La historia moderna de Puerto Limón y su desarrollo como principal puerto marítimo de Costa Rica llegaron en tren. Si bien Cristóbal Colón había fondeado en isla Uvita para reparar su nao durante su cuarto y último viaje, la localidad como tal no aparecería en los mapas hasta bien avanzado el siglo XIX. Concretamente en 1871, cuando la necesidad de exportar el café de Costa Rica hacia Europa llevó a los gobernantes de la época a diseñar una línea de ferrocarril que uniera la capital, San José, con este puerto de la costa caribeña.
El tren no solo trajo prosperidad, sino que también aportó al Caribe costarricense algo que cambiaría la fisonomía, la cultura, la religión y la gastronomía de este rincón del mapa para siempre: obreros procedentes de Jamaica y de otras islas de las Antillas. Aquellos trabajadores, que primero colocaron las vías, fueron aprovechados más tarde por la United Fruit Company, que los emplearía en los campos bananeros perpetuando así su estancia en Costa Rica.




Casi 150 años después, Limón se ha transformado en un importantísimo puerto comercial, desde el que los barcos igual parten cargados con bananas o café que con turistas. En el centro histórico, el próspero pasado mercantil se deduce de una arquitectura de aires victorianos, como la del edificio de Correos y Telégrafos o el Antiguo hotel Cariari. La ciudad también sigue conservando su población afroamericana descendiente de aquellos jamaicanos, que a su vez descendían de esclavos africanos. Aunque el español es la lengua oficial aquí se habla principalmente el mekatelyu, una curiosa lengua criolla cuyo nombre procede de la frase make I tell you o let me tell you (permíteme decirte algo).
La siguiente población en el mapa de la Costa Rica criolla es Cahuita, puerta de entrada al parque nacional homónimo. A pesar de su pequeño tamaño, en sus diez kilómetros cuadrados habitan las más variadas y peculiares formas de vida: desde osos perezosos hasta corales cerebriformes.
Todos los tópicos del buen rollo caribeño se cumplen en Cahuita, también a pequeña escala: hay fiestas con los pies en la arena, rastas, Bob Marley, cocina criolla y turistas con camisetas del León de Judá que no saben qué relación tienen Etiopía y Jamaica ni quién fue Haile Selassie.



Además de tener una particular atmósfera y un parque nacional extraordinario, Cahuita aparece en los mapamundis de la música por ser la localidad natal de Walter Ferguson, más conocido en el mundillo como King Calipsonian. Ferguson fue uno de los mayores exponentes de una música que llegó a estas costas al mismo tiempo que el ferrocarril: el calypso, que originalmente había nacido en las Antillas y que hoy es todo un signo de identidad en la región. Cahuita es la versión en miniatura de lo que se puede encontrar un poco más al sur, en Puerto Viejo de Talamanca, que además de tener ambiente puramente criollo es el epicentro del surf en la costa del Caribe tico. Motivos no le faltan: aquí rompe la mítica Salsa Brava, una poderosa ola tubera que atrae a surfistas de medio mundo.


El Caribe de Costa Rica no solo es diferente al resto del país por su particular estilo de vida, cultura propia y un idioma que no es el castellano. También queda patente cuando uno se sienta a la mesa y en el menú aparece el muy africano rondón —del inglés run down—, una sabrosa sopa de pescado con coco, yuca, palmitos y plátano macho. También encontramos rice and beans —al que no le han buscado vocablo castellano—, el pati —del británico pastry)—, el pan bon —del bun— o el plantain tart, hecho a base de algo que aquí se tiene muy a mano: los plátanos maduros. Para regar un ágape tan exótico, nada mejor que pedir “agua de sapo”, que a pesar de su desalentador nombre no contiene ningún ingrediente anfibio, solo zumo de limón, tapa de dulce y jengibre.




Fotos © Gonzalo Azumendi
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