Europa, este viejo y arrugado continente, está lleno de sitios interesantes para quienes aprecian la naturaleza y la cultura rural. Aquí no hay selvas vírgenes pero, en cambio, el trabajo de incontables generaciones de agricultores y pastores ha dejado un poso cultural enorme y riquísimo en el paisaje. Actualmente, el turismo rural ha llegado prácticamente a todos los rincones. Ahora bien, que esos lugares cuenten con actividades serias, bien organizadas y pensadas para que los visitantes disfruten del entorno y de su patrimonio, es otro cantar. En esa liga solo juegan los que están mejor preparados, los más convencidos de que en esto del turismo rural, como sucede con la agricultura, es necesario plantar primero para recoger después.
En la Garrotxa llevan muchos años sembrando con criterio y recogiendo buenos frutos. A parte de la belleza incuestionable de la comarca de los volcanes, el visitante que decide pasar un tiempo en esta comarca encontrará una oferta realmente atractiva de actividades. Aquí va una pequeña selección.
NaturalWalks
Evarist March es uno de los mejores guías intérpretes de naturaleza que he conocido en mi vida. No exagero. Dirige NaturalWalks, una pequeña y ágil empresa dedicada a generar felicidad entre los curiosos que quieren aprender a ver el mundo natural con otro sentido que no sea el puramente académico. Nos encontramos en el fantástico mirador del Far de Collsacabra. Estaba embobado contemplando horizontes bañados con la adormecida luz del alba, cuando me hizo girar la cabeza y mirar al suelo. A mis pies, unas hierbas que nunca habían merecido mi atención y que hubieran seguido así si no fuera porque Evarist me descubrió que eran ajos silvestres. Arrancó uno y lo probamos. Empezamos a hablar de salud, de cocina de los sabores y, tomando un brote de tomillo, me explicó la vida de mis antepasados mientras cocinaban sopas de farigola.
Evarist da el salto que muy pocos saben o pueden hacer. Es capaz de pasar del objeto a su contexto e interpretar el mundo a través de una simple planta. Le encanta explicar y también algo menos habitual: escuchar a sus clientes, lo que demuestra seguridad. Trabaja con grupos muy heterogéneos, desde familias a directivos de grandes multinacionales. En todos los casos tiene un objetivo bien marcado: tocarles el corazón para que vean el mundo de otra manera.
La Xiquella
¿Qué hacen un ingeniero técnico agrícola y una diseñadora gráfica de Barcelona en la Vall d’en Bas? Pues algunos de los mejores quesos de las comarcas de Girona. Oriol Rizo había trabajado durante años en el sector lácteo. Poco a poco, la admiración por el mundo del queso artesanal se fue convirtiendo en una obsesión hasta que Irma, su compañera, lo empujó a liarse la manta a la cabeza. Fue un cambio de vida radical del que no se arrepienten en absoluto. Hoy regentan La Xiquella, una encantadora casa de campo que destina la planta superior a alojamiento rural y lo que debería ser un garaje a una quesería.
En muy pocos años han conseguido un éxito meteórico. Por ejemplo, en una cata a ciegas para Girona Excel·lent (2016-2017) expertos gastrónomos escogieron dos de sus quesos entre los tres mejores de Girona. Oriol e Irma organizan catas de sus quesos maridados con vinos del Empordà. El festival de sabores está asegurado. Pero créanme, no tengo muy claro si el secreto está en la leche o en su simpatía, cordialidad y hospitalidad. Oír hablar a Oriol tan bien de sus colegas —competidores— es una buena muestra de ello.
Vol de Coloms
Para alguien que suele estar en la nubes, la propuesta de subirse a un globo resultaba especialmente atractiva. Me citaron a las 7:30 de la mañana. El frío era intenso. Mientras se inflaban nuestros transportes, nos invitaron a tomar un café con leche y una pasta en la cafetería de sus instalaciones. En todo momento, la relación con los clientes fue especialmente cercana y agradable. Conocen bien su trabajo, no en vano la empresa Vol de Coloms es una de las más antiguas en su ramo. Echaron a andar en 1992, después de que Toni Pagès y su hermano se dieran cuenta de las buenas condiciones de la Garrotxa para los vuelos en globo.
Con cierta frecuencia se enmarca esta actividad dentro del llamado turismo de aventura. A decir verdad, no tiene nada de adrenalínico, sino todo lo contrario. Es una experiencia que rebosa belleza, suavidad, tranquilidad, paz. Resulta una especie de paréntesis que se antoja fuera de la realidad. Un paréntesis precioso. Un vuelo en globo suele ser un buen regalo para alguien a quien aprecies de verdad y pude comprobarlo en nuestro vuelo donde un pareja celebró el aniversario de él, brindando con cava colgados del cielo de la Garrotxa.
Cal Sastre
Santa Pau es una de las poblaciones más visitadas de la comarca y tiene todo el sentido que así sea. Un paseo por sus calles y plazas despeja cualquier duda. Llegar hacia el medio día puede ser la excusa perfecta para quedarse a comer, por ejemplo, en Cal Sastre. Está situado bajo unos evocadores soportales, frente al castillo, en la plaza dels Valls. La cocina es de tipo tradicional y basada en los productos de temporada —tienen tres huertos ecológicos—. Mas allá de este tipo de definiciones, lo que pude comprobar es que elaboran una cocina honesta, enraizada en el lugar, dirigida por alguien que sabe de dónde viene y seguro de quién es.
El nombre le viene del sastre que se casó con una vivaz camarera que acabaría teniendo una fonda propia en Olot. Su nieto, Jesús Pont, recuperó la tradición y convenció a su madre, Margarita Colldecarrera, para ponerse tras los fogones de un establecimiento que ya forma parte de la historia de Santa Pau. Tuve la suerte de compartir mesa con ella, toda una señora que, a sus ochenta años, muestra una lucidez y estima por la cocina envidiables.
Durante la conversación, mientras llegaban unas deliciosas mongetes de Santa Pau con butifarra o un delicado bacalao a la miel, Margarita viajaba en el tren de los recuerdos rescatando la memoria de su suegra Conxita, de quien aprendió a cocinar, y la de las mujeres que eran capaces de cocinar cada día para diez, quince o veinte personas con recursos muy escasos y sin dejar el resto de obligaciones. “¡No tenían nevera!”, me subraya. De ellas aprendió a valorar los alimentos autóctonos, a no malgastar nada y a tener paciencia. “La cocina necesita tiempo”, asegura. Al final, sin darse cuenta, me reveló su secreto: “Cocinaba para los clientes como si fueran mi familia”. Sin cariño, sin amor, no hay verdadera cocina.
Para más información visita la página web de Turismo de la Costa Brava-Pirineu de Girona y de Premium Costa Brava.
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