Para los que estamos habituados a un cierto orden, Bolivia puede parecer un tanto caótico. Se trata, sin embargo, de un caos oficial, con copias al carbón y sellos por triplicado. Un caos como debe ser, de los de toda la vida. El tráfico rodado en La Paz es un ejemplo palpable. Ni es tráfico, ni rueda. Se trata de una especie de colapso permanente teñido de bocinazos furiosos. Conviene tomárselo con calma y, siempre que sea posible, caminar que es muy sano. Hablando de tomar, lo de tomar un taxi no es tan sencillo. Cualquier vehículo con ruedas es aceptable como transporte de personas, animales o cosas, y abundan los taxis ilegales, de modo que conviene saber distinguirlos de los auténticos. Tampoco es que pase nada, pero casi que por diversión. Una vez conoces el secreto ya tienes ganados 20 puntos para el graduado en Boliviología. Vamos a dar algunas otras pistas por si pueden servir de ayuda.
Los bolivianos son atentos y amables, pero tienen una extraña tendencia a contestar de manera arbitraria lo primero que les viene a la cabeza. No es mala fe, sin embargo los motivos de tan extraña conducta han sido objeto de debate entre los más prestigiosos expertos sin que se haya llegado a ninguna conclusión definitiva.
La música. Aquí no pueden vivir sin música. Literalmente. A mucha gente esto le puede parecer fenomenal… y a otros un completo desastre. No soy yo quien para juzgar, o sea que mantendré un prudente silencio. Para gustos los colores. Pero sirva de aviso para navegantes: toda vuestra actividad en Bolivia, desde un trayecto en taxi hasta la comida en un bar va a gozar/padecer (cuestión de gustos, recuerden) de banda sonora, en forma de ripios cantados donde se desgranan amores imposibles y pasiones desatadas. Si sois de los que os gusta el silencio, y aún así tenéis la idea fija de viajar a Bolivia, recomiendo tapones de cera para los oídos. Sin ironía, en serio.
La gastronomía boliviana consiste básicamente en pollo, arroz, papas, chorizo, filete de res… y pollo de nuevo. Mezclados de diversas maneras, pero con una característica común: la cantidad de comida ha de ser tal que resulte imposible acercar el tenedor sin que el contenido desborde por los lados. Platos populares como las salchipapas o el choripán ya dejan ver claramente de qué estamos hablando. Que todo está bueno desde luego que sí. Simplemente se ha sustituido el refinamiento por la contundencia. Afortunadamente, hay muchos otros motivos para visitar Bolivia.




Valdría la pena el viaje aunque sólo fuera por visitar la Reserva Eduardo Avaroa. La mayor parte de los turistas se conforman con un día en el Salar de Uyuni y salen encantados, sin saber que se están perdiendo lo mejor de lo mejor. Visitar la reserva implica un recorrido de tres días en todoterreno, durmiendo en albergues básicos (adoro este tipo de eufemismos), pero todo el esfuerzo vale sobradamente la pena. El paisaje es absolutamente magnífico, de los que te dejan sin palabras. La sensación de estar en el techo del mundo es sobrecogedora.
Si algo distingue el paisaje boliviano es la diversidad, desde los nevados andinos a las junglas del parque del Madidi, en la cuenca del Amazonas. Menos playa, hay de todo y en abundancia. La falta de mar explica la pasión de los paceños por desplazarse a lugares como Copacabana, en las orillas del lago Titicaca, a la menor ocasión. En Semana Santa es costumbre muy arraigada peregrinar hasta la basílica de la Virgen Morena para recibir sus bendiciones, de modo que mi idea de visitar la ciudad justo el viernes santo puede considerarse como, literalmente, una idea peregrina. Nadie puede decir que ha visto un atasco de tráfico si no ha intentado viajar de La Paz a Copacabana en Semana Santa. Y si he de dar fe de algún milagro que sea el de haber conseguido llegar. Eso sí, el ambiente lúdico-festivo a orillas del lago es absolutamente impagable. Doy por bien invertidas las seis horas de autobús.




El transporte. Vamos a la terminal de autobuses de Potosí con la idea de tomar una movilidad (así llaman aquí a los vehículos) que nos lleve a Uyuni. Así nos enteramos de que tenemos cuatro posibilidades: Las Flotas, los Micros, Los Expresos y los Rapiditos. Renunciamos a intentar descifrar las diferencias entre unos y otros y tomamos un rapidito, más que nada porque nos coge en un momento tonto y somos de fácil convencer. Un rapidito resulta ser un coche común y corriente lleno de gente común y corriente, que va rápido. Todo aclarado. En Sucre cogemos una flota, que viene a ser un autobús renqueante que va recogiendo gente sin tener en cuenta las más elementales leyes de la física de sólidos. Dicen que así se inventó el Tetris.
Y hablando de Sucre, conviene recomendar la visita de manera efusiva. Sucre es una típica ciudad colonial, de calles blancas y cuidadas, tranquila y decadente, un placer para pasear. Uno de los misterios de Bolivia consiste en la diferencia abismal que existe entre sus ciudades. Así, mientras Sucre conserva un tranquilo ambiente de pueblo del siglo XIX, Santa Cruz es una ciudad moderna y cosmopolita y La Paz es directamente de otro planeta.




Una de las atracciones de La Paz es la excursión en bicicleta a la Carretera de la Muerte. La carretera (en realidad poco más que un camino de tierra) serpentea por el antiguo camino a Los Yungas entre barrancos tremebundos y un paisaje de película. Afortunadamente, los camiones ya no la utilizan y ahora es una bajada de cuatro horas para los amantes de las emociones fuertes. Cuando acabas te dan una camiseta con el típico eslogan “yo sobreviví a la carretera de la muerte”. Y tú te lo crees, pero en realidad el peligro comienza con el retorno a La Paz por una carretera poco mejor que la anterior, con niebla, derrumbes, adelantamientos suicidas, curvas y despeñaderos, en un autobús de la guerra de Corea que, sorprendentemente, no tiene luces (!). En algunos aviones la gente aplaude al aterrizar. Pues bien, aquí aplaudimos todos al llegar a La Paz. Bienvenidos a Bolivia.
Me encantan los paisajes y sus gentes… A ver cuando hacemos realidad el sueño de viajar hasta allí