Con el verano llegan los conciertos al aire libre, los festivales y las jornadas de música en espacios abiertos. Los humanos somos animales musicales. La música nos humaniza en el mejor de los sentidos. La palabra proviene directamente del latín musica que lo toma del griego mousiké, es decir, ‘el arte de las musas’, diosas de la antigua Grecia y Roma (originariamente, la palabra incluía todas las artes y se refería a algo perfecto y bello). Dicen que la música fue un regalo de los dioses y continúa siendo innegable su capacidad para emocionarnos, para disfrutar e incluso para llegar a desconectar de la realidad más mundana, del yo más racional; algo que viene de muy antiguo, especialmente cuando se le suma la danza.
Los estados de éxtasis y de tránsito están vinculados con el chamanismo prehistórico —el origen de las religiones—, y es más que probable que entonces ya se hubieran dado cuenta que el toque repetido de un tambor a más de 200 pulsos por minuto induce cambios en la frecuencia de las ondas cerebrales. Los griegos, por ejemplo, no solo consideraban a Apolo como deidad musical, sino también a Dionisio, el dios de la mania, del éxtasis, entendido como un estado de plenitud máxima, como ‘estar fuera de uno mismo’. Por cierto, los rituales griegos donde se buscaba llegar a este estado eran solo para mujeres, y las practicantes, las bacantes —inspiradas en las ménades mitológicas— lo conseguían básicamente por medio de la música y la danza frenética, no con el vino.
Agustí Vericat, técnico de patrimonio del Ayuntamiento de Ulldecona, es una de las almas de las Jornadas Musicales en la Ermita de la Pietat (JMEP), que este año llegan a la 19ª edición. Me explica que, durante este tiempo, a menudo ha presenciado cómo el público y los músicos llegaban a una comunicación de una profundidad inusitada, prácticamente extática. Él es un apasionado de la música y considera que nos afecta mentalmente, psíquicamente, tanto de manera individual como colectivamente. Ahora bien, los conciertos en la ermita de la Pietat tienen, además, algo especial. El lugar funciona como una especie de catalizador. Colgada en la falda de la sierra de Godall, la ermita está rodeada por un paisaje delicioso, con campos y olivos en la llanura y con la sierra de Montsià delante, como precioso fondo escénico. Pero, además, hay otros factores que hacen que este lugar sea muy particular.
En este rincón de la sierra, en 1975, se encontró uno de los mejores conjuntos de pinturas rupestres de arte levantino que la Unesco declaró Patrimonio Mundial en 1998. Los expertos consideran que las más antiguas datan del periodo de finales de las sociedades de cazadores-recolectores, es decir, del paso del Paleolítico al Neolítico, ahora hace entre ocho y seis mil años. El numeroso abanico de pinturas prehistóricas de otras épocas convierte este espacio en aquello que los especialistas consideran un “super site”, un lugar de concentración, donde se reunían grupos para desarrollar actividades y cultos. Según los expertos, muy probablemente los abrigos de la Ermita funcionaron como lugar ritual durante miles de años.
La tradición de este espacio-santuario continuó posiblemente en época andalusí —a pesar de que no se han encontrado vestigios—, y en la Edad Media con la construcción de la primera ermita románica, a la cual seguirían dos fases constructivas más. Y, como todo el mundo puede comprobar, la persistencia de este lugar como espacio de socialización y de encuentro ha permanecido hasta el presente. No es extraño, pues, que este gestor cultural considere que el lugar tiene algo que ver con el éxito de las jornadas musicales que él y otros entusiastas iniciaron en 2004. La ermita de la Pietat es un paraje ideal para darse cuenta de cómo la historia es el espacio —la plaza pública—, donde se encuentran diferentes generaciones, las cuales, juntas, tejen un sentido de comunidad.
La primera jornada surgió como reacción al tedio y motivada por un entusiasmo que se mantiene todavía hoy: la pasión por la música. Si bien en un inicio no se había previsto su periodicidad, el éxito del primer año animó a continuar con una cita musical que ya es una de las más veteranas de las Terres de l’Ebre. En 2012, después de ensayar diversas fórmulas, se creó la Associació Jornades Musicals a l’Ermita de la Pietat. El Ayuntamiento de Ulldecona siempre ha apoyado la celebración de las jornadas, incluso a pesar de los cambios políticos que se han producido en el consistorio durante estos años. Una decisión inteligente que hay que celebrar, porque desgraciadamente no siempre pasa y en materia cultural, como en tantas otras cosas, la persistencia y perseverancia resultan fundamentales para obtener resultados. Probablemente, solo la gente que se ha tenido que remangar para organizar un acontecimiento como este, conoce la complejidad que ello supone, y percibe la absurdidad que supone tirar por la borda el capital humano y el público de una propuesta consolidada.
Las JMEP se celebran cada domingo al atardecer, desde inicios de junio hasta el primer fin de semana de agosto. Según los organizadores, aproximadamente un 50% del público es muy fiel a la cita musical, y la otra mitad que llega lo hace en función de la propuesta. La diversidad de músicas y estilos que se programan es precisamente una de las características de las jornadas. La única condición es la calidad de las propuestas. Para los organizadores resulta esencial estar muy atentos al surgimiento de nuevos grupos interesantes. Descubrirlos pronto permite contratarlos —a pesar del reducido presupuesto de las jornadas—, y ofrecer al público muestras de vanguardia musical en el pequeño y encantador balcón de esta ermita del sur de Cataluña. Un verdadero lujo.
Resulta evidente que modelo de las JMEP se encuentra bastante alejado del de los macro festivales. En vez de ahogar las pequeñas programaciones con contratos de exclusividad con los artistas, el de Ulldecona apuesta por las relaciones que benefician a todas las partes, especialmente a los grupos menos conocidos. Frente al gigantismo de los grandes festivales y sus efectos negativos sobre el medio y la sostenibilidad, las JMEP no buscan crecer en cantidad. El aforo máximo bajo los cipreses de la ermita está por debajo de las quinientas personas, lo cual determina un espacio casi familiar que favorece los contactos. Las dimensiones también favorecen la gestión ambiental de las jornadas. Vasos que se reutilizan año tras año, bocadillos envueltos con papel o la utilización de las infraestructuras y servicios ya existentes, son medidas que buscan toda la sostenibilidad posible. La ausencia de transporte público es la gran asignatura pendiente del festival y una de las debilidades estructurales de este territorio.
Los asistentes empiezan a llegar una hora antes del concierto, hacia las 7 de la tarde, cuando el sol empieza a mostrar su cara más amable. El ambiente es muy agradable y prácticamente familiar, con personas de edades muy diferentes. De hecho, empieza a pasar que las nuevas generaciones que se incorporan a las jornadas ya habían asistido a estas de la mano de sus padres. La música empieza a sonar bien pronto de la mano de los DJ que pinchan antes y después de los músicos. Vericat explica que estos disc-jockeys han surgido del público asistente, precisamente porque las jornadas atraen a los amantes de la música que viven en la comarca y las relaciones surgen con facilidad. Probablemente, este es uno de sus grandes valores: la generación de una red de personas interesadas en la cultura y la música. Las colaboraciones entre asociaciones musicales, grupos y particulares de los territorios del Sénia, probablemente deben mucho a las jornadas. Como cuenta aquel dicho africano, si quieres ir de prisa, anda solo, pero si quieres llegar lejos, hazlo acompañado. Son ya casi veinte años generando complicidades.
Entre otras cosas, la música de las JMEP ha borrado las fronteras administrativas provinciales y ha creado un espacio de encuentro que reordena centralidades. Las Terres de l’Ebre están dejando de sentirse periferia. Las lamentaciones han dejado paso a la acción y es a través de la cultura que se generan valores, se fortalecen identidades debilitadas y se consiguen territorios donde merece la pena vivir. Una buena prueba de esto es la reciente constitución de Festivals Terres de l’Ebre, la marca que aglutina la oferta cultural de las Terres de l’Ebre, impulsada por Col·lectiu Cultura. Su ordenada y atractiva web muestra bien como late este territorio, con propuestas, consolidadas, emergentes, diversas, arriesgadas y emocionantes. Centrándonos solo en música y danza, en estas comarcas se celebran festivales como Deltebre Dansa (Deltebre), Músiques en Terres de Cruilles (La Sénia), Toca’m (Tortosa), Proto-Fest (Tortosa), Les Nits de Tyrika (Alcanar), DeltaChamber Music Festival (Amposta), Eufònic (Terres de l’Ebre), Festival Pingüí (Flix), o Abella Rock Fest (El Perelló).
La 19ª edición las Jornadas Musicales en la Ermita de la Pietat se anunciaba así: «Una edición rellena de libertad musical, diversidad, calidad, felicidad y ganas de compartir momentos únicos sobre el eje giratorio de la galaxia espiral que son las JMEP con irrepetibles experiencias musicales en directo». La cultura no solo genera sentido crítico y capacidad de elegir. Otra de sus funciones esenciales aparece explicitada en el texto: generar, ‘felicidad’. Merece la pena recordar, precisamente ahora, en esta época tormentosa, que la cultura nos ayuda a ser más felices.
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