¿Qué se puede esperar de un país en cuyos supermercados encuentras normalmente botellas de cerveza de dos litros y medio? Pues que en la balda de al lado haya al menos treinta marcas de vodka diferentes, en formatos de litro, tres cuartos, medio y cuarto de litro: parece que de lo que se trata es de que nadie se quede sin beber.
Aquí se inventó el vino
Los antecedentes lo dicen todo: aquí presumen de haber inventado el vino, antes de que Georgia se llamara Georgia. Antes de que se usara roble para hacer barricas, pues se fermentaba en tinajas de barro. Antes, incluso, de que el ser humano empezara a beber agua para saciar su sed. Tan orgullosos están de su historia y tradición vinícola que, puestos a hacer vino, lo elaboran a partir de más de 220 tipos de uva diferentes: saperavi, ojaleshi, rkatsiteli, tsolikouri y otras decenas de nombres impronunciables figuran orgullosos en las etiquetas de las botellas de vinos tintos y blancos, justo al lado del resto de alcoholes y destilados.
Cerveza, vodka y vino. Así es, el triunvirato mágico. La santísima trinidad. El triángulo sobre el que pivota un país. Y sin duda…
Aguardiente para desayunar
—Uy, perdona, perdona, ahora mismo te traigo el chacha —me dijo, interrumpiendo mis divagaciones matutinas, la señora que me preparaba el desayuno mientras se acercaba con el huevo frito aún en la sartén. A su manera de ver las cosas, el desayuno no estaba completo sin el potente aguardiente de uva de 42 grados. Al principio te resistes e intentas explicar que eso de tajarte por la mañana no va contigo pero, como ellos no lo ven mal y no te entienden bien, al final desistes. Y es que el problema no es que lo ofrezcan en el desayuno, sino que lo hacen a cualquier hora. Nunca es demasiado pronto ni demasiado tarde para un primer o último chupito.
La ensalada de tomate, pepino y perejil, el café y el khachapuri son los imprescindibles a esa hora. Aunque este último gusta tanto que lo comen en todo momento: es, según el lugar, pan, hojaldre o una torta rellena de queso, al horno o frita. Y en cada región están orgullosos de él, como creadores, cual padre está de su hijo cuando aprende a chutar la pelota sin usar las manos. Tanto que cuando le dices que te llevas las sobras (sí, siempre, siempre sobra comida) a la cocinera le da esa punzadita de orgullo en el estómago. ¡A los extranjeros les ha gustado!
Tal vez por eso, al viajar por Georgia parece que las comidas no existan: te han cebado tanto en el desayuno, que te sientes indigesto hasta media tarde, en la que comes algo de las sobras del desayuno haciendo tiempo hasta la cena. A ellos no les pasa, están habituados, y por eso los restaurantes están abiertos. La gente come sus sopas de verduras, de carne con patatas o de remolacha que recuerdan a las rusas en su consistencia.
El khinkali, orgullo nacional
Y khinkali, el otro orgullo nacional: enormes empanadillas hervidas, que se comen solas o, acaso, con pimienta espolvoreada por encima. Las hay de queso, de patata, de champiñones… aunque si te acompañan georgianos en la mesa es raro probarlas: lo que les va es la carnaza y éstas son siempre las elegidas. Rellenas de carne sola; con especias; con especias y hierbas aromáticas; con mezcla de carnes… Con tres te llenas. Pedir menos de cinco obliga a poner excusas al camarero y a tus amigos georgianos.
Así son los khinkali (pronúnciese “jincali”), otro plato en el que se nota la situación de este país, a medio camino entre oriente y occidente. Hace siglos pasaron por allí ramales de la Ruta de la seda y con ella religiones, mercancías y… comidas, como ésta o los pelmeni, una especie de raviolis, nuevamente, de carne. Platos que no son raros de encontrar tanto en un extremo (Asia) como en Europa, sobre todo, en Italia.
La cerveza es la reina de la tarde
Las tardes tienen una reina: la cerveza, sin apenas discusión ni celos. Sola, con pescaditos secos o patatas fritas sabor a pizza o panceta, gusta de ser tomada fresca, que no necesariamente fría. A ser posible, de litro en litro (por persona, claro). De ahí los tamaños familiares de los envases. Y sí, digo familiares porque los niños son introducidos en estos hábitos “tan saludables” a temprana edad. En una casa donde nos quedamos a dormir, a la niña de dos años le daban vino. En otra, el chaval de diez años ya brindaba con los mayores. Y el de 14, lógicamente, bebía vodka y chacha al ritmo de los adultos.
—¿Con qué os apetece cenar, con vodka o con vino? —nos preguntaron, como si otras opciones (agua, por ejemplo) no estuvieran en la carta. Parecía, además, que el menú giraría en torno a esa elección.
Una cena de postín
El vodka fue el pasaporte para el exceso en otra cena con amigos. Pidieron dos de todo, claro que aquella era una cena de postín. “No debe faltar de nada, que nuestros invitados estén a gusto” parecía la consigna. Empezamos con ensaladas de lechugas y tomates sabrosísimos. Verduras encurtidas. Llegaron luego las berenjenas fritas rellenas de pasta de nueces, otro de esos platos estrella que por mucho que lo hayas comido no puedes parar de pedir. Y también los khachapuri. Dos. Empezaba a faltar sitio en la mesa: el camarero empezó a apilar los platos unos encima de otros, literalmente, aunque no estuvieran vacíos. No era suficiente. Pollo guisado con salsa de vino. Íbamos a explotar y apenas habíamos comido una tercera parte de lo que allí había. Redondearon la cena con dos platos llenos de carne a la parrilla con cebolla cruda, igual que la preparan los turcos.
—Los turcos son muy listos. Lo que les gusta lo copian, le cambian el nombre y dicen que es turco —dijo Giorgi hablando del café que, paradójicamente, ellos mismos llaman “café turco” con normalidad. ¿Será que ese tipo de café sí vino de aquel país?
Perdí la cuenta de las botellas de vodka que cayeron, chupito a chupito, siempre solo y diluido posteriormente con un sorbo de algún refresco, burbujeante y empalagoso, con sabor a hierbas o limón. Sin embargo, los daños a mi hígado no fueron tan graves como la vez que en casa de Mamuka elegimos cenar con vino.
Vino de la casa
—Lo hago yo mismo, en el granero, con barricas de roble —dijo con orgullo el abuelo. Saber eso me hizo ilusión hasta que lo probé: áspero, algo avinagrado, peleón. El nuestro. Por muy orgulloso que él estuviera, el que él se servía estaba ya diluido a partes iguales con agua, y bien fresco.
En esas cenas, aunque abundantes, la comida es un medio, no un fin: comer es una cuestión de supervivencia. Lo importante es la manera de que nuestro estómago e hígado intenten asimilar las ingentes cantidades de gvino (así es como se llama allí).
Un brindis, y otro, y otro
Aunque aquello parecía una competición alcohólica: desde antes de hincar el tenedor en la comida, empezaron los brindis, todo un ritual. No se trata de chocar las copas y apretarse el contenido de una, como con el vodka. Aquí es donde sale a relucir todo el arte dialéctico y capacidad discursiva georgiana. El primer brindis, siempre, se dedica a Dios, por hacer posible esa cena, ese encuentro. Y se vacía el vaso de golpe. El segundo, apenas unos minutos después, va por los difuntos, por los que vinieron antes y que hoy no están presentes. Con el vaso de chato bien relleno nuevamente, viene el tercero, por la familia, por su salud, por los hijos.
Y llegados a ese punto, como es normal, empiezas a pensar en la resaca del día siguiente mientras, puestos ya de pie, siguen el resto de brindis. Por nuestros países; por la paz; por la amistad eterna; porque sigamos en contacto siempre… y otros clásicos relacionados con la exaltación de la amistad, del patriotismo y otros estándares etílicos internacionales. Anda que venir hasta aquí para constatar que en eso no somos tan diferentes…
Texto: Pablo Strubell / Fotos: Itziar Marcotegui y Pablo Strubell
Decir que la vida de Georgia pivota sobre el alcohol es como decir que la vida española pivota sobre la plaza de toros
Deberías informarte sobre las tradiciones e historia del país que visitas, así escribirías mejores artículos, sabiendo de lo que hablas.
Hola, Antonio. Tienes toda la razón: mi afirmación es una exageración y, tal vez, no se corresponde a la realidad. Así es. Pero te aseguro que mi paso por el país tuvo grandes dosis de alcohol, desde el mismo desayuno hasta la noche, en unos grados y cantidades que ni he visto ni bebido en España (país en el que el consumo del alcohol per cápita es el doble que en Georgia, según la OMS). Esa fue mi experiencia durante el mes y medio que pasé allí. Así que te doy la razón, pero me he pasado un poquito, vale… pero era una hipérbole que permitía transmitir mejor la idea. Este artículo ni era ni pretendía ser una estudio científico ni un artículo periodístico ni crear cátedra sobre ese país que tú conoces tan bien, intuyo. Me alegra, por último, que hayas leído con tanta atención y detalle mi escrito. Espero que en el resto de cosas estuvieras más de acuerdo o consideraras que se acerca más a la realidad de la que hablas, pues intuyo que es un país que amas tanto como lo disfruté yo.
Hola! Soy una georgiana que lleva 10 años viviendo ua en Barcelona y tengo que decir que me ha resultado muy placentera tu manera de hablar sobre la comida de mi país. Me ha entrado incluso hambre, si que es cierto que has exagerado un poco sobre la bebida, pero la verdad que no se cortan mucho.
Espero que hayas disfrutado de tu estancia allí!