Durante siglos, los pobladores que oteaban el horizonte no solían leer poesía. Estaban demasiado preocupados por los múltiples peligros y desgracias que llegaban del mar. En los siglos XVI y XVII, mucho antes de que Hollywood convirtiera a los piratas en galanes simpáticos, las poblaciones de la costa mediterránea los maldijeron una y mil veces. Desembarcaban, saqueaban, robaban, mataban a los que ofrecían resistencia y raptaban a los que no habían podido huir. Al cabo de unos días reclamaban el rescate y el intercambio se hacía en alguna pequeña cala del litoral. Los que no podían pagar eran vendidos como esclavos en el norte de África.
La captura de prisioneros fue uno de los grandes negocios de la piratería en el Mediterráneo y un drama enorme para la gente humilde que no alcanzaba a saldar el rescate. Al hecho de vivir sabiendo que tu familiar continuaba prisionero o esclavo en el norte de África, se añadía la ruina económica de perder, a menudo, el sostenimiento familiar que proveía el cautivo.
Muchas poblaciones de la costa catalana fueron asaltadas por naves corsarias. Por ejemplo, Cadaqués fue saqueada e incendiada en 1444 por veintidós galeras árabes y, cien años después, fue el propio pirata Barbarroja quien destruyó la antigua iglesia. Para defenderse y evitar ser capturados se fortificaron las masías cercanas a la costa y para avisar con tiempo de la llegada de los piratas se construyeron toda una red de torres de vigilancia, conectadas por los caminos de ronda. La torre de la Mora, cercana a Tarragona, la mandaron construir las autoridades del pequeño pueblo amurallado de Tamarit. Su origen está directamente relacionado con un ataque pirata que relatan las crónicas.
“El día siguiente de san Juan, año de nuestro señor mil quinientos y sesenta y uno, tres horas antes del día, desembarcaron cinco fustas de moros en la punta del sudoeste de la Mora, en una playa conocida como Caladebechs, y doscientos moros, pocos más o menos, vinieron siguiendo el camino real y entraron por el prado […] Y los de la villa, especialmente los de casa del alcalde, Miquel Sans, vieron como la barca Jaume Sans había lanzado las velas y huyendo llegaron a la costa gritando —¡Hay moros en la cala!— y el alcalde, que había llegado a la plaza, arrancó a correr avisando a los de las puertas —¡Moros entran en la villa— […] las mujeres empezaron a repicar y tocar el tambor en señal de alarma; la gente se armó; y los moros, viendo que la villa estaba alborotada y las barcas habían sido descubiertas, se retiraron bajo el sonido del tambor y se fueron a la cala de la Mora a embarcar”.
Aquella jornada, los vecinos de Tamarit tuvieron la suerte de cara y, no queriendo tentarla demasiado, decidieron construir la torre de la Mora para vigilar mejor esa parte de la costa. De hecho, los piratas parece que nunca lograron entrar y saquear este pequeño pueblo fortificado, edificado sobre los acantilados cercanos a la desembocadura del río Gaià. La miseria que acarreó la Guerra de la Independencia contra Napoleón, unida a los brotes de paludismo, fueron mucho peores enemigos que los corsarios y el pueblo quedó deshabitado a finales del siglo XIX.
En 1916, como si de una novela se tratara, el filántropo estadounidense Charles Deering, acompañado de su amigo el pintor Ramon Casas, se detuvo en Tamarit en el transcurso de una excursión. El lugar le fascinó de tal manera que lo acabó comprando para convertirlo en un magnífico lugar de reposo donde pasó largas temporadas, hasta su muerte en 1927. Las reconstrucciones de Deering acabaron de dar a Tamarit el aspecto similar a un castillo. Pero Tamarit no es un castillo y sería bueno conservar y honrar la memoria de los pescadores, agricultores, alcaldes y vecinos que habitaron este singular pueblecito costero.
Esta y otras historias las cuenta el camino de Costa —el camino de ronda— que recorre el litoral entre Tarragona y Altafulla, pasando precisamente por Tamarit, por la encantadora cala de Calabecs —donde desembarcaron los piratas— y por la torre de la Mora. Está claro que nuestra mirada sobre el horizonte es ahora muy diferente de la de los piratas de antaño o incluso de la de Joan Pere Casas y Jaume Nadal, dos vecinos de Tamarit que en 1638 se comprometieron a hacer guardia, por un sueldo de 10 libras al mes, en lo alto de aquella flamante torre que todavía continúa en pie.
La empresa de guías Argos Tarragona ha diseñado la llamada Ruta Pirata, un recorrido a pie y guiado por el camino de ronda, desde la playa Larga hasta el antiguo pueblo de Tamarit. La ruta permite conocer el tesoro natural de la costa de Tarragona: la punta de la Creueta —con su cantera romana— y el espacio natural del bosque de la Marquesa, donde precisamente se encuentra Calabecs, lugar habitual de desembarco de piratas.
Absolutamente excelente!
Inmejorables fotografias, lección de historia, de arte…
Efectivamente así nació la orden de los Mercedarios (la Mare de Déu de la Mercè) en Barcelona en el 1200, religiosos que se ofrecían a sustituir a los cautivos capturados en la costa, etc.