Acabo de regresar del archipiélago Svalbard, situado entre las latitudes 74º N y 81º N. He viajado hasta el norte más extremo del planeta para reunirme con un grupo de científicos de muy diversas disciplinas en su estudio sobre las variaciones de temperatura ambiental, los cambios en la fauna local y el deshielo, debidos, entre otros, al calentamiento global.
Uno de mis cicerones en este viaje es Bud Ward, fundador del Yale Forum on Climate Change and Media, de la Yale University de Connecticut, quien me da las primeras pautas para entender el problema. “Por primera vez en la historia, la comunidad científica internacional está de acuerdo en una cosa: el calentamiento global del planeta es un hecho constatado y el ser humano es en gran medida el responsable de ello”, dice Ward, que se lamenta de que el gran escollo para frenar los efectos del cambio climático sean los propios gobiernos, “anteponen los intereses económicos de los países a la salud del planeta”. Ward me cuenta que la comunidad científica lleva décadas tratando de entender qué es lo que causa el calentamiento global. “A pesar de lo que muchos insinúan, el patrón de ese aumento de temperatura no solo se debe a los ciclos naturales. El gran problema son los gases de efecto invernadero generados por el ser humano, es decir, aquellos que provienen del uso de combustibles fósiles en fábricas, vehículos a motor o procesos de creación de electricidad; el enemigo a combatir es el terriblemente famoso dióxido de carbono o CO2”.
Mientras el resto del mundo debate, intenta contener o ignora el problema, hay quienes ya funcionan con modelos que evitan en gran medida el uso del carbón o el petróleo en la industria y en los procesos de creación de energía. Islandia —que cuenta con treinta volcanes activos y más de ochocientos manantiales de aguas termales— es el paradigma de esa utopía energética que un día querríamos alcanzar el resto de países: el 81% de su energía primaria y el 100% de su energía eléctrica provienen de fuentes renovables.
En Islandia la poderosa naturaleza volcánica les proporciona energía geotermal que supone un 66% del total, seguida por la hidroeléctrica (15%), mientras que el uso de los combustibles fósiles responsables de la emisión de gases de efecto invernadero solo representa el 19%. En Islandia los manantiales de aguas termales no solo son una bendición para el planeta, sino también para los propios islandeses que suelen desafiar las bajas temperaturas exteriores metidos hasta el cuello en estos lagos convertidos en balnearios geotermales. Uno de los más famosos, el Blue Lagoon, hace las delicias de los bañistas con un telón de fondo en forma de chimeneas humeantes. Todo tiene sus desventajas claro: para domesticar a esta tierra salvaje y no dañar el planeta, los islandeses han tenido que pagar, en algunos lugares, con cierto impacto paisajístico.
El panorama en el resto de países de Europa está muy alejado de esta realidad. Por detrás de Islandia se sitúa Noruega (97,6%), que es por cierto soberana del archipiélago de Svalbard; Croacia (67,1 %), Suecia (63,3 %) y Dinamarca (61,9 %). España, que ya estaba en las antípodas en la producción de energías verdes —en 2014 alcanzamos el 42,8 %—, empeoró sus resultados el año pasado desplomándose por debajo del 40%. Sin que haya perspectivas de mejora. Al contrario. Una pequeña luz entre tanta oscuridad nos la proporcionó la isla de El Hierro, que logró abastecer el 100% de la demanda en 2015 gracias a la energía eólica.
Fotos © Òscar Domínguez
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