarse con éxito a estas duras condiciones como varias especies de orquídeas, entre ellas la pequeña y delicada Goodyera repens.
Durante las dos semanas del mes julio en que recorrí algunas etapas del Camino de Nídaros, en Noruega, pude observar la diversidad vegetal de varios de estos bosques. El itinerario atraviesa algunos espacios naturales, de los que tuve la suerte de conocer tres. En la reserva natural de Furuberget predomina el paisaje de pinos. En este caso, un suelo rico en nutrientes (debido a su naturaleza caliza) permite la proliferación de diversas especies de orquídeas. La reserva de Rolla, situada en los municipios de Øyer y Ringebu posee, especialmente cerca de los cursos de agua, algunas manchas de bosque caducifolio rico en helechos, hongos y otras plantas adaptadas a este tipo de ambientes.
El Parque Nacional Dovre, el último de los tres espacios naturales que visité, constituye un fantástico ejemplo de tundra, con abedules de pequeño porte. Amplias superficies están permanentemente encharcadas y ocupadas por turberas, hogar idóneo de diversas especies de aves acuáticas. A pesar de que estas aves se alimentan de materia vegetal también aportan, mediante sus deyecciones, riqueza a estos suelos tremendamente pobres.
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