El Camin Reiau es una ruta de senderismo, de 150 kilómetros, que recorre los 33 pueblos de la Val d’Aran por los caminos que utilizaban los arrieros para ir de pueblo en pueblo. Está planteado como un itinerario de diez etapas, adaptables al estado de forma de los caminantes. Hay que tener en cuenta que acabaremos cargando en las piernas 6000 metros de desnivel positivo y, al ser una ruta circular, otros tantos negativos. A través de los caminos que encontramos aprenderemos muchas cosas sobre la particular idiosincrasia del valle, sobre su cultura, su historia y, por lo tanto, sobre su gente.
Viella es el punto de inicio y de final del Camin Reiau, localidad desde donde remontaremos Era Garona para ir a buscar las coquetas iglesias románicas del Naut Aran, pequeñas capillas con magníficas pinturas en buen estado de conservación y cruces como la del Cristo de Salardú.
Llegando al Pla de Beret se traspasa la divisoria de las aguas: a un lado la vertiente atlántica y al otro la mediterránea. Es también el punto de mayor altitud en la ruta. En la zona ya no pastan miles de cabezas de ganado, como antaño, apenas algunos caballos y cuatro vacas. El negocio está hoy en uno de los dominios esquiables más conocidos del país. Desde allí, la ruta sigue hacia Montgarri, donde se encuentra uno de los dos refugios que hay en el Camin Reiau.
La despoblación ha sido uno de los rasgos comunes a la mayoría de pueblos del valle, llegando al caso extremo de Montgarri, deshabitado desde que Tòn abandonara esa tierra al fallecer su mujer Càndida. La misma vista que tuvo en su triste camino, el telón de fondo con el Aneto y la Maladeta, nos acompañará durante bastantes kilómetros, hasta que entremos en tierra de leyendas como la del gigante Mandrònius, un hombretón de tres metros de altura que le dio estopa a los romanos.
Tanto en Vilamós como en Arres de Jos hay que prestar atención a los detalles de sus ermitas románicas, con algunas figuras incrustada en los muros laterales. Cuando la ruta se adentra en el Baish Aran nos hablarán de ritos mágicos, tradiciones paganas, de artistas del estraperlo. Viendo los frondosos bosques de roble, el musgo cubriendo las rocas, las hojas caídas alfombrando los senderos, y si además aparece la niebla, qué queréis que os diga, uno se puede tragar cualquier cuento.
La subida a Canejan queda marcada en la memoria del caminante, un zigzag rompepiernas para alcanzar un pueblo en el que apenas quedan cien almas —llegó a contar con un millar— y que es el inicio de dos de las etapas más espectaculares, en cuanto a paisaje, del Camin Reiau: la que llega hasta Era Honeria y la que sigue hasta Bausen. En Era Honeria encontramos el segundo refugio. La alternativa que hay hasta el momento es la de pernoctar en casas rurales, hay oferta en todos los pueblos del camino. Cuando intento recordar los paisajes y todo lo visto durante los diez días que estuve en el Camin Reiau, me vienen a la mente los bosques que crucé en esas dos etapas, bosques como el de Carlac, de belleza hiriente. El paso por ellos no es gratuito, los desniveles que hay que salvar nos harán valorar aún más el espectáculo que nos regala la naturaleza a cada paso.
En la última etapa se recorre un buen tramo de la que pudo ser la antigua calzada romana, la que unía la Vía Tolosana con Tarraco.
La ruta se puede hacer durante todo el año, en invierno sólo para los más atrevidos y bien equipados con la ropa adecuada y raquetas de nieve, pero en otoño y en primavera los bosques, ríos y praderas muestran todo su potencial, todo el esplendor de que son capaces esos bosques. La belleza como patrimonio, como gran valor del valle.
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