León es noble y bella como sólo las ciudades de largos inviernos pueden serlo. El pasado de la ciudad está ligado a rotundos nombres, como Ordoño, Ramiro y Sancho, también a aquellas mujeres precedidas de un solemne Doña, como Berenguela y Urraca. Entre todos forjaron el dicho de que León tuvo reyes antes que Castilla leyes.
El poeta Gamoneda dijo que en la plaza de la Catedral de Santa María el aire peligra de belleza. La Pulchra Leonina es la joya del gótico en España, aunque probablemente se antoje poca la frontera del Pirineo. Al otro lado de la puerta de la Virgen Blanca se dio sentido y forma a los sueños. Entrando en el templo nos ahorraremos la lectura de todos esos infumables tochos, delicuescentes libros que hablan de catedrales y que podemos encontrar cada verano en los lugares más destacados de las librerías.
Pese a que la restauración es la constatación del fracaso en la conservación, hay elementos contra los que es muy difícil luchar. Los más lógicos, el paso del tiempo y los desprendimientos accidentales, los más estúpidos los del acto vandálico. Cuando se hizo necesaria una nueva intervención de los restauradores, artesanos de lo onírico, se colocó una plataforma sobre andamios, a la altura de las vidrieras que iban a ser intervenidas. Ese hecho se aprovechó para que la gente pudiera acceder a lugares antaño reservados a los hombres de iglesia, lo que podríamos considerar como los tuétanos del edificio. El sueño de la luz fue el nombre escogido para esa experiencia y viendo su buena acogida decidieron prolongarla en el tiempo.
En las alturas notas el peso de la piedra, compruebas cómo el hierro pude llegar a ser dúctil, sientes la fragilidad del vidrio. Tras hacer un repaso a algunos detalles de la arquitectura se apagan las luces durante un instante, que se hace interminable, bello. El cierre del interruptor no sólo trae la oscuridad al cortar el suministro eléctrico sino que interrumpe también la respiración. Poco a poco se vuelven a encender las luces, al tiempo que se cierran de nuevo las pupilas al ritmo del calentamiento de los focos, que acaban bañando de dominantes todo el interior del templo.
Mirando a Alfonso X se puede ir viendo cómo la luz del sol cambia su expresión, tuerce su gesto. Si nos fijamos bien nos daremos cuenta de que las vidrieras son un arte cinético. Los tonos más fríos corresponden a la parte de la catedral que queda en sombra tienen, la que representa el Antiguo Testamento. La luz del amanecer, en cambio, nos muestra en el ábside el Nacimiento. Luz que según recorre la vidriera nos va explicando toda la historia de Jesús.
Cuando cae la tarde, la luz da vida a los doce ángeles que rodean a la Virgen en el rosetón. Las visitas a la plataforma han conseguido acercar a la gente de la lejanía y la frialdad de las cifras. Estando a tan solo un par de palmos de las vidrieras es más fácil comprender por qué cuesta más de cinco mil euros restaurar cada metro cuadrado.
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