En el año 2003, la capitalidad cultural puso a Graz momentáneamente en el mapa. Sin ruido excesivo, se fue diluyendo poco a poco hasta que se colocó de nuevo en el lugar que le corresponde, el cuarto o quinto lugar a la hora de hacer la lista de los lugares para visitar en Austria. En muchos países, Graz sería una visita imprescindible. No hay que obviar que, desde 1999, su casco histórico está en la lista del Patrimonio de la Humanidad. Pero claro, en el reparto de fronteras le tocó compartir espacio con ciudades como Viena, Salzburgo e Innsbruck. Así cualquiera levanta cabeza.
La primera vez que llegué a la ciudad fue fruto de la casualidad, del azar que llevaba a rellenar las casillas del billete de Interrail en función del tren que saliera primero. Tras esa primera visita, he procurado volver cada vez que se me presenta la ocasión de viajar a Austria.
Durante la Guerra Fría, Graz tendió puentes que fueron cruzados por las tendencias de occidente en un sentido, y con las propuestas de los artistas e intelectuales de la Europa Oriental en el otro. Con el paso de los años se han empeñado en mantener viva la llama cultural. Han contribuido a ello festivales de música como el Styriarte, el de narrativa o La Strada, de marionetas y artistas que hacen de la calle su escenario.
Para subir a la colina Schlossberg hay varias opciones: la escarpada escalera Kriegssteig, labrada en la roca durante la Gran Guerra; un antiguo funicular y un moderno ascensor. En la cima había un castillo que hizo perder los nervios a Napoleón. Lo primero que ordenó al negociar la entrega de la ciudad fue, menuda pataleta infantil, que hicieran saltar por los aires la fortaleza. La Torre del Reloj, ésta sí en pie, ya no dobla las campanas para anunciar ejecuciones en la Hauptplatz, la plaza que ha sido testigo de los grandes acontecimientos de la ciudad a lo largo de su historia. No hay más que ver la decoración de las fachadas de sus edificios y las de las calles que salen de allí, como la casa Luegg y su borrachera de estucos barrocos, el Ayuntamiento neoclásico, la casa Herzog o el Landhaus, obra de Domenico dell’Allio, desde donde se accede al Arsenal Regional, donde más de 30.000 armas de todas las índoles nos transportan a épocas en las que la guerra se consideraba un arte.
En la plaza Kaiser-Joseph, agricultores venidos de toda Estiria organizan un pintoresco mercadillo todos los sábados, donde no falta el típico aceite de pipas de calabaza. Graz tiene patios interiores y callejones encantadores, como los que dan acceso a la plaza Glockenspiel. En el carrillón de la plaza, en tres ocasiones al día, una pareja tallada en madera baila al ritmo de una melodía, pañuelo en mano ella, con una jarra de vino él.
En un par de saltos se pone uno en la Catedral, de porte gótico. Desde la torre se tienen vistas de pájaro de los rojos tejados de la ciudad. Como de pájaro son, concretamente de paloma, los meteoritos que caen cuando uno se asoma por las ventanas, consecuencia del descomer colombino.
Merece la pena acercarse hasta la sede del Gobierno del Estado Federado de Estiria, no tanto por saber qué se cuece allí sino por subir por la curiosa escalera de caracol doble, fechada en 1499.
Cuando brilla el sol, cosa que ocurre aquí más que en ninguna otra ciudad austriaca, la piedra arenisca de la escalera muestra una variada amalgama de colores. De nuevo en la Hauptplatz podemos caminar hacia dos de las calles más encantadoras de Graz, la Hofgasse y la Sporgasse. En la primera de ellas hay que pararse en la panadería real Edegger-Tax, con exquisito portal labrado y decorado en marquetería. Aunque lo extraordinario del portal está en cruzarlo y caer en la dulce tentación de probar alguna de las especialidades de Estiria que desde 1569 viene horneando la familia propietaria.
En la plaza Franziskaner, conviene hacer una parada para proveerse de cafeína en alguna de sus terrazas donde podemos encontrar, en un momento u otro, a la quinta parte de los habitantes de la ciudad: los estudiantes, que han transformado a Pensionopolis, nombre que acuñó Graz en el siglo XIX debido a que era utilizada como ciudad residencial, en una ociosa y animada ciudad.
Otra visita imprescindible es la de la Sinagoga. Destruida en 1938 durante la Noche de los Cristales Rotos, fue reconstruida en el año 2000 y devuelta a la comunidad judía de Austria. En sus muros reposan parte de los ladrillos recuperados de aquel fatídico suceso y quien sabe cuántas tristes historias.
En los últimos años, entre edificios góticos y barrocos, se ha colado la arquitectura moderna. A priori, si te cuentan que han construido una isla en el río Mur en forma de almeja abierta y que una casa para el arte parecida a una víscera creció a orillas del mismo río, te resultará desconcertante como poco. Estas dos intervenciones de la más vanguardista arquitectura no dejan indiferente a nadie. La isla del río es obra del neoyorquino Vito Acconci y alberga en el interior un parque infantil, un anfiteatro y un moderno café donde experimentar con otro tipo de cultura, la gastronómica. Además de servir como punto de encuentro público para el arte y la comunicación, ha trazado un puente entre el casco histórico y la plaza Mariehilfer.
En cuanto a la Kunsthaus, sus autores son los británicos Peter Cook y Colin Fournier, un edificio que da cabida a todo tipo de tendencias artísticas de vanguardia.
Una de las cosas que más llama la atención en la ciudad es la cantidad de estatuas de motivos religiosos que hay en las fachadas de las casas. En tiempos de la Contrarreforma todo el que no se convertía en católico era quemado en la hoguera. Muchos eran los que se habían formado otra idea de cálido bienestar y decidieron aparentar cuanto menos de fachada. Los que decidieron practicar además de aparentar, se acercaban a iglesias como la Stadtpfarr, donde seremos testigos de una de las mayores gamberradas artísticas de la historia. Albert Birkle no tuvo otra que colocar a Hitler y Mussolini en las vidrieras del coro contemplando la flagelación de Cristo. Lo mejor del caso es que el artista no dijo esta boca es mía y hasta 1955, dos años después de acabar la obra, no fue descubierta la gracia.
Otra de las curiosidades tiene que ver con la pantera. Cuenta la tradición que el felino símbolo de Estiria, que encontramos en una de las puertas de la Armería, escupía fuego por todas y cada una de sus aberturas. Hacia 1920 esto fue motivo de escándalo para una diputada y no dispuesta a soportar semejante obscenidad promovió una ley que dictaba que las panteras sólo escupirían fuego de ombligo para arriba.
En Graz han nacido un buen número de artistas, como la fotógrafa Inge Morath y su inseparable Leica o los directores de orquesta Karl Böhm y Robert Stolz. Y si no nacieron, fueron acogidos. Como otro director de orquesta, Nikolaus Harnoncourt, o el escritor injustamente olvidado Leopold Sacher-Masoch. Sus fantasías no fueron entendidas y además se metió en el mismo saco sadismo y masoquismo, muy diferentes según los entendidos, hecho que relegó al ostracismo al autor de Venus en abrigo de piel, elevando por el contrario al Marqués de Sade. Y algunos se han tomado muy en serio lo de reconocer la vida y obra del escritor. Prueba de ello es que en el hotel Erzherzog Johann tiene una habitación que lleva el nombre del ilustre libidinoso, decorada siguiendo los gustos a los que se refería en sus novelas. En el bar se sirve el cóctel Wanda, seudónimo de su mujer, y la tarta Sacher-Masoch. Y al final, muy al final, también tienen que reconocer que Arnold Schwarzenegger es de Graz.
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