¿Conocen un arte que exalte los valores del reto, del riesgo a la vez que la belleza, la libertad, el amor, la solidaridad y la poesía? Seguro que sí. Se llama circo y ha acompañado a los seres humanos desde la noche de los tiempos. Las acrobacias de los antiguos egipcios, las habilidades de los saltimbanquis medievales, los desafíos de los jinetes del Cáucaso, o las piruetas de las artistas del Cirque du Soleil, según Xavier Barral, tienen en común un hilo invisible que las conecta con el cosmos a través de un juego sublime: el reto entre el individuo y las leyes de la naturaleza. No se trata solo de entretener sino de medir y mostrar las capacidades físicas y espirituales de los humanos enfrentados a la dificultad, al peligro, al dolor, a la muerte. El circo nos reconecta con la vida.
En el circo todo es verdad, todo sucede y se materializa siempre a la vista del público. No hay trampa posible. La precisión y el rigor tienen que ir de la mano de la mayor fantasía posible para conseguir una comunicación vibrante y de naturaleza poética. Barral afirma que la poesía del circo vive en la suprema belleza del instante efímero, solo comparable al gesto de un enxaneta al coronar una torre humana, entre el sonido estridente de las grallas y la explosión de la tensión contenida del público.
Los estudiosos consideran que el circo moderno nació a finales del siglo XVIII de la mano del militar inglés Philip Astley, un sargento de dragones amante de los caballos y las acrobacias. Fue él quien estableció la pista redonda debido a que los acróbatas hípicos necesitan poder circular a una velocidad regular. Al poco tiempo, a los caballos se sumaron acróbatas, malabaristas y algunas atracciones de feria. Buena parte ya existían, pero el formato era nuevo y también el nombre. Astley lo denominaba “anfiteatro”, pero fue un ex colaborador suyo, Charles Hugues, quien dio pie al nombre que ha llegado hasta hoy cuando montó el Royal Circus. Esta claro que Astley sabía más historia, porque el circo romano en el que se inspiró Huges era esencialmente una pista de carreras para carros tirados por caballos.
El británico y sus colaboradores exportaron el nuevo espectáculo a París, donde fue un éxito, y de allí se propagó por Europa, llegó a Rusia y a América. La condición de militar de Astley explica los trajes con apariencia de uniformes y las bandas de música inspiradas en las castrenses que hasta los años setenta formaban parte incuestionable del mundo del circo.
Por sorprendente que pueda parecer, la historia del circo en Catalunya empezó en Reus, una ciudad de la Costa Daurada. La primera representación tuvo lugar en 1789 en el Teatro Principal, conocido también como Teatre de les Comedies. Se trató de un espectáculo ecuestre a cargo de la compañía francesa Jean Gadis Colman. No olvidemos que por aquel entonces, Reus era una de las ciudades más importantes del país, con una burguesía emprendedora, muy activa y bien relacionada con todo lo que pasaba en Europa. Diez años después actuó en la ciudad la compañía de los italianos Francesco Frescara y Giacomo Chiarini presentando un espectáculo de equilibrios en la cuerda floja, acrobacias, sombras chinas y pantomimas.
A finales del siglo XVIII, las compañías de circo tenían prohibida la representación de farsas dialogadas. Algo de peligroso, de subversivo, ha acompañado siempre al circo por su carácter popular, directo, auténtico y cosmopolita. Pero las prohibiciones agudizan el ingenio e, inspirados en la Commedia dell’Arte, nacieron las pantomimas sin diálogo de los payasos.
Las autoridades, siempre han puesto interés en procurar no prestigiar el oficio de sorprender, ilusionar y hacer reír a los demás. Las palabras feriante, saltimbanqui y payaso todavía hoy arrastran connotaciones negativas. En cambio, Jordi Jané, cita al semiólogo Paul Bouissac para afirmar que «el circo es el espejo donde cada cultura se refleja, se condensa y transciende. Puede parecer que el circo se sitúa al margen de la cultura pero, en realidad, ocupa el centro». Por eso, un festival dedicado al circo resulta ser mucho más que un festival y Trapezi, la feria del circo de Catalunya, como sus organizadores la denominan, sigue demostrándolo, año tras año, desde hace más de dos décadas. Poca broma.
Isaac Albesa explica que Trapezi nació a finales de los 90, cuando el concejal de cultura pensó que el circo contemporáneo podía convertirse en la singularidad que Reus buscaba. La ciudad ha estado siempre muy vinculada a la cultura y especialmente al teatro. La propuesta es coherente con una ciudad que cuenta con dos excelentes teatros centenarios —el Fortuny y el Bartrina— a parte de otros más pequeños y multitud de plazas que fácilmente se convierten en anfiteatros.
Superar la crisis no ha sido fácil, especialmente en un país al que todavía le cuesta entender —a pesar de todas las evidencias— que los presupuestos destinados a cultura no son gastos prescindibles, sino verdaderas inversiones, tremendamente rentables a medio y largo plazo. No es casualidad que los países más avanzados del mundo tengan también las industrias culturales más potentes, o que Hollywood sea un instrumento más efectivo en el liderazgo mundial de los Estados Unidos que su ejército. Sea como fuere, hoy en día, los reusenses no pueden imaginarse una primavera sin circo. Puntualmente, cada primera quincena de mayo llega Trapezi y las calles y los teatros se llenan de propuestas muy diversas, siempre interesantes, que bajo la etiqueta del entretenimiento nos conectan con algo muy profundo.
Los humanos somos animales miedosos e inseguros. Nos pasamos buena parte de la vida construyéndonos máscaras que permitan esconder nuestras inseguridades y protegernos de la mirada de los demás. Algunas veces son tan efectivas que la máscara toma las riendas y anula a su creador. Cuando eso sucede suele ser garantía de infelicidad, de vidas vacías, falsas, de tristezas profundas. Necesitamos imperiosamente aflojar, aunque sea de vez en cuando, la cinta de la máscara para respirar, para reencontrarnos con nosotros mismos y especialmente con el niño o niña que llevamos dentro.
Quizás esté equivocado, pero intuyo que esta paradoja ayuda a explicar por qué nació y seguimos necesitando el circo: un espacio donde volver a ser crédulos, donde dejarse sorprender por lo que parece imposible, donde dejarse seducir por la poética del riesgo, donde emocionarnos con lo espectacular o con lo más simple, donde dejar a un lado los prejuicios y conectar con nuestro yo más esencial y más intuitivo.
Una confesión: preparando este reportaje disfruté de momentos de una enorme felicidad. Sin duda, estoy en deuda con todos esos artistas y con el festival. ¡Larga vida a Trapezi y al circo!
Más información en la página web del festival Trapezi.
Más información de la oferta de eventos, cultura y actividades de ocio en la Costa Daurada en la página del Patronato de Turismo.
Fuentes y referencias de interés:
- Albesa, Isaac: “El gran show de Reus. La capital del Baix Camp esdevé una gran pista de circ durant el festival Trapezi”, en Descobrir Catalunya núm. 255, mayo 2019.
- Barral, Xavier: “Catalunya i el circ”, en Art de Catalunya. Enciclopedia Catalana (on line).
- Jané, Jordi: “Circ”, en Enciclopèdia de les arts escèniques.
- Biblioteca de Reus.
- Blog Pa i Circ
Muchas gracias Rafael López-Monné, por este precioso articulo, gracias por recordar la grandeza cultural de la ciudad de Reus y gracias por haber mostrado una parte importante de lo que en su época era el Teatre de les Comèdies.
Tenemos el orgullo de llevar su nombre y nos dedicamos a una parte muy importante del Teatre, el teatro musical y la opera.
Celebro que os haya gustado y muchas gracias a vosotros por vuestro trabajo.