La Unesco, en su reunión anual celebrada en Addis Abeba, ha decidido incorporar a las Fallas a la lista del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. La pregunta que nos surge es, ¿por qué han tardado tanto? Seguramente porque no han mirado antes a través de las lágrimas de una fallera en el momento de la cremà, porque no se fijaron en la mirada de un niño queriendo estirar su cuello hasta el infinito para mirar a la cara a uno de esos gigantes; porque no han sentido a una de las bandas de música tocando hasta la extenuación, poniendo a bailar a todos los valencianos; porque no han apretado las manos fuertes y marcadas por el trabajo de los artesanos falleros.
Ahora, por fin, la Unesco ha visto todo eso y ha decidido indultar a la fiesta entera. Te contamos cómo se viven las Fallas a través de Fernando, porque nosotros sí le habíamos estrechado la mano y habíamos visto cómo le brillaban los ojos cuando hablaba de su fiesta, de su vida, de las Fallas de Valencia.
Fernando lleva unos días con los nervios a flor de piel. Es pintor, y estas últimas semanas de invierno tiene la inmensa responsabilidad de dar color al trabajo que otros llevan realizando desde hace meses: una de las fallas de la Sección Especial. Cuando era solo un chaval solía venir con su padre hasta este rincón de la Ciudad Fallera para ver cómo se preparaban y construían los ninots casi desde el mismo día siguiente a la cremà. Hoy, él es parte de la atracción en este taller fallero donde es posible conocer las entrañas de un proceso que implica a carpinteros, escultores, ingenieros o pintores trabajando bajo la batuta del mestre faller, el guionista y director del monumento en cuestión.
Si bien no se conoce a ciencia cierta el verdadero origen de las Fallas, la tradición sitúa al gremio de carpinteros como artífices de esta festividad. Los carpinteros tenían la costumbre, el día de San José —patrón de estos artesanos—, de encender una hoguera con virutas de madera y un pairot, la estructura que sostenía los candiles en los talleres, que con la llegada del verano dejaba de ser necesaria. Con los años, a la pira se le fueron añadiendo trastos viejos y al pairot se le vistió con ropajes que recordaban a algún conocido al que se quisiera parodiar. Así, fruto de la tradición gremial y de la siempre ácida sátira valenciana nacía el primer ninot.
Hoy es un día crucial para Fernando y sus compañeros del taller. Han dado los últimos toques a la figura que la comisión ha decidido presentar al perdón del fuego. Uno solo de todos los ninots que componen su monumento fallero —un grupo de niños vestidos de payaso— viajará hasta la exposición colectiva que estará abierta hasta el día de la plantá, momento en que las fallas ocuparán las calles de Valencia. Los votos de los visitantes que acudan a dicha exposición determinará, entre todos los ninots, cual se salve de las llamas. Ese tendrá el honor de ser indultat, es decir, ser el único de toda Valencia que no se verá reducido a cenizas la noche del 19 de marzo. Fernando suele visitar a menudo el Museo Fallero, en el centro de la ciudad, lugar donde se exhiben todos los afortunados indultados del fuego desde 1934. Contempla esos rostros de papel maché ya tan cotidianos y desea, en secreto, que cuando vuelva el año que viene pueda reconocer, en la nueva figura expuesta, los trazos de sus propios pinceles.
Los primeros dos meses del año los días se suceden con mucha rapidez. Antes de que Valencia se haya dado cuenta, bajo la Torre de los Serranos, la Fallera Mayor arropada por las autoridades locales y por su Corte de Honor ya está dando el pistoletazo de salida a las Fallas con la tradicional crida. No solo la concepción y creación de los ninots es una tarea compleja y laboriosa, también la elección de la Fallera Mayor y de su séquito requiere de un proceso largo y complicado que implica desfiles, jurados, votaciones, preselecciones, veredictos; alegrías y llantos.
Las que logran ostentar tan alto honor —ni más ni menos que la representación social de todo el colectivo fallero— suelen lucir trajes impecables, verdaderas obras de arte en hilo y seda cuyo valor suele ascender a varios miles de euros. Hay que ser un verdadero experto para conocer al detalle todos los elementos que componen una de estas indumentarias falleras compuestas de ropa interior —enaguas, pololos, chambra, medias—, vestidos confeccionados en seda, corpiños, peinetas, mantellina o delantales bordados a mano. Sin olvidarse de los aderezos y otras piezas de joyería.
Ya han pasado algunos días de la crida cuando Fernando y sus compañeros de comisión, en una Valencia tomada por las mascletás, los fuegos artificiales y la barahúnda de las orquestas, se disponen a iniciar la ardua tarea de trasladar el monumento fallero del taller a la calle. Ha llegado el delicado momento de la plantà. Es una noche frenética, donde toda la ciudad parece sumida en un colosal traslado: camiones descargando, ninots envueltos en plástico, sacos de arena, grúas. Ayudado con un foco, nuestro pintor, tras muchas horas sin dormir, retoca con minuciosidad de orfebre los desperfectos que el transporte ha causado en algunas figuras. Cuando el sol despunta sobre Valencia sus nuevos habitantes de madera y poliestireno expandido (poliexpán) desafían la gravedad y contemplan, con sonrisa burlona, a sus emocionados creadores desde las alturas.
La semana fallera que viene después no da tregua. Desde la plantá, cinco días que pasan volando en una Valencia que no duerme. Se suceden los desfiles, las cabalgatas y las ofrendas de flores a la Virgen de los Desamparados, patrona de la comunidad valenciana; las calles se inundan con gente que admira, compara, critica y se divierte con los cerca de 700 monumentos falleros que en pocas horas serán sólo un recuerdo. Y llega el final de la fiesta fallera con una de esas tracas finales que tanto gustan a los valencianos: la cremà.
Fernando se sitúa bajo esas figuras que ha visto crecer con los meses y ayuda a extender el perímetro de las vallas protectoras. La llegada de los bomberos marca el inicio de la quema. En pocos segundos, el fuego abraza de un extremo a otro los doce metros de falla cuyas miradas chanceras desaparecen tras el humo y el fulgor de las llamas. El pintor y sus compañeros contemplan en solemne silencio cómo desaparece el trabajo de todo un año. Es su finalidad y también su grandeza. Gritos, aplausos y algunas lágrimas acompañan el ocaso del gigante del que en pocos minutos solo quedan algunas estructuras negras y retorcidas.
Fotos © Kris Ubach y Rafa Pérez
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