Entre finales de octubre y principios de noviembre —con la luna llena del mes de kartika, según el calendario indio Shaka Samvat— Pushkar se engalana para celebrar su gran fiesta anual. La Pushkar Mela o Feria del Camello es una de las más populares del Estado indio de Rajastán. Durante esos días, esta pequeña población multiplica su población por más de diez con la llegada de turistas nacionales, extranjeros, personalidades varias y medios de comunicación. Y, destacando entre todos, los verdaderos protagonistas: los habitantes del Thar; familias enteras provenientes del desierto y ajenas a la romería que rodea su reunión, que acuden con el fin único de exhibir sus animales. Vender y comprar.
La mayor feria de camellos del mundo
Los camellos empiezan a llegar unos días antes de la fecha marcada en el calendario, ocupando progresivamente una gran explanada a las afueras de la ciudad. En su momento de mayor concentración se contarán por decenas de miles, llenando todo lo que la vista puede abarcar.
Calcular su número exacto es una tarea imposible, pues cuando unos llegan otros ya se van. Las transacciones comerciales se ventilan rápidamente, y cualquiera diría que quienes los han traído no puedan esperar para regresar a ese desierto del que provienen, como si padeciesen algún tipo de alergia social. Cuando comienza oficialmente la semana de festejos apenas queda la mitad, pero eso ya poco importa porque esos animales, antaño eje central de la convocatoria, son sólo una excusa para celebrar una fiesta más.
Merece la pena llegar a Pushkar tres días antes para contemplar el espectacular despliegue de tiendas, asistir al trasiego de la compra y venta de camellos, cabras, ovejas y otros animales, así como de los artilugios propios de estos mercaderes, en muchos casos nómadas: sillas de montar, riendas y camas portátiles. También hay otros productos más enfocados a los visitantes, como pulseras de plata o artesanías hechas con la piel y hasta con los excrementos de los animales.
No faltan quienes aprovechan para hacer negocio paseando a turistas a lomos de las bestias, ni los niños y niñas que directamente le agarran a uno de la ropa e insisten hasta la saciedad en leerte la mano, pintarte de alheña o que les saques una foto por cuatro monedas. Quien más y quien menos, todo el mundo trata de hacer negocio en la Feria del Camello de Pushkar. Y pueden ser muy insistentes. Saber lidiar con ellos tiene su recompensa: a la gran Pushkar Mela se va con la predisposición de divertirse, y en eso los indios tampoco tienen rival.
Una celebración a todo color
En lo que a fiestas respecta, no hay quien gane a los indios: siempre tienen un motivo para celebrar. Hasta quien menos tiempo ha viajado por el país lo ha experimentado, y en dos semanas es fácil coincidir con tres o cuatro celebraciones, sea a nivel nacional o local. Con un panteón formado por 330 millones de dioses es fácil; y si los dioses se acaban, quedan pretextos de los que tirar. Como los camellos.
Cuando los camellos abandonan Pushkar, da comienzo la verdadera fiesta. Espectáculos de música y baile, concursos y competiciones deportivas, desfiles y ceremonias religiosas se suceden sin interrupción hasta solaparse, construyendo un programa que no deja un minuto libre al aburrimiento.
A menos que se tenga el don de la ubicuidad, se impone elegir. Si nos dejamos guiar por la opinión popular, los concursos son los que más expectación levantan; el de bigotes hace reír a todo el mundo, las competiciones de caballos y camellos engalanados tiene éxito sobre todo entre los turistas, y estos se convierten también en atracción en aquellas actividades pensadas expresamente para hacerlos partícipes, como el combate de kabaddi entre indios y extranjeros, o el concurso de vestidos de novia, en el que jóvenes de los cinco continentes compiten por ser las más elegantes desfilando con traje y tocado típicos de diferentes partes del país.
Fin de fiesta
El atardecer es el momento más especial del día, y los ghats se llenan con las velas y oraciones del Maha Aarti. Es ahí, junto al lago que tantas leyendas ha protagonizado, en ese remanso de paz temporal rodeado por toda la vorágine de animales, personas y vehículos de motor, donde durante unos breves minutos puede sentirse algo de la espiritualidad que se presupone a la ciudad santa.
Pero dura poco. Tras la ceremonia la programación continúa con algunos espectáculos, y quién aún tiene fuerzas acude a las barracas instaladas en las afueras: norias y otras atracciones en precario estado, puestos de comida de dudosa higiene y delicioso sabor, y música a volumen ensordecedor seguirán animando una fiesta que no superaría la más mínima inspección de salubridad y seguridad, pero que lo compensa todo con la diversión que proporciona a sus visitantes. Mientras el cuerpo aguante.
El último día, la ceremonia de clausura es el broche final perfecto a una semana inolvidable. El desfile, en el que participan decenas de músicos, bailarines y figurantes disfrazados de diferentes dioses, es sencillamente impresionante. Pero todavía es más emocionante ver las caras de ilusión contenida, ya no de los niños, sino de adultos y ancianos que, con los ojos brillantes y la boca abierta en una sonrisa muda, observan pasar la comitiva como si ese fuera el momento más feliz de su vida. Como si nunca hubiesen visto nada ni remotamente parecido. Cuando todos sabemos que, otra cosa puede que no, pero a los indios les sobran excusas para celebrar. Y qué envidia.
Fotos Espectaculares!!! Buen trabajo, enhorabuena, un saludo!
Pushkar,uno de los lugares que mas me ha gustado y he disfrutado de nuestro viaje a la India,menudo globazo!! Gracias de nuevo Carmen,excelente artículo.
muy lindo