Geográficamente, la región de Ladakh representa la extensión más al oeste del plató tibetano, abarcando una superficie cercana a los 100.000 kilómetros cuadrados.
Debido a su especial situación —al norte de la cadena axial del Himalaya— recibe muy pocas precipitaciones. Las nubes del monzón, responsables de inundar el subcontinente indio cada año, chocan aquí con las montañas y no llegan nunca al Trans-Himalaya, término geográfico que abarca la amplia región situada al norte del Himalaya.
Todos estos factores dan como resultado un clima continental extremo con inviernos terriblemente largos y fríos y, por el contrario, veranos cortos y secos. La mayoría de los habitantes de Ladakh se concentran en el fértil valle del Indo o Sengge Kebab —algo así como “nacido en la boca de un león”, en referencia al ímpetu de sus aguas—, considerado el corazón de la región. Aquí se construyeron algunas de las gompas más importantes, como Shey, Basgo o Tikse. Además, el Indo ha actuado como vía comercial durante siglos conectando la región con Cachemira y el Punjab y mas allá aún con la Ruta de la Seda.
Alcanzar esta áspera región por tierra requiere de tiempo y paciencia. Además, sólo es posible durante los meses de verano. Algo más entenderemos si conocemos el significado de su nombre: Ladakh, La-dags o “la tierra de los muchos pasos de montaña”. Como en todas partes, el progreso va llegando pero aquí lo tiene más difícil gracias a collados de más de 5000 metros que permanecen infranqueables varios meses al año.
Este aislamiento natural confiere a la región un encanto en forma de autenticidad que ha ido alimentando la proliferación de leyendas y mitos, así como una atracción especial hacia viajeros y exploradores en busca de espiritualidad y misticismo.
A partir de hoy, Òscar Domínguez va a pasar dos meses en Ladakh. A la vuelta nos contará su experiencia en Kamaleon.
1 Comment