Yoshifumi Miyazaki lleva dos décadas estudiando los beneficios del bosque en la salud de las personas. Sus resultados son tenidos muy en cuenta por la Agencia Forestal Japonesa, entidad que ha conseguido integrar el shinrin-yoku, los baños de bosque, en el sistema de salud del país. Principalmente como medicina preventiva, aunque en algunos casos muy concretos también como terapia. Este investigador japonés sostiene que al haber pasado el 99.9 por ciento de nuestra evolución viviendo en la naturaleza nuestros genes apenas han cambiado, pese a los más de dos siglos de revolución industrial siguen adaptados a la vida en entornos naturales, por lo que vivir en esta sociedad moderna nos lleva a situaciones de estrés.
Hace una década, traspasamos una barrera que tiene visos de insostenible: en el mundo hay más personas viviendo en zonas urbanas que rurales. Hemos añadido el anglicismo slow a la comida, a las ciudades o a la manera de viajar, como para demostrar que no solo sabemos desacelerar sino que entendemos que, además de placentero, es beneficioso. Incluso la publicidad ha entrado en ese juego de ayudarnos a identificar lo que realmente merece la pena, generalmente con momentos asociados a la desconexión tecnológica. Se ha empezado a hablar de neoludismo —el ludismo fue un movimiento de artesanos ingleses, en el siglo XIX, en contra de las máquinas—, pero ¿y si fuera todo más sencillo? Un diagnóstico bastante acertado del mal que padecemos en este acelerado siglo sería el de sobrecivilización. Por eso se hace más necesaria que nunca la vuelta a los bosques. No hablamos de marcharse a vivir a una cabaña en un árbol, sino de pequeños paseos en los que se vaya adquiriendo consciencia del entorno, pilar básico del shinrin-yoku.
«Yo soy el guía de la actividad, el terapeuta es el bosque», me dice Albert Baijet en uno de los accesos al Parque Natural de Els Ports. Albert fue pionero en Catalunya en la creación de una empresa turística que ofrece paquetes que incluyen los baños de bosque. Esta actividad, nacida en Japón en 1982, tuvo una rápida implantación en el país nipón. Allí fue fácil, el budismo y el sintoísmo consideran que el bosque es el reino de lo divino y pone a la naturaleza en igualdad de condiciones que al hombre. De ahí el respeto de los japoneses al traspasar un torii en la entrada de un bosque o al cuidar de su jardín, haciendo incluso reverencias al mundo vegetal. Llevan décadas cultivando una cultura forestal y de la contemplación; en su vocabulario hay palabras específicas para definir el efecto de la luz solar que se filtra entre las hojas de los árboles (komorebi), el enrojecimiento de las hojas en otoño (momiji), para la floración de los cerezos en primavera (sakura) y para la observación de la belleza, efímera, de las flores (hanami).
Lo primero que tenemos que hacer antes de realizar esta actividad, que es mucho más que “abrazar árboles”, es dejar atrás el escepticismo y abrir la mente. Muchas veces, cuando nos acercamos a la naturaleza no nos desprendemos de ese ritmo frenético que nos acompaña a diario, nos quedamos con poco más que el olor a tierra mojada, petricor nos han dicho que se llama. Un olor que va poco más allá del placebo para el urbanita, magdalena de Proust para los genes. Como dice David George Haskell, autor de los magníficos ensayos En un metro de bosque y Las canciones de los árboles, «el bosque no me pide que haga clic ni quiere venderme nada».
Albert me cuenta en qué va a consistir nuestro paseo hacia uno de los bosques maduros del parque natural. No es una ruta para identificar especies ni un reto deportivo para subir al Strava. Haremos una serie de ejercicios supervisados por él en todo momento. El primero de ellos, desconectar el móvil. Si se nos olvida será el propio bosque el que nos dejará sin cobertura apenas iniciada la caminata. Hecho lo más difícil, toca respirar, caminar, sentarse, tumbarse, tocar, sentir, respetar. Trataremos de llevar la respiración de manera correcta, prestar atención a los colores y las formas de los árboles, escuchar el canto de los pájaros o el rumor de las hojas al ser mecidas por el viento. Albert me anima a recoger hojas y olerlas, a sentir el tacto del musgo o la rugosidad de los troncos de los árboles, a ser parte del lugar; en silencio y con lentitud.
En el camino hacia el bosque de hayas nos encontraremos con un enorme pino, un venerable anciano incluido en la lista de Árboles Monumentales de Catalunya. Luego llegarán las primeras hayas y algún que otro tejo, quintaesencia de la sobriedad y la paciencia. El musgo que cubre las rocas parece como recién pintado y los hayedos empiezan a desprenderse de sus hojas, iniciando un periodo de merecido descanso que se romperá cuando la primavera les convenza para volver a trabajar con fuerza. Las hojas de las hayas mutan del amarillo al marrón apenas han caído al suelo, formando una tupida alfombra alrededor de otro de esos árboles ante los que solo cabe inclinarse: un haya de retorcidas ramas y respetable edad. Cuando se conoce la manera en que estos gigantes interaccionan con otros ejemplares, compartiendo alimento —carbono— con los de su misma especie, cuidando a sus competidores y a los enfermos, “amamantando” a los más pequeños, uno piensa enseguida en una suerte de relación maternofilial.
Los beneficios del baño de bosque tras un paseo de tan solo dos horas, demostrados en numerosos y acreditados estudios, son numerosos: menor presión sanguínea, baja la glucosa, estabilización de la zona nerviosa autónoma, se reducen los niveles de cortisol, el indicador del estrés, y aumenta la presencia de células NK (natural killers). Hay más, los niveles de hemoglobina caen en la corteza prefrontal, es decir, la “placa base” disminuye la actividad y aumenta en zonas del cerebro relacionadas con el placer, la emoción y la empatía. Estas mejoras, obvio, salen de hacer análisis con toda clase de aparatos, pero hay una que sí podemos notar sin mediar tecnología: en los bosques respiramos mejor. Es debido a las fitoncidas, componentes orgánicos volátiles que liberan las plantas para protegerse de agentes externos, como hongos, bacterias e insectos. Algunos de estos agentes son broncodilatadores, otros hacen la función de aromaterapia natural. Las fitoncidas que mejor reconocemos son las de las coníferas, ese aromático olor que se nota, especialmente, en los días de más calor. Incluso la comida sabe diferente, al estar relajados se activa el sistema parasimpático estimulando el apetito, cosa que puedo comprobar durante el picnic que ha preparado Albert.
Otra de las cosas que nos gustan de la naturaleza es su color, el verde, pero sin poder argumentar el porqué. Peter Wohlleben, ingeniero forestal alemán, nos lo explica en La vida secreta de los árboles, un buen libro para entender la complejidad de las sociedades forestales. La clorofila tiene lo que se conoce como “hueco verde”, es un color que no utiliza y tiene que desechar. Esos restos de la fotosíntesis son los que dan el intenso color verde a la vegetación. Son en realidad una suerte de desperdicios de la luz que emplean. Para nosotros es hermoso, para el bosque inútil. Eso también afecta a la sombra que nos ofrecen los árboles, creando una penumbra verdosa que tiene un efecto relajante sobre la mente humana.
Los estudios más recientes en temática forestal están tirando de prosopopeya a la hora de definir el comportamiento de los árboles: nos dicen, imagino que en un intento de acercarnos ese fascinante mundo, que cuentan, piensan, educan a los jóvenes, se comunican —los hongos que tienen en las raíces forman una red conocida como micelio que se ha dado en llamar Wood Wide Web—, interpretan la luz y que no solo tienen memoria sino que la transmiten cuando mueren. Mediante ultrasonidos han conseguido escuchar el ciclo del agua por el interior de troncos, ramas y hojas. El mencionado David George Haskell lo define así: «Por la mañana temprano el agua fluye muy suavemente, empieza a hacer la fotosíntesis, recogiendo alimento, y a partir de la tarde empiezan a escucharse cada vez mas crujidos y hay una especie de crisis dentro del árbol. Y esa crisis es esencialmente que se queda sin agua, las hojas se pliegan y el árbol se cierra. Y por la noche el agua que sube desde el suelo, incluso si no ha llovido, va hacia arriba como en una lluvia inversa y vuelve a rehidratar la planta para que por la mañana todo vuelva a estar bien. Lo maravilloso es que es un sonido que recuerda a un latido, y no lo digo de una manera mística, es que realmente se parece al corazón de un animal».
La conservación de los bosques maduros que encontramos en lugares como el Parque Natural de Els Ports es de vital importancia. Los árboles son importantes aliados contra el cambio climático, son los responsables de trasladar la necesaria humedad, por lo tanto las lluvias, a las tierras del interior. Aquí juegan un papel fundamental los bosques situados en los primeros centenares de kilómetros de la línea costera. Talando los bosques cercanos al litoral no solo cortamos la cadena nubosa sino que evitamos que los ácidos que son transportados desde la hojarasca lleguen hasta el mar a través de los ríos, donde estimulan el crecimiento del plancton. Nuestro papel pasa por salir a pasear, a darnos baños de bosque para involucrarnos sentimentalmente con estos espacios naturales, a la vez que nuestra salud se beneficia. Dejar que estos bosques naturales crezcan a sus anchas, sin alteraciones, sin ni siquiera retirar los ejemplares muertos porque con ello alteramos considerablemente el ecosistema. Hay que ser más responsables en el uso de la iluminación nocturna de nuestras ciudades: sí, incluso a cientos de kilómetros la luz artificial de los grandes núcleos habitados altera los procesos naturales de las especies vegetales.
Por suerte, en los últimos años hemos avanzado mucho en el respeto a los animales, pero en la cuestión de las plantas queda mucho camino por recorrer. Fijémonos en la Constitución Federal de Suiza, que establece lo siguiente: «… en el trato con animales, plantas y otros organismos debe tenerse en cuenta su dignidad». Incluso no está permitido cortar las flores del camino sin un motivo justificado. Albert me dice que tiene tres objetivos claros con los baños de bosque en Els Ports: que relajemos cuerpo y mente, que reconectemos con nosotros mismos gracias al entorno, que la armonía y el equilibrio se restauren. Hagámoslo simple, volvamos a pasear por nuestros bosques y todo lo demás vendrá dado. Las generaciones futuras nos lo agradecerán.
Más información
En la página de turismo de Terres de l’Ebre y en Ports Experience.
Passejar sol per dins d’un bosc sense cap altra companyia que la natura que t’envolta és de les millors sensacions que es poden gaudir. Al bosc de Poblet també hi ha un itinerari terapèutic senyalitzat que us recomano, de fet però qualsevol bosc pot ser un regal pels sentits.
Moltes gràcies per la recomanació, Manel. Tan bon punt pugui, m’apropo a fer la ruta pel bosc de Poblet.
Brillant, inspirador i alliçonador.
Gràcies Rafa!!
Moltes gràcies, Carles.
Una motivación adicional con tu crónica para volver a nuestra esencia. Gracias.
Gracias a ti, Manuel, por pasarte por aquí.