La siguiente etapa del Camino de Nidaros empezó en Fåvang y concluyó en el pueblo de Ringebu. El camino se adentró en un bosque bastante espeso donde los rayos del sol apenas alcanzaban el suelo. Cruzamos un vertiginoso puente sobre el río Tromsa, cuyo caudal proveniente de las montañas cercanas bajaba en máximos anuales, y seguimos progresando en ascenso hasta que un ejemplar de orquídea del género Platanthera hizo que acabara con mi cuerpo a tierra, a merced de los voraces mosquitos mientras me distraía fotografiando aquel curioso ejemplar. Desde un mirador natural tuvimos una excelente vista del río Laagen, última parada antes de llegar a la iglesia de madera de Ringebu, a un par de kilómetros del pueblo homónimo. Las dos siguientes jornadas nos llevaron de Ringebu a Dale-Gudbrans (Hundrop) y desde allí a Sødrop, pasando por una de las áreas montañosas mejor conservadas de Noruega, el Parque Nacional del Dovre.
Gran parte de su superficie se encuentra por encima del límite arbóreo. Sus cumbres más altas alcanzan los 1700 metros y es uno de los últimos refugios para el reno salvaje (Rangifer tarandus), un mamífero extremadamente tímido y considerado un bioindicador del estado de conservación del ecosistema alpino en Noruega. Además de estos cérvidos de gran tamaño en el parque se pueden observar algunas aves que encuentran aquí su hábitat idóneo, tales como el águila real (Aquila chrysaetos), el halcón gerifalte (Falco rusticolus) o el págalo rabero (Stercorarius longicaudus). El Dovre también es interesante desde un punto de vista botánico ya que alberga una flora alpina variada y adaptada a sus condiciones extremas. Entre Budsjord, Fokstugu, Furuhaugli y Hjerkinn, el sendero —que coincide en algunos tramos con el Kongevegen o Camino Real— discurre por un ambiente rigurosamente alpino, por lo que es muy recomendable ir preparado con ropa técnica y de protección así como con suficiente comida y agua.
Empezamos nuestro itinerario en Budsjord, donde el sendero asciende progresivamente sin descanso hasta alcanzar un amplio collado cerca de los 1200 metros de altitud. Durante el ascenso, cuando las piernas empezaron a pesar, me vino a la cabeza una frase del escritor Haruki Murakami: “El dolor existe, sufrir es opcional”. El agua brotaba por todas partes, con numerosos arroyos y charcos que hacen que el camino esté húmedo y embarrado en algunos tramos. Como en todos los ambientes alpinos la cobertura vegetal está formada por plantas de poco porte, densas y bien adaptadas a la rigurosidad de este clima.
Concentrado en el entorno intentaba que nada escapara a mi mirada. Un chorlito dorado europeo (Pluvialis apricaria) permitió que nos acercáramos a corta distancia y un charrán ártico (Sterna paradisaea) nos sobrevoló persiguiendo a una garza real (Ardea cinerea) que, posiblemente, se había acercado demasiado a su nido.
Alternamos tramos de conversación con períodos en que cada uno se sumergía y disfrutaba de su ritmo, intentando no tropezar o encontrar un encuadre atractivo. Éramos afortunados por transitar por esas montañas de dura pero constante belleza. Una vez superado el punto más elevado, a un par de horas de Fokstugu, empezó a llover intensamente y llegamos a nuestro destino totalmente empapados. Nos contaron que esta zona del Camino de Nidaros tiene un clima duro y severo, que la media de temperatura durante los meses estivales de julio y agosto no supera, en ocasiones, los 8 grados centígrados. Afortunadamente, una cabina bien equipada con estufa nos ayudó a entrar en calor y a secar todo el equipo fotográfico. La cena a base de pan noruego, salmón y filetes de caballa, acabó de obrar el milagro de nuestra recuperación para afrontar la jornada del día siguiente.
La mañana empezó de manera muy diferente, con una luz prístina que nos hizo volver locos fotografiando. La memoria selectiva desplazó las incomodidades de la jornada anterior y disfrutamos como niños haciendo nuestro trabajo. Unas horas más tarde, después de muchas colinas y la sorpresa de la aparición de un joven alce (Alces alces), llegamos finalmente a Hjerkinn.
Tras dos intensas jornadas, llegamos al punto final del camino, la ciudad de Trondheim. Nuestra llegada coincidió con la víspera del día de San Olav. Nos unimos a una multitud de peregrinos procedentes de distintos países que se agruparon para llegar juntos a la catedral, donde un pasillo formado por antorchas les dio la bienvenida. Para la mayoría de ellos este momento fue motivo de gran alegría, ya que es aquí donde concluía su periplo personal tras días o semanas de esfuerzo. Para mí fue muy enriquecedor recorrer parcialmente este itinerario, recomendable tanto para el amante de la cultura como para el aficionado a la naturaleza y el senderismo.
Texto: Òscar Domínguez / Fotos: Òscar Domínguez y Rafa Pérez
Todo aquel que quiera aventurarse a recorrerlo debe saber que el Camino de Nidaros está perfectamente señalizado, con marcas, paneles y señales cada pocos metros. Los alojamientos disponibles están muy bien equipados, generalmente cabinas de madera con varias literas, muchas veces en atractivas granjas recuperadas para usos hoteleros y albergues. También existe la posibilidad de escoger habitaciones dobles o individuales. Las habitaciones destinadas a los peregrinos no son excesivamente caras, se pueden encontrar cabinas para 4 personas por precios entre 45 y 60 euros.
gracias por el reportaje :noruega es mucho mas que los fiordos!…
naturaleza al estado puro…