Viajar a Camboya puede ser algo más que recrearnos la vista con los templos de Angkor. También hay que conocer uno de los lugares más duros del país y que aún hoy golpea como un puñetazo en la conciencia. Es la prisión Tuol Sleng, más conocida como S-21.
Phnom Penh, calle 113. A primera vista este lugar podría ser un sitio cualquiera, pero para la mayoría de camboyanos es mucho más que una simple dirección: justo frente a mí tengo la puerta de entrada a lo que hoy es un museo del horror. Aquí́ los jemeres rojos, bajo la dirección de Pol Pot, llevaron a cabo entre 1975 y 1979 uno de los exterminios más brutales ocurridos en el sudeste asiático. Se calcula que por este lugar pasaron más de 17.000 detenidos. De esta barbarie no se salvaron ni torturadores ni ejecutores, que a su vez fueron asesinados por sus propios camaradas. Ya en el declive de los jemeres rojos había una media de 100 muertos al día.
El horror de los jemeres rojos
Robert Kaplan, en su libro Viaje a los confines de la Tierra, hace una descripción de este siniestro lugar: “…en una galería de pinturas en la que se mostraran los horrores del siglo XX, Camboya sería la imagen perfecta. Con sus grandes palmeras datileras, sus verdes arrozales y sus oscuras nubes monzónicas, azotada por las violentas fuerzas de la ideología comunista y la guerra de clases, por el colonialismo y el anticolonialismo, más los utópicos ideales de la izquierda intelectual francesa, extremados fuera de toda proporción por la peculiar tendencia asiática al positivismo y a la fría abstracción. Entre 1975 y 1979 el resultado de esa constelación de fuerzas fue uno de los mayores holocaustos de la historia. Bajo el régimen comunista de la “Kampuchea Democrática”, entre un millón y millón y medio de seres humanos, de una población de 8 millones, fueron fusilados, muertos a palos, dejados morir de hambre, obligados a trabajar hasta la muerte, o fallecieron víctimas de enfermedades, en el más intenso y espantoso intento de transformación social que la historia jamás registró…”.
La persona encargada del funcionamiento de este centro de tortura y ejecución era Kaing Guek Eav, más conocido como Duch. En el libro La eliminación —escrito por Rithy Panh y Christophe Bataille—se narran las entrevistas que Rithy mantuvo con Duch y sus propias experiencias durante los años en que fue prisionero de los jemeres rojos en diferentes puntos del país. Rithy Panh es director de cine y cabe destacar dos de sus películas: Bophana, la historia de amor entre Hout Bophana, una bella joven, y Ly Sitha, dirigente jemer, que pagaron con su internamiento y ejecución en la S-21 por cometer tal crimen, y S-21: la máquina roja de matar, escalofriante documental estrenado en 2003 en el que revisita el edificio y propicia un encuentro entre víctimas y victimarios.
La terrible elocuencia
En La eliminación encontramos frases del propio Duch tan elocuentes como: “Los jemeres rojos son la eliminación. El hombre no tiene derecho a nada”. O: “Lo esencial era que yo aceptara la línea del partido. Las personas detenidas eran enemigos, no seres humanos. ¡Camaradas, no tengáis sentimientos! ¡Interrogad! ¡Torturad!”. Y algunos de los eslóganes de los jemeres rojos también eran los suficientemente claros y contundentes: “Si eres libertario y quieres ser libre, ¿por qué́ no te mueres al nacer?”, “¡Quien protesta es un enemigo y quien se opone es un cadáver!”.
Al cruzar la puerta de acceso al patio principal del museo lo que uno ve es un jardín bastante verde con palmeras rodeado de edificios blancos ya un poco deteriorados por el paso del tiempo. Nadie diría que este lugar, no hace muchos años, siendo una escuela de secundaria —Tuol Svay Prey— vio como sus aulas eran convertidas en salas de interrogatorio y celdas.
Otra buena descripción de este lugar es la que realiza el periodista David Jiménez en un capítulo de su libro El lugar más feliz del mundo: “El mérito del Museo del Genocidio es lo mucho que tiene de genocidio y lo poco de museo. Los camboyanos se limitaron a dejar el principal centro de torturas del régimen tal como lo encontraron tras el derrocamiento de Pol Pot. Las aulas de la antigua escuela, convertidas en salas de interrogación, conservan los instrumentos de tortura y los camastros donde se ataba a los internos. Los postes de gimnasia utilizados para colgar a los presos siguen en el patio. Y, en una de las habitaciones del segundo piso en el Bloque C, permanecen esparcidas por el suelo las ropas rasgadas y ensangrentadas de cientos de ejecutados”.
La visita nos va llevando a un sinfín de habitaciones donde se torturaba a la gente de la manera más humillante posible. Antes de subir a los pisos superiores donde estaban ubicadas las celdas se puede ver un cartel con las normas que los presos debían seguir a rajatabla. Llama la atención la número 6: «Prohibido gritar cuando te azoten o te den descargas eléctricas».
En el primer piso me encuentro en un pasillo exterior que da al patio. Hay un muro bajo que hace las veces de barandilla que se completa con un cercado metálico que llega hasta el techo. No lo pusieron para evitar fugas sino suicidios: muchos prisioneros preferían morir así́ antes que pasar por los interminables interrogatorios. En la primera de las habitaciones se encuentran centenares de fotos de presos que perdieron la vida allí́, retratados antes de ser ejecutados. Después sigue un gran número de celdas minúsculas, de aproximadamente ochenta centímetros por un metro, dotadas cada una de una robusta puerta. En el mejor de los casos había alguna que incluso tenía el lujo de un poco de luz exterior.
Los gritos del silencio
Terminada la visita podemos acercarnos hasta Choeung Ek, más conocido como Killing Fields, los llamados Campos de la muerte, lugar situado a unos 17 kilómetros de la capital donde llevaban a los presos cuando ya no eran útiles ni para ser torturados. Este fue el título usado por el director de cine británico Roland Joffé para realizar la que seguramente es la mejor película sobre lo ocurrido en Camboya en aquella macabra época, acompañada por una magnifica banda sonora obra de Mike Oldfield; aquí́ nos llegó bajo el nombre de Los gritos del silencio.
La primera imagen nada más entrar en dicho recinto es la de un alto templo budista de cristal lleno de calaveras: unas ocho mil, clasificadas por sexo y edad. Seguramente muchos de los prisioneros deseaban que llegase ese final de una vez por todas, pero una vez allí́ no se imaginaban lo que les aguardaba, ya que sus exterminadores finalizaban su trabajo de la manera más brutal que se podían imaginar. Una vez se habían divertido con ellos les hacían cavar sus propias fosas (se pueden ver hoy en día varias de las que fueron excavadas y clasificadas) y después les mataban de diferentes maneras. También es posible ver el árbol que conserva una gran mancha de sangre seca en el punto donde supuestamente se golpeaba a los niños hasta morir para ahorrar así unas cuantas balas.
El miedo que te persigue
Tenemos la suerte, eso sí, de que los testigos del horror máximo hayan acabado dando forma a sus recuerdos en numerosas crónicas. La novela grafica El año del conejo muestra la huída de toda la población de Phnom Penh. Su autor, Tian, narra en primera persona el éxodo que sufrieron él y su familia para poder huir de las garras de los jemeres rojos. También es estremecedor el relato de Denise Affonço en el libro El infierno de los jemeres rojos, donde la autora cuenta lo que llegó a sufrir, superando las muertes de su marido y de su hija, para poder sobrevivir. Ya en Francia — supuestamente a salvo de todo lo que había dejado atrás— cuando por petición de una monja conocida de Phnom Penh se decidió́ a dar conferencias narrando lo que había sufrido en los arrozales camboyanos, se le acercó un día un sacerdote de ojos azules y en un perfecto camboyano le susurró al oído: “Pequeña, le aconsejo que no cuente nunca lo que acaba de decir esta noche. Tenga mucho cuidado en el futuro, si no… puede tener problemas”. Presa del pánico dejó de dar charlas, pero años más tarde se armó de valor y decidió́ publicar este gran libro, evitando la doble muerte del olvido.
Para saber más
Aparte de los libros mencionados en el artículo, recomendamos también las siguientes obras:
-A la sombra de un silencioso lugar de exterminio, de Sam Sotha
-Bajo un árbol milenario, de Vaddey Ratner
-Camboya. El legado de los jemeres rojos, de Mark Aguirre
-When Broken Glass Floats. Growing Up Under the Khmer Rouge, de Chanrithy Him.
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