Si en Ávila hay algo más fuerte que su muralla, es la mística, que mueve a una buena parte del turismo que se acerca hasta allí. Vamos a los orígenes. En el siglo XV, fue la ciudad de Castilla con mayor población no cristiana; musulmanes y judíos eran mayoría por sus calles. Hasta que llegó Santa Teresa de Jesús para poner orden. La orden carmelita concretamente. Vivo sin vivir en mí / y tan alta vida espero / que muero porque no muero. Los versos de Santa Teresa de Jesús están entre los más conocidos de la literatura española. No estuvo sola, ni en el asunto de la mística ni en el de las letras, la acompañaron San Juan de la Cruz y Moisés de León. Son varias las localizaciones que guardan relación con la religiosa, pero dos de ellas verdaderamente importantes: el Convento de la Santa y el Monasterio de la Encarnación.
La vida es una mala noche en una mala posada. Con esta frase de Santa Teresa, escrita en el mapa de los lugares de retiro espiritual que fundó, nos recibe el monasterio de la Encarnación.
Treinta años de su vida pasó Santa Teresa entre las paredes de ese monasterio, tres de ellos como priora, cuando se trajo a San Juan de la Cruz para que hiciera de confesor y guía espiritual. En aquella época, la regla de las carmelitas se aplicaba con cierta ligereza. Había mujeres ricas que aportaban una gran dote al ingresar y como tal vivían, nada que ver con el voto de pobreza, la vida contemplativa y el trabajo que propugna la orden. Otra de las limitaciones que instauró Santa Teresa fue la del número de mujeres que podían estar en el monasterio. Muchas mujeres juntas líbrenos Dios, decía la santa fundadora de las Carmelitas Descalzas. Limitó el número de admisiones a veintiuna, pero un permiso papal elevó ese número hasta treinta. Pese a la actual crisis de vocaciones, el Monasterio de la Encarnación, como si de un restaurante de la Michelin se tratara, tiene lista de espera. De clausura estricta, las monjas sólo salen para ir al médico, a votar o al cementerio, único motivo este último por el que quedan vacantes.
El otro lugar de peregrinación en la ciudad es el Convento de la Santa, edificado sobre el lugar donde estuvo la casa donde nació la santa como Teresa Sánchez de Cepeda y Ahumada. En la fachada del convento destaca, entre otros, el escudo del Conde-Duque de Olivares, responsable del patronazgo. En el interior del museo podemos ver una reproducción (el original está en las Carmelitas Descalzas de Sevilla) del único retrato que le pintaron en vida, obra de fray Juan de la Miseria. Cuando Santa Teresa vio el resultado tuvo un instante de coquetería femenina y comentó que el pintor la había sacado fea y legañosa. En otras reproducciones, las de sus escritos, podemos observar el uso que hacía de la q en lugar de que, adelantándose en casi cinco siglos al actual lenguaje de los mensajes adolescentes en el Whatsapp.
En una de las vitrinas de la Sala de las Reliquias se conserva un dedo de la santa, en el interior de una pequeña urna. Santa Teresa murió el 4 de Octubre de 1582. Quiso la casualidad que ese día tuviera lugar el paso del calendario juliano al gregoriano actual. Así que, mientras la velaban, la hoja del calendario cambió al 15 de octubre. Esa anécdota no fue más que el inicio de un rocambolesco peregrinaje con sus restos. A la primera mujer doctora de la iglesia la marearon lo indecible. Enterrada en Alba de Tormes, fue trasladada a Ávila dejando un brazo por el camino. Más tarde sería devuelta, por instancia papal, a la localidad de Alba de Tormes y allí descansa lo que queda de ella, porque hay reliquias suyas repartidas por toda la cristiandad.
Para los más devotos, la ruta seguiría por la iglesia de San Juan Bautista, donde fue bautizada en una pila gótica que todavía se conserva; el puente sobre el Adaja era la entrada a la ciudad por occidente, por lo tanto un camino que tuvo que seguir en diversas ocasiones; el palacio de Núñez Vela, cuyo propietario fue su padrino de bautismo; la iglesia de Santo Tomé el Viejo donde fue increpada por el párroco por querer fundar un convento (el lugar es hoy una sala-almacén del Museo de Ávila); el convento por el que fue advertida y que finalmente fundó fue el de San José, con la que llamaron escalera del diablo porque Santa Teresa se cayó y se rompió el brazo izquierdo; la basílica de San Vicente, donde está la virgen de la Soterraña que era venerada por la santa; la Catedral con la capilla de Santa Teresa que contiene la imagen de la virgen de la Caridad, a la que se encomendó al fallecer su madre; los Cuatro Postes, donde cuentan que detuvieron a Teresa y a su hermano, siendo niños, cuando estaban dispuestos a viajar a tierras de moros para morir martirizados. Desde allí diría, al quitarse las sandalias, su famosa frase: “De Ávila, ni el polvo”.
Podemos rematar con una visita muy interesante, más allá de la vida de Santa Teresa pero con un papel protagonista: el Centro de Interpretación de la Mística. En las diferentes exposiciones, mediante la escultura, el material didáctico, los sonidos, las proyecciones y una particular iluminación de los espacios, se pretende dotar a la complejidad de la mística de una aparente sencillez.
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