Olot es una pequeña ciudad, de treinta y pico mil habitantes, muy tranquila, discreta, casi desapercibida; con un buen mercado. ¿Pero qué sabemos de Olot más allá de que su principal singularidad es que tiene cuatro volcanes en el término municipal y está rodeada por unos cuantos más, los del Parque Natural de la Zona Volcánica de la Garrotxa? Si acaso, que es tierra de buenas chacinas, especialmente fuets y bulls blancos y negros, buenos quesos, y que se toma las cuestiones dulces muy en serio: en sus calles encontramos un puñado de excelentes pastelerías. Compliquemos un poco más la ecuación, ¿qué sabemos de la arquitectura de Olot? Los más avezados nos hablarán del claustro renacentista del Carme y del patrimonio modernista, con las casas Gayetà-Vila, Solà-Morales y Masramon, como las construcciones más destacadas de esa corriente artística.
Pero si preguntamos por la arquitectura de los últimos treinta años, ya entramos en modo experto. Muy pocos conocen, más allá del público especializado, que en las calles de Olot tiene su estudio RCR Arquitectos, premio Pritzker en el año 2017, el más prestigioso de la arquitectura a nivel mundial. Cuando Rafael Aranda, Carme Pigem y Ramon Vilalta acabaron sus estudios, lo tuvieron muy claro: para crear su obra necesitaban volver a su lugar de origen, Olot, para sentir la proximidad de la naturaleza, elemento esencial en el desarrollo de su obra.
Reconozco que mi predisposición al enfrentarme a la arquitectura contemporánea no es siempre rápida ni fácil. Por alguna razón, me es más fácil establecer vínculos emocionales con la piedra del románico que con el acero; y puestos a escoger vidrios de colores, mejor los de los vitrales góticos. Pero con RCR salta la chispa nada más reconocer la influencia japonesa en su obra. El reconocimiento viene por una urgencia, la necesidad de utilizar el baño cuando llego al Espai Barberí. En el excusado, decía, me viene al instante a la cabeza la explicación que Tanizaki hace en su maravilloso libro Elogio de la sombra: «El baño tradicional japonés está concebido para la paz del espíritu, con vistas al verdor del follaje». Entra la luz indirecta y difusa, la sombra ayuda a conseguir efectos estéticos —este hecho es todavía más evidente en las bodegas Bell-lloc, otra de las obras del estudio—; sin la sombra, decía Tanizaki, la belleza pierde su existencia.
Durante la visita guiada a esta antigua fundición donde trabajan los tres arquitectos me confirman esa influencia, que surgió a partir de un viaje a Japón en el año 1990. Belleza. La belleza que se siente, no que se explica. Ese es uno de los pilares básicos de todas las obras de RCR, en una de las paredes encontramos la siguiente frase: Al proyectar, pensamos en resolver la pregunta que nos formulan, pero si la respuesta no es bella, sabemos que hay que continuar. Otra de las señas de identidad: la integración en el paisaje creando espacios de intersección con la naturaleza, rompiendo las barreras entre el interior y el exterior. Así se entiende el Pabellón de los Sueños, una sala —la definen como una casa en un árbol— donde discuten sobre los proyectos, en el que la naturaleza busca —encuentra— su espacio: crece la hiedra por las paredes, reverdecen los árboles en primavera y en otoño las hojas ocupan el suelo.
Esa interacción es aún más evidente en algunas de las obras que podemos ver sin salir de Olot. En el estadio de atletismo Tussols-Basil, las gradas aprovechan la orografía del terreno, y la pista, de perfecta forma ovalada, parece pedir permiso a la naturaleza, sin ánimo de molestar, dejando que los árboles sean privilegiados espectadores de las actividades deportivas que allí ocurren. En el parque de Pedra Tosca, rocas basálticas de los volcanes anuncian el carácter de la zona. Unos pasillos creados con acero Corten invitan a la reflexión, dotando de forma al silencio. Este tipo de acero es común a la mayoría de las creaciones del estudio. De textura volcánica y color del fuego, el corten marca el paso del tiempo, se va erosionando, y pese a ser un material moderno es fácil que evoque lo arcaico.
Los arquitectos de RCR también son responsables del restaurante Les Cols, con su conocido salón dorado, y del hotel Pavellons Les Cols. Cuando se traspasa la sencilla entrada de la recepción se entra en un mundo onírico. La luz inunda el espacio, la fusión de la naturaleza queda muy marcada en uno de los estrechos pasillos, en el que la pared de la derecha está cubierta de vegetación a la que le ha caído el otoño encima y la parte izquierda es una pared de cristales a la que la luz—y, recordemos, las sombras— da diferentes matices de verde. Toda esa borrachera de luz, reflejos y colores hace que tarde unos minutos en darme cuenta: ¡estoy paseando por el bosque de bambú de Arashiyama, en Kioto! Un espacio con el suelo de lava volcánica me confirma lo que sospechaba: es igual que un jardín zen rastrillado, es Japón en Olot.
Rafael, Carme y Ramon se han llegado a definir como un trío de jazz, en el que los tres se complementan para conseguir el todo. Para empezar a imaginar necesitan conocer el espacio, visitarlo físicamente para entenderlo y dar con la fórmula para convertir lo intangible en tangible, para sacar a la superficie el genius loci. Su próximo sueño se está llevando a cabo en La Vila, una clásica masía de La Garrotxa en la que habían diseñado la piscina. A raíz de este proyecto, establecieron una estrecha amistad con el propietario, Joaquim de Trincheria, un hombre con una gran sensibilidad artística que ha sido patrono de RCR Bunka Fundación Privada. La masía estuvo en venta durante muchos años, el premio Pritzker fue el impulso necesario para que la adquirieran. La Vila data del siglo XIII, es una de las masías más antiguas del valle de Bianya. Allí están creando el Laboratorio RCR, un lugar en el que recibirán a jóvenes de todo el mundo, arquitectos o no —darán cabida al resto de disciplinas artísticas—, para que pueden sentir la arquitectura como la sienten ellos, como vida. Su intención es que sea un lugar que conmueva, a lo que va a contribuir el apabullante y cambiante paisaje de La Garrotxa, y que sea totalmente vivencial. Para el año próximo tiene que estar finalizado uno de los espacios, un pabellón que están fabricando en el municipio japonés de Yoshino, en el que vuelven a surgir las conexiones: el lugar está rodeado de bosques ancestrales, como la Fageda de Olot, del que extraen madera para la construcción de templos. La primera pieza va a tener el techo del papel tradicional que se elabora a mano en Japón, reforzando los lazos entre el estudio RCR y el país nipón.
La relación del trío de soñadores con el parque natural es muy estrecha, de hecho son sus asesores, de manera gratuita, y les piden consejo antes de hacer cualquier intervención. Raíces y alas, lema que han utilizado en numerosas entrevistas: una visión global, con los pies en la tierra, para llevar Olot y La Garrotxa al resto del mundo.
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